martes, 3 de agosto de 2021

Oración a Santo Domingo

Santo Padre Domingo,

llamado desde siempre

"Luz de la Iglesia" y

"Maestro de la Verdad",

con gran confianza nos dirigimos a ti.

Te rogamos nos obtengas la gracia

de comprender la voluntad del Señor,

la fuerza de seguir sus caminos,

dejándonos guiar por la Sabiduría

que viene de los alto

y la serenidad del espíritu,

que sólo en Dios puede encontrar su paz.


Te confiamos

a todos los que se han alejado de la Iglesia

que puedan recuperar la luz de la fe,

el consuelo de la esperanza

y la alegría del amor que se nos da.

Intercede sobre todo por los jóvenes,

que encuentren en Cristo

el modelo ideal del hombre nuevo

y en su Evangelio la luz que orienta

en el camino de la vida.


Confiamos en tu ayuda,

Santo Padre Domingo,

y en la de los intercesores de la Orden

que la Providencia ha querido

para un servicio de "caridad en la verdad"

en beneficio de toda la humanidad. Amén

Martes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura del libro de los Números (12,1-13):

En aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés, a causa la mujer cusita que había tomado por esposa. Dijeron: «¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?» El Señor lo oyó. Moisés era el hombre más sufrido del mundo. El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María: «Salid los tres hacia la tienda del encuentro.» Y los tres salieron. El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron, y el Señor dijo: «Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no adivinando, contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?»

La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó. Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida, como nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel descolorida. Entonces Aarón dijo a Moisés: «Perdón, señor; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No la dejes a María como un aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida.» Moisés suplicó al Señor: «Por favor, cúrala.»

Palabra de Dios

Salmo 50, Misericordia, Señor: hemos pecado

 Evangelio según san Mateo (14,22-36):

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.

Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»

Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»

En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados.

Palabra del Señor

Compartir:

El Evangelio de hoy empieza y termina con el encuentro de Jesús con las multitudes. Al principio, Jesús se queda con la gente a la que ha dado de comer “para despedirla”. Se ve que no se trataba de una despedida “al por mayor”, sino personal y que requería su tiempo, por lo que retrasa su partida y envía por delante a los apóstoles. Al final, Jesús vuelve a encontrarse con las masas que acuden a Él cargadas de enfermedades. En medio de estos dos encuentros se sitúa, por un lado, su oración en soledad, y, por el otro, el episodio de los discípulos en la barca con viento contrario.

Podemos entender este enmarque como una llamada a la Iglesia, la barca de los discípulos de Jesús: al trato personalizado, a la oración, y también a que no se cierre en sí misma ante los vientos contrarios que la zarandean. Es verdad que esta barca tiene muchos problemas, con frecuencia navega en medio de las olas encrespadas, amenazada con irse a pique. Pero si está en medio del mar y afrontando esos peligros es porque Jesús la ha enviado. La Palabra de Cristo es siempre una llamada a salir de sí, ponerse en camino, afrontar riesgos. Pero, en medio de la tempestad, existe la tentación de centrarse sólo en sí, en la propia salvación, viendo fantasmas que nos hacen gritar de miedo. A veces las tempestades son internas, como las envidias, los celos y las luchas por el poder, de que nos habla la primera lectura: son lepras que desfiguran el rostro de la Iglesia y requieren una oración de sanación. Entonces es fácil olvidar que, pese a los peligros, estamos en misión, enviados por el Señor, y asistidos y acompañados por Él. Jesús, retirado en la soledad de la oración, nos enseña con su ejemplo que el valor para afrontar los vientos contrarios se adquiere en el trato con Dios, que fortalece nuestra fe. “Tener fe” no es un estado inamovible. La fe es una dimensión viva que puede crecer o disminuir, fortalecerse y debilitarse. Pedro tuvo la fe para lanzarse al mar encrespado, pero no la suficiente para caminar por las aguas: le pudo más el temor que la confianza. Su fe necesitaba crecer y fortalecerse de la mano del Maestro, el que nos salva de las tormentas y los fantasmas, amaina los vientos y nos lleva a buen puerto.

lunes, 2 de agosto de 2021

Plegaria a Santo Domingo de Guzmán

Oh admirable esperanza la que diste a los que te lloraban a la hora de tu muerte, prometiéndolos que desde el cielo ampararías a tus hermanos.

 Cumple, Padre, lo que dijiste, socorriéndonos con tus plegarias.

Y, pues, tan esclarecido fuiste en obrar milagros, curando enfermedades corporales, cura nuestras almas enfermas y alcánzanos el amor de Jesucristo.

 Cumple, Padre, lo que dijiste, socorriéndonos con tus plegarias.

V. Ruega por nosotros, bienaventurado Padre Domingo.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

Oración. Oh Dios, que te dignaste iluminar a la Santa Iglesia con los méritos y doctrina de Nuestro Bienaventurado Padre Domingo, haz que por su intercesión nunca le falten los auxilios temporales, y reciba siempre espirituales incrementos. Por Cristo Señor nuestro. Amén.

Lunes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura del libro de los Números (11,4b-15):

En aquellos días, los israelitas dijeron: «¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.» El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y, encima de él, el maná.

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirlo a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»

Palabra de Dios

Salmo,80 Aclamad a Dios, nuestra fuerza

Evangelio según san Mateo (14,13-21):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: «Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor

Compartimos:

Es la situación en que se encuentran los discípulos ante la masa en descampado y hambrienta. Con no poco sentido común, apelan a la autoridad de Jesús para que los despache y que ellos mismos se busquen la vida. Pero, he aquí que Jesús les lanza un desafío imposible: “dadles vosotros de comer”. Es importante caer en la cuenta de que no les dice: “no os preocupéis, ya les doy de comer yo”, sino que les reta a que sean ellos los que respondan a esa necesidad, que claramente supera sus fuerzas.

La necesidad es grande, y los recursos bien escasos: cinco panes y dos peces. Pero, siguiendo la indicación del Maestro, eso poco, con lo que, tal vez, habrían podido remediar su propia necesidad, lo ponen a disposición de Jesús. Posiblemente, esa es la clave para responder a muchos problemas que parecen excedernos: compartir para repartir, renunciar al propio egoísmo, ser capaces de posponer los propios intereses, por más legítimos y perentorios que nos parezcan, tener la generosidad de compartir eso poco que tenemos, poniéndolo a disposición de Cristo. En su amor, los bienes compartidos se multiplican, y sucede el milagro de que alcanza para todos y aún sobra. Y ¿cómo vencer nuestro egoísmo, incluso la natural preocupación prioritaria por las propias necesidades? Escuchando la palabra de Jesús. Posiblemente, si tuviéramos el coraje de escuchar sin excusas las llamadas desafiantes de Cristo, y la generosidad de renunciar a parte de lo nuestro, cambiaría la faz de la tierra.

domingo, 1 de agosto de 2021

Oración a la Beata Juana de Aza

                                            
 
Padre y Señor nuestro, fuente de toda vida, 

que otorgaste a la beata Juana de Aza 

la bendición de sus hijos, en especial

santo Domingo, te pedimos por sus 

méritos el poder educar a nuestros hijos

con sus virtudes y que puedan alcanzar

por su intercesión el gozo de la vida eterna.

Por Jesucristo nuestro Señor y su Sma. Madre.

Amén

«Estos dos mil años de fe y de martirio no son fáciles de suprimir, ni siquiera por decreto ley»

La Orden de Predicadores, cuyos miembros son conocidos popularmente como dominicos, están en pleno Año Jubilar Dominicano, pues en este 2021 se cumple el octavo centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán, uno de los grandes santos que ha dado la Iglesia.

Precisamente, el 8 de agosto se cumplen los 800 de los años del fallecimiento en Bolonia del santo español nacido en Caleruega. En este inmenso periodo de tiempo la orden dominica ha tenido un papel fundamental en la misión de la Iglesia, y todavía hoy tiene mucho que decir y que aportar a una sociedad en muchos lugares ya postcristiana.

Una de las personas que mejor conoce la Orden de Predicadores y que ha tenido la gracia de conocer su trabajo en distintas partes del mundo es fray César Valero, dominico vallisoletano de 65 años y que lo largo de su trayectoria sacerdotal ha ocupado diferentes cargos, lo que le ha permitido vivir además de en distintos puntos de España, en Roma y en Hong Kong.

Actualmente, es vicario del Vicariato Provincial en España de la Provincia de Nuestra Señora del Rosario, creada específicamente en su momento para la evangelización de Oriente. Entre 2014 y 2020 fue el promotor general de las monjas de la orden, siendo la mano derecha del maestro general en todo lo relacionado con las religiosas dominicas. Esta misión le permitió recorrer el mundo entero y conocer la realidad de esta familia religiosa pero también la salud de la Iglesia en países de distintos continentes.

En una entrevista con Religión en Libertad, César Valero OP ahonda en la figura de Santo Domingo, en cómo sería hoy este santo fundador pero también analiza la situación de la orden y los grandes retos a los que se enfrenta, entre ellos la evangelización en un mundo que ha abandonado a Dios así como la grave crisis vocacional:

- A grandes rasgos, ¿podrías explicar quién era Santo Domingo?

-Santo Domingo es un personaje interesante e importante, sobre todo en la historia de la Iglesia de su época, finales del siglo XII y primeras décadas del siglo XIII. Desde muy joven su vida se orientó al ministerio sacerdotal, llegando muy joven a ser canónigo regular en la catedral de Burgo de Osma (Soria) y subprior de su cabildo. Diversas circunstancias y compromisos con su obispo y con el rey de Castilla abrieron su vida a la realidad del cristianismo en la Europa de su tiempo, que se resquebrajaba con la aparición de diversos movimientos evangelistas (cátaros,  albigenses, valdense) que ponían en entredicho la vivencia de la fe por parte de la Iglesia Católica y defendían principios doctrinales diferentes a los del catolicismo romano.

Al encontrarse con esta realidad, Domingo se entregó en cuerpo y alma a la predicación del Evangelio por esa región del Languedoc francés. De ese afán apostólico nació, de un grupo de convertidas del catarismo, la primera comunidad de mujeres contemplativas en lo que pronto iba a ser la Orden de Predicadores. Ubicadas en un cruce de caminos, junto a la iglesia de Santa María de Prulla, siguen hoy en día, tras más de ochocientos años de historia, acompañando e intercediendo por toda la acción apostólica y evangelizadora de la Orden de Predicadores, la gran obra de Santo Domingo, que desde los inicios contó también con la colaboración de laicos católicos y los primeros compañeros frailes para este proyecto apostólico universal confirmado por el Papa Honorio III en 1216.

-¿Qué destacarías de él?

-Es difícil encerrar en palabras la semblanza humana y espiritual de este hombre extraordinario. Destaco de él su vida recogida, centrada y concentrada en el misterio de Dios, que hizo de él un hombre de oración; un buscador de la Verdad, accediendo a ella también desde la reflexión profunda y el estudio asiduo. Su atención, amor, memorización y encarnación de la Palabra, hizo de él un hombre peculiarmente Cristocéntrico.

Me maravilla su sensibilidad para con el sufrimiento de sus hermanas y hermanos, su atención para aliviar compasivamente estos sufrimientos; su intercesión con lágrimas, cuando la acción no estaba ya al alcance de sus manos. Imposible olvidar su afán apostólico y evangelizador, su empeño de ir siempre más allá portando la gracia del amor de Dios, la alegría inexplicable de la fe, que siempre iluminaba su rostro; la ternura y delicadeza de su trato con cualquiera se encontrara. Inspirado siempre y confortado por la presencia maternal de Santa María, Virgen, Madre y Maestra, de su vida y de su Orden.

- Si Santo Domingo viviera en nuestros días, ¿cómo te lo imaginas y cómo sería su misión?

-Me lo imagino como un hombre sereno e inquieto, con las ideas claras. Retornando siempre al Evangelio para impregnar de él todos los componentes de su vida y acción. Le pienso y siento muy atento a lo que acontece en la iglesia y en la sociedad. Su misión sería hoy como la que fue esencialmente en su momento histórico: ofrecer con su vida y con todos los instrumentos a su alcance (incluyendo, por supuesto, todas estas nuevas tecnologías que forman ya parte de nuestra vida) el Evangelio en estado puro; aprovechando toda ocasión para hacerlo llegar a donde no es conocido o es despreciado. Muy posiblemente nos sorprendería a muchos con algún proyecto creativo a emprender para que el Misterio de Dios sea aceptado por muchos haciendo brillar en sus vidas la cálida e iridiscente luz de la esperanza.

 - Se dice pronto, pero han pasado ocho siglos desde la muerte de Santo Domingo… ¿en qué ha cambiado la Orden de Predicadores desde un tiempo en el que el mundo era totalmente diferente y en qué sigue igual que entonces?

-Han cambiado algunos usos y costumbres: algunos de nuestros conventos son estructuras arquitectónicas modernas, o viviendas humildes en medio de otras muchas. Usamos las nuevas tecnologías para estudiar, para predicar, para trasladarnos... A veces se nos encuentra tradicionalmente vestidos con nuestro hábito talar casi milenario, y otras algo más desapercibidos y “agiornados”...

Pero la identidad sigue siendo la misma: la Orden de Predicadores, y en su extensión la Familia Dominicana, es una gran familia en medio del mundo, constituida por mujeres y hombres que, siguiendo las huellas de Domingo de Guzmán, hemos entregado la vida a la causa del Señor Jesucristo para intentar día tras día, y alentados por la fuerza de su Santo Espíritu, ser un reflejo humilde, y si es posible, elocuente, de su Evangelio.

- ¿Qué puede aportar todavía hoy la Orden dominicana en la evangelización y la misión de la Iglesia?

-Nuestro gran reto, ayer, hoy y siempre, es ofrecer autenticidad evangélica. Esta tarea conlleva el estar muy atentos a no dejarnos atrapar por las ofertas, a veces demasiado  seductoras, que a menudo nos rodean y que están tan alejadas del Evangelio del Señor Jesucristo.  Queremos seguir aportando generosidad y coraje y espíritu profético.

Fr. Vicente de Couesnongle, dominico francés y  83º sucesor de Santo Domingo como Maestro de la Orden, apuntaba en la década de los setenta del pasado siglo XX: ‘No hay vida dominicana sin entrega, sin exponerse, sin correr riesgos en favor de los otros’. Esta misma sigue siendo hoy nuestra apuesta, acompañada de un pensamiento crítico con fundamento en la reflexión y el estudio bíblico y teológico. Se trata de seguir dando luz desde el amor y desde la razón.

-¿Cómo poder ser “predicadores” en una sociedad como la actual en la que no se está dispuesto a escuchar o hay tanto ruido que impide poder escuchar?

-El predicador debe seguir siendo un hombre entre los hombres. Así lo fue el Señor Jesucristo. Así lo fueron los apóstoles: Pedro y Pablo a la cabeza. Así lo fue Domingo de Guzmán.

El predicador, hombre entre los hombres, debe ser escuchante antes que orador. Solo las palabras nutridas de la Palabra y amasadas en largos ratos de escucha y reflexión atentas puede tocar la hondura del ser humano, ciertamente reclamado hoy por demasiados destellos seductores.

El predicador, un hombre entre los hombres, y siempre atento a la Palabra para hilvanar con ella sus palabras, ha de estar también hoy dispuesto, como Domingo de Guzmán, a ir siempre más allá. Hoy, junto a las fronteras geográficas, se abren otras, a la vez más próximas y más remotas, de más difícil acceso, para el humilde predicador. Se trata de las fronteras existenciales.

Estas lejanías existenciales están ahí, conviviendo codo a codo, con nosotros en el devenir de los días, las encontramos allí donde se genera la indiferencia religiosa, donde la prepotencia absolutizadora del saber asfixia la conexión con el Misterio, donde la injusticia se agazapa y extiende sus tentáculos de discriminación y miseria, donde los espejismos del disfrute inmediato endurecen el caparazón del individualismo hedonista,  donde la multitud de los desvalidos amasan las migajas del confort con lágrimas de amargura, donde las ensoñaciones de lo efímero nos hacen perder realismo, donde la violencia destruye despiadada, donde la propia vida humana es considerada como una mercadería más de nuestro afán consumista...

Llevar la luz del Evangelio a estos ámbitos existenciales es un reto difícil y apasionante para el predicador de hoy.

- Me llama mucho la atención la relación de España, en este caso de su Iglesia, en la historia de la Iglesia. Santo Domingo fue una respuesta providencial en su tiempo. San Ignacio, San Francisco Javier, San Juan de la Cruz o Santa Teresa lo fueron en el suyo. Lo mismo se puede decir de otros santos e incluso en el siglo XX varias de las nuevas realidades de la Iglesia más importantes han surgido también en nuestro país. ¿Qué explicación puede tener esto?

-Las raíces, las esencias, están ahí. Dos mil años de fe y de martirio no son fáciles de suprimir. Ni siquiera por decreto ley. Y en cualquier lugar y momento rebrotan con vigor. Por esto es tan importante seguir sembrando, aunque no pocas veces la sensación sea que lo hacemos sobre asfalto. Cada palabra es una semilla, y si la semilla lleva gérmenes de Dios no se perderá jamás; quizás no lo vean nuestros ojos, pero su fruto llegará.

- Centrándonos un poco más en ti, ¿por qué ser dominico? ¿Cómo surgió tu vocación?

La respuesta sintética es: “Siempre fui diciendo sí”.  Veo ahora, con el paso de los años, ciertos elementos en mi infancia que fueron despertando y consolidando el sentimiento religioso y vocacional como de  forma natural, y encontraron un buen nutriente en mi sencilla familia y en el ambiente cristiano de un pequeño pueblo castellano de mediados del siglo XX. Simplemente fui diciendo sí a cuantos reclamos de contenido religioso llegaban hasta mí: ‘¿Quieres ser monaguillo? ¿Te gustaría rezar el rosario antes de comenzar la celebración de la Eucaristía? ¿Te parece buena idea ir a estudiar al colegio de los dominicos en Valladolid? ¿Estarías dispuesto a comenzar tu año de noviciado en el convento de Santo Domingo de Ocaña (Toledo)?’ Yo iba diciendo sí. Y ahora veo que detrás de esos síes, no siempre profunda y sesudamente consolidados, el Señor iba haciendo su obra de forma casi imperceptible.

He pensado con frecuencia, que las historias vocacionales guardan cierta similitud con dos formas de adentrarnos en el mar cuando llegamos a una playa. Hay playas en las que necesitas avanzar varios metros para sentirte envuelto por el mar. En otras, a penas inicias el camino, de repente, el mar te envuelve.

Hay vocaciones que se han ido fraguando en un lento y constante caminar en el que poco a poco el Señor Jesucristo ha ido llevándote y llenándote de él. En otras ocasiones Él ha llegado de pronto, reclamando tu atención y colmando de dicha en un instante todos tus anhelos. Pienso que un ejemplo de la primera imagen fue la propia historia de Santo Domingo. Y en la segunda imagen podríamos quizás incluir a San Agustín. También yo me encuentro en ese lento caminar por una playa de declive suave que casi sin notarlo te va colmado en el mar del misterio y de la dicha de Dios.

Ahora miro con gratitud la gracia, absolutamente inmerecida, de haber llegado a esta gran familia religiosa, en la que mujeres y hombres de talla humana y espíritu sobrecogedoras, han compartido carisma y sueños con quienes en la actualidad seguimos la misma senda.

Así, a bote pronto, pienso en Domingo de Guzmán, Manés de Guzmán, Jordán de Sajonia, Cecilia Cesarini, Jacinto de Polonia, Raimundo de Peñafort, Margarita de Hungría, Pedro de Verona, Inés de Montepulciano, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Catalina de Siena, Vicente Ferrer, Antonino de Florencia, Juan de Fiésole, Luis Bertrán, Juan de Colonia, Pío V, Álvaro de Córdoba, Martín de Porres, Rosa de Lima, Juan Macías, Ana de los Ángeles Monteagudo y Ponce de León, Bartolomé de las Casas, Antonio Montesinos, Francisco de Vitoria, Francisco Fernández de Capillas, Jerónimo Hermosilla, Lucas del Espíritu Santo, Ignacio Delgado, Pedro José Almató, Valentín de Berriochoa, José Fernández, Lorenzo Ruiz, Ascensión Nicol Goñi, Francisco Coll, Pier Giorgio Frassati, Buenaventura García Paredes... ¡y tantas otras y otros!

¡Me siento tan pequeño e indigno entre ellos, y a la vez tan feliz y agradecido...!

- A lo largo de tu vida como dominico y los importantes cargos que has ocupado has podido recorrer todo el mundo. Conoces muy bien España, pero también has vivido en Asia, has recorrido América y también has viajado por África. ¿Qué similitudes y diferencias encuentras entre unos lugares y otros tanto a  nivel de vivencia de la fe como en la situación de la Orden?

-Por comenzar por lo último, la Orden en su conjunto goza de buena salud. En distintos lugares del mundo nuevas vocaciones van incorporándose a nuestras comunidades. Recuerdo un precioso encuentro en el Monasterio de Monjas Dominicas en Farmington Hills, USA, entre las numerosas hermanas de esta comunidad y un grupo de cinco o seis frailes novicios acompañados por su Maestro. Compartimos largo rato en la noche. Días después, en San Luis, viví una experiencia semejante en la casa de formación con un buen grupo de jóvenes estudiantes, miembros de la Orden, algunos de ellos aproximándose ya a la ordenación sacerdotal. Otro tanto podría apuntar de jóvenes dominicos en Vietnam, en Benín, Kenia, Bolivia, Perú, México... con quienes tuve la dicha de compartir oración, reflexión y fraternidad.

La Provincia dominicana de Ntra. Sra. del Rosario, a la que yo pertenezco, tiene igualmente un hermoso plantel de jóvenes formándose en Hong Kong, Macao y Roma.

Y también en diversos países de Europa van surgiendo jóvenes interesados en abrazar nuestra vida. En este sentido llama la atención el numeroso grupo de frailes dominicos en Polonia, entusiastas, bien formados, emprendedores...

Bajo mi punto de vista, a pesar de estos hermosos signos de esperanza, es preocupante en Europa la despreocupación y apatía religiosa que marca a grandes sectores de su sociedad. Este hecho es para todos los creyentes un riesgo y un reto. El riesgo de que este “apateismo” siga avanzando; y el reto de salir a su encuentro con un profundo y bien vertebrado testimonio de vida cristiana.

Como contraste es una gran alegría sentir que en el mundo entero la Iglesia Católica mantiene dinamismo y unidad. Y que en muchas sociedades, pese a deficiencias y errores del ayer y del presente, sigue siendo un referente de valores e interlocutora en conflictos y tensiones.

He sentido con asombro y estremecimiento el amor de tantísimas personas por la Virgen María, a quien veneran con tanto amor en lugares ya emblemáticos: Guadalupe, Aparecida, Luján... Ante ella presentamos la realidad de la Iglesia Católica en el mundo y la de la Orden de Predicadores para que el encargo recibido de anunciar el Evangelio no mengüe ante cualquier dificultad.

Frailes dominicos

En distintas partes del mundo, la Orden de Predicadores sigue atrayendo nuevas vocaciones

- Pese a cuanto nos has comentado, la escasez de vocaciones sigue siendo una de las grandes preocupaciones de la Iglesia. ¿Qué crees que se debería hacer para acabar con esta crisis vocacional?

-Sí. La preocupación es grande y las respuestas no son fáciles. Nuestra Iglesia, con el Papa Francisco a la cabeza, camina y busca cómo actuar en este campo. Lo cierto es que existen decenas de iniciativas que van dando sus frutos. Por mi parte, únicamente me atrevo a subrayar tres realidades:

En primer lugar la realidad de la familia. Hace ya algunos años, al finalizar la celebración de la Eucaristía en un gran municipio andaluz, una señora, ya abuela, con gran amor hacia la Iglesia, y preocupada también por la escasez vocacional, me decía: ‘Deberíamos comenzar por hablar bien de la Iglesia en nuestras propias familias, para que los más jóvenes conozcan, amen y valoren la vocación sacerdotal y religiosa”. Creo que la buena señora tenía mucha razón. El cuidado del ámbito familiar es una clave y piedra quicial para el tema que nos ocupa. Si los padres viven una verdadera vocación cristiana como tales, si valoran la realidad de la Iglesia y su acción en medio del mundo, si expresan estima y alegría ante la posibilidad de una vocación de especial consagración para sus hijas e hijos, todo ello puede ser instrumento aprovechados por el Señor para dejar oír y sentir su llamada.

En segundo lugar, creo que es imprescindible dedicar tiempo a los niños, adolescentes y jóvenes. Por supuesto en el ámbito familiar, anteriormente expresado. Y también en las acciones catequéticas y educativas en parroquias y centros educativos. En toda acción pastoral deberíamos intentar provocar en sus destinatarios, salvando todo lo salvable, algo parecido a lo experimentado por los acompañantes de Jesús en el Monte Tabor: ‘¡Señor, qué bien se está aquí!’. Para aproximarnos a crear ese ambiente necesitaremos mucha formación. Mucha creatividad y, sobre todo, mucha vida interior de encuentro con el Señor, y de alegría y gozo por lo que Él es y significa para nosotros.

Finalmente, y en tercer lugar, ser todos nosotros, los creyentes, expresión de una vida que se vive apasionadamente y acompañada por una alegría inexplicable. Una vida que se vive con pasión siempre despierta asombro; y, quizás también, emulación. Sacerdotes, religiosos, matrimonios, profesionales católicos... todos estamos llamados a vivir nuestra fe y compromiso cristianos con esta densidad. Sería sumamente interesante que cada uno de nosotros hiciéramos nuestro este pensamiento e intentáramos vivir en clave vocacional cristiana lo que sugiere: ‘Lo que nosotros hemos amado otros lo amarán, y nosotros les enseñaremos como’.

Con este compromiso y esta esperanza seguiremos caminando y sembrando. Y rogando al Dueño de la mies que no deje de enviar operarios a su campo.

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

 Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La escena inicial del Evangelio en la liturgia de hoy (cf. Jn 6,24-35) nos muestra algunas barcas que se dirigen hacia Cafarnaúm: la multitud está yendo a buscar a Jesús. Podríamos pensar que sea algo muy bueno, sin embargo, el Evangelio nos enseña que no basta con buscar a Dios, también hay que preguntarse por qué lo buscamos. De hecho, Jesús dice: "Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado". La gente, efectivamente, había asistido al prodigio de la multiplicación de los panes, pero no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro exterior y se había quedado en el pan material, solamente allí, sin ir más allá, al significado.


He aquí, una primera pregunta que podemos hacernos: ¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué busco yo al Señor?¿Cuáles son las motivaciones de mi de, de nuestra fe? Necesitamos discernirlo porque entre las muchas tentaciones que tenemos en la vida, entre las tantas tentaciones hay una que podríamos llamar tentación idolátrica. Es la que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro propio provecho, para resolver los problemas, para tener gracias a Él lo que no podemos conseguir por nosotros mismos, por interés. Pero así, la fe es superficial y -me permito la palabra- la fe es milagrera: buscamos a Dios para que nos alimente y luego nos olvidamos de Él cuando estamos satisfechos. En el centro de esta fe inmadura no está Dios, sino nuestras necesidades. Pienso en nuestros intereses, en tantas cosas...Es justo presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con nosotros ante todo en una relación de amor. Y el verdadero amor es desinteresado, es gratuito: ¡no se ama para recibir un favor a cambio! Eso es interés; y tantas veces en la vida somos interesados.


Nos puede ayudar una segunda pregunta que la multitud dirige a Jesús: "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? (v. 28). Es como si la gente, provocada por Jesús, dijera: "¿Cómo podemos purificar nuestra búsqueda de Dios?, ¿Cómo pasar de una fe mágica, que sólo piensa en las propias necesidades, a la fe que agrada a Dios?". Y Jesús indica el camino: responde que la obra de Dios es acoger a quien el Padre ha enviado, es decir, acogerle a Él mismo, a Jesús. No es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a Jesús, es acogerlo en la vida y vivir una historia de amor con Jesús. Será Él quien purifique nuestra fe. No podemos hacerlo por nosotros mismos. Pero el Señor desea una relación de amor con nosotros: antes de las cosas que recibimos y hacemos, está Él para amar. Hay una relación con Él que va más allá de la lógica del interés y del cálculo.

Esto es así con respecto a Dios, pero también en nuestras relaciones humanas y sociales: cuando buscamos sobre todo la satisfacción de nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar a las personas y explotar las situaciones para nuestros fines. Cuántas veces hemos escuchado de una persona: “Pero esta usa a la gente y luego se olvida” Usar a las personas por el interés proprio. Está muy mal. Y una sociedad cuyo centro sean los intereses en lugar de las personas es una sociedad que no genera vida. La invitación del Evangelio es ésta: en lugar de preocuparnos sólo por el pan material que nos quita el hambre, acojamos a Jesús como pan de vida y, a partir de nuestra amistad con Él, aprendamos a amarnos entre nosotros. Con gratuidad y sin cálculo. Amor gratuito y sin cálculos, sin usar a la gente, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad. Recemos ahora a la Virgen Santa, a la que vivió la más bella historia de amor con Dios, para que nos dé la gracia de abrirnos al encuentro con su Hijo.

Queridos hermanos y hermanas

Saludo de todo corazón a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de diversos países.

Este domingo, en particular, tengo la alegría de saludar a varios grupos de jóvenes: los de Zoppola, en la diócesis de Concordia-Pordenone, los de Bolonia, que han recorrido la Vía Francigena desde Orvieto hasta Roma, los del campamento itinerante organizado en Roma por las Hermanas Pías Discípulas del Divino Maestro.

También saludo con afecto a los jóvenes y educadores del grupo "Dopo di Noi" de Villa Iris de Gradiscutta di Varmo, en la provincia de Udine. Y veo algunas banderas peruanas y os saludo a vosotros peruanos, que tenéis un nuevo presidente. ¡Que el Señor bendiga siempre vuestro país!

Os deseo a todos un buen domingo y un mes de agosto sereno... demasiado caluroso, ¡pero que sea sereno!

Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.¡Buen almuerzo y hasta pronto!