domingo, 1 de agosto de 2021

«Estos dos mil años de fe y de martirio no son fáciles de suprimir, ni siquiera por decreto ley»

La Orden de Predicadores, cuyos miembros son conocidos popularmente como dominicos, están en pleno Año Jubilar Dominicano, pues en este 2021 se cumple el octavo centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán, uno de los grandes santos que ha dado la Iglesia.

Precisamente, el 8 de agosto se cumplen los 800 de los años del fallecimiento en Bolonia del santo español nacido en Caleruega. En este inmenso periodo de tiempo la orden dominica ha tenido un papel fundamental en la misión de la Iglesia, y todavía hoy tiene mucho que decir y que aportar a una sociedad en muchos lugares ya postcristiana.

Una de las personas que mejor conoce la Orden de Predicadores y que ha tenido la gracia de conocer su trabajo en distintas partes del mundo es fray César Valero, dominico vallisoletano de 65 años y que lo largo de su trayectoria sacerdotal ha ocupado diferentes cargos, lo que le ha permitido vivir además de en distintos puntos de España, en Roma y en Hong Kong.

Actualmente, es vicario del Vicariato Provincial en España de la Provincia de Nuestra Señora del Rosario, creada específicamente en su momento para la evangelización de Oriente. Entre 2014 y 2020 fue el promotor general de las monjas de la orden, siendo la mano derecha del maestro general en todo lo relacionado con las religiosas dominicas. Esta misión le permitió recorrer el mundo entero y conocer la realidad de esta familia religiosa pero también la salud de la Iglesia en países de distintos continentes.

En una entrevista con Religión en Libertad, César Valero OP ahonda en la figura de Santo Domingo, en cómo sería hoy este santo fundador pero también analiza la situación de la orden y los grandes retos a los que se enfrenta, entre ellos la evangelización en un mundo que ha abandonado a Dios así como la grave crisis vocacional:

- A grandes rasgos, ¿podrías explicar quién era Santo Domingo?

-Santo Domingo es un personaje interesante e importante, sobre todo en la historia de la Iglesia de su época, finales del siglo XII y primeras décadas del siglo XIII. Desde muy joven su vida se orientó al ministerio sacerdotal, llegando muy joven a ser canónigo regular en la catedral de Burgo de Osma (Soria) y subprior de su cabildo. Diversas circunstancias y compromisos con su obispo y con el rey de Castilla abrieron su vida a la realidad del cristianismo en la Europa de su tiempo, que se resquebrajaba con la aparición de diversos movimientos evangelistas (cátaros,  albigenses, valdense) que ponían en entredicho la vivencia de la fe por parte de la Iglesia Católica y defendían principios doctrinales diferentes a los del catolicismo romano.

Al encontrarse con esta realidad, Domingo se entregó en cuerpo y alma a la predicación del Evangelio por esa región del Languedoc francés. De ese afán apostólico nació, de un grupo de convertidas del catarismo, la primera comunidad de mujeres contemplativas en lo que pronto iba a ser la Orden de Predicadores. Ubicadas en un cruce de caminos, junto a la iglesia de Santa María de Prulla, siguen hoy en día, tras más de ochocientos años de historia, acompañando e intercediendo por toda la acción apostólica y evangelizadora de la Orden de Predicadores, la gran obra de Santo Domingo, que desde los inicios contó también con la colaboración de laicos católicos y los primeros compañeros frailes para este proyecto apostólico universal confirmado por el Papa Honorio III en 1216.

-¿Qué destacarías de él?

-Es difícil encerrar en palabras la semblanza humana y espiritual de este hombre extraordinario. Destaco de él su vida recogida, centrada y concentrada en el misterio de Dios, que hizo de él un hombre de oración; un buscador de la Verdad, accediendo a ella también desde la reflexión profunda y el estudio asiduo. Su atención, amor, memorización y encarnación de la Palabra, hizo de él un hombre peculiarmente Cristocéntrico.

Me maravilla su sensibilidad para con el sufrimiento de sus hermanas y hermanos, su atención para aliviar compasivamente estos sufrimientos; su intercesión con lágrimas, cuando la acción no estaba ya al alcance de sus manos. Imposible olvidar su afán apostólico y evangelizador, su empeño de ir siempre más allá portando la gracia del amor de Dios, la alegría inexplicable de la fe, que siempre iluminaba su rostro; la ternura y delicadeza de su trato con cualquiera se encontrara. Inspirado siempre y confortado por la presencia maternal de Santa María, Virgen, Madre y Maestra, de su vida y de su Orden.

- Si Santo Domingo viviera en nuestros días, ¿cómo te lo imaginas y cómo sería su misión?

-Me lo imagino como un hombre sereno e inquieto, con las ideas claras. Retornando siempre al Evangelio para impregnar de él todos los componentes de su vida y acción. Le pienso y siento muy atento a lo que acontece en la iglesia y en la sociedad. Su misión sería hoy como la que fue esencialmente en su momento histórico: ofrecer con su vida y con todos los instrumentos a su alcance (incluyendo, por supuesto, todas estas nuevas tecnologías que forman ya parte de nuestra vida) el Evangelio en estado puro; aprovechando toda ocasión para hacerlo llegar a donde no es conocido o es despreciado. Muy posiblemente nos sorprendería a muchos con algún proyecto creativo a emprender para que el Misterio de Dios sea aceptado por muchos haciendo brillar en sus vidas la cálida e iridiscente luz de la esperanza.

 - Se dice pronto, pero han pasado ocho siglos desde la muerte de Santo Domingo… ¿en qué ha cambiado la Orden de Predicadores desde un tiempo en el que el mundo era totalmente diferente y en qué sigue igual que entonces?

-Han cambiado algunos usos y costumbres: algunos de nuestros conventos son estructuras arquitectónicas modernas, o viviendas humildes en medio de otras muchas. Usamos las nuevas tecnologías para estudiar, para predicar, para trasladarnos... A veces se nos encuentra tradicionalmente vestidos con nuestro hábito talar casi milenario, y otras algo más desapercibidos y “agiornados”...

Pero la identidad sigue siendo la misma: la Orden de Predicadores, y en su extensión la Familia Dominicana, es una gran familia en medio del mundo, constituida por mujeres y hombres que, siguiendo las huellas de Domingo de Guzmán, hemos entregado la vida a la causa del Señor Jesucristo para intentar día tras día, y alentados por la fuerza de su Santo Espíritu, ser un reflejo humilde, y si es posible, elocuente, de su Evangelio.

- ¿Qué puede aportar todavía hoy la Orden dominicana en la evangelización y la misión de la Iglesia?

-Nuestro gran reto, ayer, hoy y siempre, es ofrecer autenticidad evangélica. Esta tarea conlleva el estar muy atentos a no dejarnos atrapar por las ofertas, a veces demasiado  seductoras, que a menudo nos rodean y que están tan alejadas del Evangelio del Señor Jesucristo.  Queremos seguir aportando generosidad y coraje y espíritu profético.

Fr. Vicente de Couesnongle, dominico francés y  83º sucesor de Santo Domingo como Maestro de la Orden, apuntaba en la década de los setenta del pasado siglo XX: ‘No hay vida dominicana sin entrega, sin exponerse, sin correr riesgos en favor de los otros’. Esta misma sigue siendo hoy nuestra apuesta, acompañada de un pensamiento crítico con fundamento en la reflexión y el estudio bíblico y teológico. Se trata de seguir dando luz desde el amor y desde la razón.

-¿Cómo poder ser “predicadores” en una sociedad como la actual en la que no se está dispuesto a escuchar o hay tanto ruido que impide poder escuchar?

-El predicador debe seguir siendo un hombre entre los hombres. Así lo fue el Señor Jesucristo. Así lo fueron los apóstoles: Pedro y Pablo a la cabeza. Así lo fue Domingo de Guzmán.

El predicador, hombre entre los hombres, debe ser escuchante antes que orador. Solo las palabras nutridas de la Palabra y amasadas en largos ratos de escucha y reflexión atentas puede tocar la hondura del ser humano, ciertamente reclamado hoy por demasiados destellos seductores.

El predicador, un hombre entre los hombres, y siempre atento a la Palabra para hilvanar con ella sus palabras, ha de estar también hoy dispuesto, como Domingo de Guzmán, a ir siempre más allá. Hoy, junto a las fronteras geográficas, se abren otras, a la vez más próximas y más remotas, de más difícil acceso, para el humilde predicador. Se trata de las fronteras existenciales.

Estas lejanías existenciales están ahí, conviviendo codo a codo, con nosotros en el devenir de los días, las encontramos allí donde se genera la indiferencia religiosa, donde la prepotencia absolutizadora del saber asfixia la conexión con el Misterio, donde la injusticia se agazapa y extiende sus tentáculos de discriminación y miseria, donde los espejismos del disfrute inmediato endurecen el caparazón del individualismo hedonista,  donde la multitud de los desvalidos amasan las migajas del confort con lágrimas de amargura, donde las ensoñaciones de lo efímero nos hacen perder realismo, donde la violencia destruye despiadada, donde la propia vida humana es considerada como una mercadería más de nuestro afán consumista...

Llevar la luz del Evangelio a estos ámbitos existenciales es un reto difícil y apasionante para el predicador de hoy.

- Me llama mucho la atención la relación de España, en este caso de su Iglesia, en la historia de la Iglesia. Santo Domingo fue una respuesta providencial en su tiempo. San Ignacio, San Francisco Javier, San Juan de la Cruz o Santa Teresa lo fueron en el suyo. Lo mismo se puede decir de otros santos e incluso en el siglo XX varias de las nuevas realidades de la Iglesia más importantes han surgido también en nuestro país. ¿Qué explicación puede tener esto?

-Las raíces, las esencias, están ahí. Dos mil años de fe y de martirio no son fáciles de suprimir. Ni siquiera por decreto ley. Y en cualquier lugar y momento rebrotan con vigor. Por esto es tan importante seguir sembrando, aunque no pocas veces la sensación sea que lo hacemos sobre asfalto. Cada palabra es una semilla, y si la semilla lleva gérmenes de Dios no se perderá jamás; quizás no lo vean nuestros ojos, pero su fruto llegará.

- Centrándonos un poco más en ti, ¿por qué ser dominico? ¿Cómo surgió tu vocación?

La respuesta sintética es: “Siempre fui diciendo sí”.  Veo ahora, con el paso de los años, ciertos elementos en mi infancia que fueron despertando y consolidando el sentimiento religioso y vocacional como de  forma natural, y encontraron un buen nutriente en mi sencilla familia y en el ambiente cristiano de un pequeño pueblo castellano de mediados del siglo XX. Simplemente fui diciendo sí a cuantos reclamos de contenido religioso llegaban hasta mí: ‘¿Quieres ser monaguillo? ¿Te gustaría rezar el rosario antes de comenzar la celebración de la Eucaristía? ¿Te parece buena idea ir a estudiar al colegio de los dominicos en Valladolid? ¿Estarías dispuesto a comenzar tu año de noviciado en el convento de Santo Domingo de Ocaña (Toledo)?’ Yo iba diciendo sí. Y ahora veo que detrás de esos síes, no siempre profunda y sesudamente consolidados, el Señor iba haciendo su obra de forma casi imperceptible.

He pensado con frecuencia, que las historias vocacionales guardan cierta similitud con dos formas de adentrarnos en el mar cuando llegamos a una playa. Hay playas en las que necesitas avanzar varios metros para sentirte envuelto por el mar. En otras, a penas inicias el camino, de repente, el mar te envuelve.

Hay vocaciones que se han ido fraguando en un lento y constante caminar en el que poco a poco el Señor Jesucristo ha ido llevándote y llenándote de él. En otras ocasiones Él ha llegado de pronto, reclamando tu atención y colmando de dicha en un instante todos tus anhelos. Pienso que un ejemplo de la primera imagen fue la propia historia de Santo Domingo. Y en la segunda imagen podríamos quizás incluir a San Agustín. También yo me encuentro en ese lento caminar por una playa de declive suave que casi sin notarlo te va colmado en el mar del misterio y de la dicha de Dios.

Ahora miro con gratitud la gracia, absolutamente inmerecida, de haber llegado a esta gran familia religiosa, en la que mujeres y hombres de talla humana y espíritu sobrecogedoras, han compartido carisma y sueños con quienes en la actualidad seguimos la misma senda.

Así, a bote pronto, pienso en Domingo de Guzmán, Manés de Guzmán, Jordán de Sajonia, Cecilia Cesarini, Jacinto de Polonia, Raimundo de Peñafort, Margarita de Hungría, Pedro de Verona, Inés de Montepulciano, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Catalina de Siena, Vicente Ferrer, Antonino de Florencia, Juan de Fiésole, Luis Bertrán, Juan de Colonia, Pío V, Álvaro de Córdoba, Martín de Porres, Rosa de Lima, Juan Macías, Ana de los Ángeles Monteagudo y Ponce de León, Bartolomé de las Casas, Antonio Montesinos, Francisco de Vitoria, Francisco Fernández de Capillas, Jerónimo Hermosilla, Lucas del Espíritu Santo, Ignacio Delgado, Pedro José Almató, Valentín de Berriochoa, José Fernández, Lorenzo Ruiz, Ascensión Nicol Goñi, Francisco Coll, Pier Giorgio Frassati, Buenaventura García Paredes... ¡y tantas otras y otros!

¡Me siento tan pequeño e indigno entre ellos, y a la vez tan feliz y agradecido...!

- A lo largo de tu vida como dominico y los importantes cargos que has ocupado has podido recorrer todo el mundo. Conoces muy bien España, pero también has vivido en Asia, has recorrido América y también has viajado por África. ¿Qué similitudes y diferencias encuentras entre unos lugares y otros tanto a  nivel de vivencia de la fe como en la situación de la Orden?

-Por comenzar por lo último, la Orden en su conjunto goza de buena salud. En distintos lugares del mundo nuevas vocaciones van incorporándose a nuestras comunidades. Recuerdo un precioso encuentro en el Monasterio de Monjas Dominicas en Farmington Hills, USA, entre las numerosas hermanas de esta comunidad y un grupo de cinco o seis frailes novicios acompañados por su Maestro. Compartimos largo rato en la noche. Días después, en San Luis, viví una experiencia semejante en la casa de formación con un buen grupo de jóvenes estudiantes, miembros de la Orden, algunos de ellos aproximándose ya a la ordenación sacerdotal. Otro tanto podría apuntar de jóvenes dominicos en Vietnam, en Benín, Kenia, Bolivia, Perú, México... con quienes tuve la dicha de compartir oración, reflexión y fraternidad.

La Provincia dominicana de Ntra. Sra. del Rosario, a la que yo pertenezco, tiene igualmente un hermoso plantel de jóvenes formándose en Hong Kong, Macao y Roma.

Y también en diversos países de Europa van surgiendo jóvenes interesados en abrazar nuestra vida. En este sentido llama la atención el numeroso grupo de frailes dominicos en Polonia, entusiastas, bien formados, emprendedores...

Bajo mi punto de vista, a pesar de estos hermosos signos de esperanza, es preocupante en Europa la despreocupación y apatía religiosa que marca a grandes sectores de su sociedad. Este hecho es para todos los creyentes un riesgo y un reto. El riesgo de que este “apateismo” siga avanzando; y el reto de salir a su encuentro con un profundo y bien vertebrado testimonio de vida cristiana.

Como contraste es una gran alegría sentir que en el mundo entero la Iglesia Católica mantiene dinamismo y unidad. Y que en muchas sociedades, pese a deficiencias y errores del ayer y del presente, sigue siendo un referente de valores e interlocutora en conflictos y tensiones.

He sentido con asombro y estremecimiento el amor de tantísimas personas por la Virgen María, a quien veneran con tanto amor en lugares ya emblemáticos: Guadalupe, Aparecida, Luján... Ante ella presentamos la realidad de la Iglesia Católica en el mundo y la de la Orden de Predicadores para que el encargo recibido de anunciar el Evangelio no mengüe ante cualquier dificultad.

Frailes dominicos

En distintas partes del mundo, la Orden de Predicadores sigue atrayendo nuevas vocaciones

- Pese a cuanto nos has comentado, la escasez de vocaciones sigue siendo una de las grandes preocupaciones de la Iglesia. ¿Qué crees que se debería hacer para acabar con esta crisis vocacional?

-Sí. La preocupación es grande y las respuestas no son fáciles. Nuestra Iglesia, con el Papa Francisco a la cabeza, camina y busca cómo actuar en este campo. Lo cierto es que existen decenas de iniciativas que van dando sus frutos. Por mi parte, únicamente me atrevo a subrayar tres realidades:

En primer lugar la realidad de la familia. Hace ya algunos años, al finalizar la celebración de la Eucaristía en un gran municipio andaluz, una señora, ya abuela, con gran amor hacia la Iglesia, y preocupada también por la escasez vocacional, me decía: ‘Deberíamos comenzar por hablar bien de la Iglesia en nuestras propias familias, para que los más jóvenes conozcan, amen y valoren la vocación sacerdotal y religiosa”. Creo que la buena señora tenía mucha razón. El cuidado del ámbito familiar es una clave y piedra quicial para el tema que nos ocupa. Si los padres viven una verdadera vocación cristiana como tales, si valoran la realidad de la Iglesia y su acción en medio del mundo, si expresan estima y alegría ante la posibilidad de una vocación de especial consagración para sus hijas e hijos, todo ello puede ser instrumento aprovechados por el Señor para dejar oír y sentir su llamada.

En segundo lugar, creo que es imprescindible dedicar tiempo a los niños, adolescentes y jóvenes. Por supuesto en el ámbito familiar, anteriormente expresado. Y también en las acciones catequéticas y educativas en parroquias y centros educativos. En toda acción pastoral deberíamos intentar provocar en sus destinatarios, salvando todo lo salvable, algo parecido a lo experimentado por los acompañantes de Jesús en el Monte Tabor: ‘¡Señor, qué bien se está aquí!’. Para aproximarnos a crear ese ambiente necesitaremos mucha formación. Mucha creatividad y, sobre todo, mucha vida interior de encuentro con el Señor, y de alegría y gozo por lo que Él es y significa para nosotros.

Finalmente, y en tercer lugar, ser todos nosotros, los creyentes, expresión de una vida que se vive apasionadamente y acompañada por una alegría inexplicable. Una vida que se vive con pasión siempre despierta asombro; y, quizás también, emulación. Sacerdotes, religiosos, matrimonios, profesionales católicos... todos estamos llamados a vivir nuestra fe y compromiso cristianos con esta densidad. Sería sumamente interesante que cada uno de nosotros hiciéramos nuestro este pensamiento e intentáramos vivir en clave vocacional cristiana lo que sugiere: ‘Lo que nosotros hemos amado otros lo amarán, y nosotros les enseñaremos como’.

Con este compromiso y esta esperanza seguiremos caminando y sembrando. Y rogando al Dueño de la mies que no deje de enviar operarios a su campo.

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