Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia eucarística la Iglesia, obediente al mandato de Jesús, hace presente el sacrificio de la nueva alianza sellada por Él en el altar de la Cruz. Para ello, usa los mismos signos y gestos que realizó Jesús la víspera de su pasión. El primero es la preparación de los dones, momento en el que se traen al altar el pan y el vino, los mismos elementos que Jesús tomó en sus manos. En esta ofrenda espiritual de toda la Iglesia, se recoge la vida, los sufrimientos, las oraciones y los trabajos de todos los fieles, que se unen a los de Cristo en una única ofrenda. Por eso es muy bueno que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino para que él los deposite sobre el altar. Nos puede parecer poco lo que nosotros ofrecemos, pero ese poco es lo que necesita Jesús para transformarlo en el don eucarístico, capaz de alimentar a todos y de hermanar a todos en su Cuerpo que es la Iglesia.
Con la oración sobre las ofrendas, el sacerdote pide a Dios que acepte nuestra pobre ofrenda y que la transforme con el poder del Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo que, como el incienso, sube al Padre, que lo recibe con agrado. Este momento de la Misa está impregnado de una profunda espiritualidad de la donación de uno mismo, que ilumina toda nuestra vida y nuestras relaciones con los demás, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.
En este tiempo de cuaresma los animo a vivir profundamente la espiritualidad de la entrega que la Eucaristía nos enseña, de modo que la oración, el ayuno y la limosna de estos días, den frutos concretos de auténtica conversión del corazón. Muchas gracias.
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