domingo, 10 de septiembre de 2017

ÁNGELUS PAPA FRANCISCO

Iglesia de San Pedro Claver

Queridos hermanos y hermanas:

Poco antes de entrar en esta iglesia donde se conservan las reliquias de san Pedro Claver, he bendecido las primeras piedras de dos instituciones destinadas a atender a personas con grave necesidad y visité la casa de la señora Lorenza, donde acoge cada día a muchos hermanos y hermanas nuestras para darles alimento y cariño. Estos encuentros me han hecho mucho bien porque allí se puede comprobar cómo el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano.

Todos juntos rezaremos el Ángelus, recordando la encarnación del Verbo. Y pensamos en María, que concibió a Jesús y lo trajo al mundo. La contemplamos esta mañana bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Como saben, durante un periodo largo de tiempo esta imagen estuvo abandonada, perdió el color estaba rota y agujereada. Era tratada como un trozo de saco viejo, usándola sin ningún respeto hasta que acabaron desechándola.

Fue entonces cuando una mujer sencilla, que según la tradición se llamaba María Ramos, la primera devota de la Virgen de Chiquinquirá, vio en esa tela algo diferente. Tuvo el valor y la fe de colocar esa imagen borrosa y rajada en un lugar destacado, devolviéndole su dignidad perdida. Supo encontrar y honrar a María, que sostenía a su Hijo en sus brazos, precisamente en lo que para los demás era despreciable e inútil.

De ese modo, se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado.

El Señor nos enseña a través del ejemplo de los humildes y de los que no cuentan. Si a María Ramos, una mujer sencilla, le concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota, a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver trasformada y renovada esa tela de la Virgen. Ellos fueron los primeros en mirar con ojos sencillos ese trozo de paño totalmente nuevo y ver en éste el resplandor de la luz divina, que transforma y hace nuevas todas las cosas. Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez. Ellos, pobres y sencillos, fueron los primeros en ver a la Virgen de Chinquinquirá y se convirtieron en sus misioneros, anunciadores de la belleza y santidad de la Virgen.

Y en esta iglesia le rezaremos a María, que se llamó a sí misma «la esclava del Señor», y a san Pedro Claver, el «esclavo de los negros para siempre», como se hizo llamar desde el día de su profesión solemne. Él esperaba las naves que llegaban desde África al principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Muchas veces los atendía solamente con gestos, gestos evangelizadores, por la imposibilidad de comunicarse, por la diversidad de los idiomas. Pero una caricia trasciende todos los idiomas. Sin embargo, Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad, de la misericordia era comprendido por todos. De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad: van juntas, no se pueden separar. Cuando sentía repugnancia hacia ellos —porque pobrecitos venían en un estado que repugnaba— Pedro Claver le besaba las llagas.

Austero y caritativo hasta el heroísmo, después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, no murió honrado, se olvidaron de él y transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda y en un espantoso estado de abandono. Así paga el mundo; Dios le pagó de otra manera.

Efectivamente, san Pedro Claver ha testimoniado en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos. Este santo fue, por lo demás, acusado injustamente de ser indiscreto por su celo y debió enfrentar duras críticas y una pertinaz oposición por parte de quienes temían que su ministerio socavase el lucrativo comercio de los esclavos.

Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y sus propios derechos.

María de Chiquinquirá y Pedro Claver nos invitan a trabajar por la dignidad de todos nuestros hermanos, en especial por los pobres y descartados de la sociedad, por aquellos que son abandonados, por los emigrantes, por los que sufren la violencia y la trata. Todos ellos tienen su dignidad y son imagen viva de Dios. Todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y a todos nosotros, la Virgen nos sostiene en sus brazos como a hijos queridos.

Dirijamos nuestra oración a la Virgen Madre, para que nos haga descubrir en cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo el rostro de Dios.

Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas:

Desde este lugar, quiero asegurar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela. Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Desde esta ciudad, sede de los derechos humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Que la Virgen Santísima interceda por las necesidades del mundo y de cada uno de sus hijos.

Saludo también a ustedes aquí presentes, venidos de diversos lugares, también a los que siguen esta visita por la radio y la televisión. A todos les deseo un feliz domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí.

Y ahora quisiera darles la bendición. Cada uno de nosotros, antes de recibir la bendición, en un ratito de silencio, meta en su corazón los nombres de las personas que más queremos y también los nombres de las personas que no queremos, los nombres de las personas que nos quieren y los nombres de las personas que sabemos que no nos quieren, para todos y para cada uno pedimos la bendición, para todos.

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