Hace muchos años, un niño de seis años y sus hermanos estaban en unos grandes almacenes con su madre. Fue entonces cuando Jeff Taylor divisó algo de lo que se encaprichó.
“Vi ese belén y realmente quería tenerlo, así que mi madre me lo compró”, recuerda: “Tenía ovejas y un techo de paja, me encantó”.
Se enamoró tanto de él que le obsesionaba, incluso se lo llevaba al baño para jugar. “¡Jeffrey, deja de jugar con eso ahora mismo!”, llegó a regañarle alguna vez su madre.
Al cabo de un tiempo, sus padres se divorciaron y ella se trasladó a vivir a un pequeño apartamento. Cuando Jeff tenía 27 años, falleció de cáncer. Semanas después del funeral, el hombre que había convivido con ella durante mucho tiempo recogió todo lo que había en el apartamento y desapareció. Y con él, todos los recuerdos familiares.
“Fue muy duro, perdí muchas cosas de cuando yo era pequeño”, dice Jeff: “Pero las cosas son así y la vida continuó”.
Jeff se hizo policía, como su padre, y se casó con Ann para fundar su propia familia. Se trasladaron a vivir a casi cien kilómetros de distancia de su St Louis (Missouri, Estados Unidos), la ciudad donde había nacido y crecido.
Un día, Jeff y Ann estaban de compras y descubrieron un lugar interesante. “Era una tienda de artículos usados, un auténtico revoltijo”, cuenta Ann: “Entramos, y Jeff descubrió este pequeño belén. Un objeto que yo no me habría llevado. Pero era igual que uno que él había tenido en su infancia, salvo en que las piezas estaban pegadas. Se empeñó en comprarlo”.
Eran solo diez dólares. Jeff se salió con la suya y se lo llevó a casa. Lo arregló, le puso luz eléctrica, y cada Navidad lo sacaba cuidadosamente de la caja y lo colocaba debajo del árbol.
"Era como volver a mi infancia feliz”, dice.
Así fue durante siete Navidades. Hasta que un año no fue Jeff quien sacó el belén de su caja, sino Ann: “Estaba desenrollando el cable, cuando grité: 'Pero Jeff, ¿serás tonto? ¿Por qué escribiste tu nombre debajo de esto?'”
“Creí que me estaba pinchando”, dice Jeff: “Pero cuando me dijo la dirección que estaba escrita, 6524 Leschen… ¡era mi vieja casa en Hillsdale!”
Cuando Jeff tenía ocho años, escribió con lápiz en la base del belén su nombre y dirección en ese barrio de St Louis, y el año, 1963. Incluso tenía aún puesta la etiqueta con el precio. Su madre había pagado por él 98 centavos hacía trenta años. Pero para Jeff ese belén no tenía precio.
“Me puse a llorar como un niño”, recuerda: “Además de algunas fotos, es lo único que me queda de mi madre”.
Jeff llamó inmediatamente a su hermano y a su hermana para darles la noticia, y siempre que piensa en ello se le humedecen los ojos.
“Desde aquella Navidad, cuando acaban las fiestas nunca lo guardamos en el ático. Le reservamos un lugar especial en el armario del vestíbulo. Y se lo entregaremos a nuestro hijo para que se conserve en la familia”.
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