Primera Lectura
Lectura del libro de Isaías (48,17-19):
Esto dice el Señor, tu libertador,
el Santo de Israel:
«Yo, el Señor, tu Dios,
te instruyo por tu bien,
te marco el camino a seguir.
Si hubieras atendido a mis mandatos,
tu bienestar sería como un río,
tu justicia como las olas del mar,
tu descendencia como la arena,
como sus granos, el fruto de tus entrañas;
tu nombre no habría sido aniquilado,
ni eliminado de mi presencia».
Palabra de Dios
Salmo 1,R/. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Santo Evangelio según san Mateo (11,16-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«¿A quién compararé esta generación?
Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».
Palabra del Señor
Compartimos:
Hay personas que son especialistas en mirar para otro lado y hacer que nada va con ellos. Como decía un amigo mío cuando hacía lo propio: “Eso no es de mi negociado”. Y se iba tan tranquilo. A lo suyo. A lo que le importaba.
El Reino es exactamente lo contrario. Lo de los demás nos afecta, nos importa. Y nuestra preocupación es universal. Porque todos son mis hermanos y hermanas. No podemos sentirnos bien del todo si mis hermanos lo están pasando mal. Y sus alegrías sin también las mías. Es así como comenzaba la constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. No puede ser de otro modo para los que nos confesamos seguidores de Jesús. Su mensaje nos abrió a la fraternidad del Reino y ahí nos encontramos con el otro no como un enemigo sino como un hermano. Imposible sentirnos indiferentes. Imposible decir que “eso no es de mi negociado”, que lo suyo no me afecta.
Los niños de que habla el texto evangélico de hoy se quejan de que no les hacen caso. Les rodea la indiferencia de los que pasan. Ni bailan ni se lamentan. Van cada uno a lo suyo. Lo de los otros no interesa. En todo caso, se encuentran fácilmente justificaciones para seguir yendo cada uno a lo suyo. Si alguien nos invita a abrir los ojos y encontrarnos con los hermanos, diremos que está loco o que no es coherente en su vida. Cualquier razón es buena para seguir yendo a lo suyo.
Los seguidores de Jesús no somos así, no podemos ser así. Jesús nos ha ayudado a abrir los ojos para que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias” de los que nos rodean se hagan nuestras, nos lleguen al corazón, nos conmuevan y nos hagan actuar en consecuencia. Esa es la sabiduría verdadera. Esa es la sabiduría que nos ayuda a construir el Reino de Dios de que nos habló Jesús.
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