lunes, 1 de diciembre de 2025

Lecturas del Lunes de la I Semana de Adviento

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (2,1-5):

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.

En los días futuros estará firme

el monte de la casa del Señor,

en la cumbre de las montañas,

más elevado que las colinas.

Hacia él confluirán todas las naciones,

caminarán pueblos numerosos y dirán:

«Venid, subamos al monte del Señor,

a la casa del Dios de Jacob.

Él nos instruirá en sus caminos

y marcharemos por sus sendas;

porque de Sión saldrá la ley,

la palabra del Señor de Jerusalén».

Juzgará entre las naciones,

será árbitro de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados,

de las lanzas, podaderas.

No alzará la espada pueblo contra pueblo,

no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, venid;

caminemos a la luz del Señor.

Palabra de Dios


Lectura del libro de Isaías.

Aquel día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel.

A los que queden en Sion y al resto de Jerusalén

los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida.

Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sion

y purificado la sangre derramada en Jerusalén,

con viento justiciero, con un soplo ardiente,

creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sion y sobre su asamblea

una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante de noche.

Y por encimo, la glora será un baldaquino

y una tienda, sombra en la canícula,

refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia.

Palabra de Dios.


Salmo 121,R/. Vamos alegres a la casa del Señor.


Santo Evangelio según san Mateo (8,5-11):

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:

«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

Le contestó:

«Voy yo a curarlo».

Pero el centurión le replicó:

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:

«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Palabra del Señor


Compartimos:

Varias veces los evangelios nos presentan a Jesús negándose a intervenir en la vida de paganos; las cosas por su orden, según Is 2,2: primero reafirmar la fe de Israel (“estará firme el monte del Señor”), luego ya se acercarán las naciones paganas a participar de sus bienes. Jesús lo dirá explícitamente: “solo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24).


En los antiguos manuscritos bíblicos faltan muchos signos de puntuación, de interrogación, etc.; en nuestro texto de hoy, la respuesta de Jesús al romano debió de ser una pregunta retórica (pongamos el signo de interrogación), que es una negativa: “¿tengo yo que ir a curar a tu criado?”. Y el centurión reconoce que Jesús tiene razón: ¡no va a entrar a casa de un pagano! Este centurión confiesa con humildad que él no pertenece al pueblo elegido, que la salvación le llegará, todo lo más, en un segundo momento; entiende la reticencia de Jesús a hacerle el favor: “yo no soy quien para que tú…”.


Y a la confesión de la propia humildad sigue la impresionante confesión de fe cristológica, que quizá las sucesivas traducciones, ya desde la antigüedad, nos la han oscurecido. El centurión establece una contraposición entre su autoridad y la de Jesús; la suya es limitada, subordinada; él no es el césar… pero tiene algún poder sobre soldados y criados, un poder eficaz. Frente a ese poder limitado, reconoce que Jesús posee un señorío absoluto; ¿cómo no vas a poder dar una orden, incluso a distancia, en favor de mi siervo? Jesús mismo queda sorprendido de la certera fe del pagano; el texto griego dice “etháumasen”, se admiró. Al parecer, sus correligionarios judíos, con toda su preparación veterotestamentaria, no habían llegado a percibir esa su ilimitada autoridad mesiánica.


Esto abre a Jesús, y a la Iglesia de Mateo, grandes perspectivas y esperanzas misioneras: “vendrán muchos del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa con los patriarcas…”. Y lo que a Mateo le duele especialmente: muchos “hijos del reino”, es decir, llamados de primera hora, judíos, quedarán fuera.


El evangelista hace una gran advertencia a su Iglesia: no se duerman sobre los laureles, no lo den todo por hecho; la conversión primera no garantiza la perseverancia. San Pablo habla de los judíos que formaban parte del olivo legítimo y sin embargo fueron ramas desgajadas, mientras que ramas de olivos silvestres fueron injertadas en su lugar.


La lección es para dentro de la Iglesia y también para fuera: no debe considerarse a nadie como caso perdido. El pagano, el inmoral, el político corrupto o explotador… no han perdido la capacidad de reconocer en Jesús a su Salvador. Más aún, una actitud de humildad y de fe sincera puede “alterar” el orden de la salvación preestablecido: en este caso, el pagano por delante del judío.

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