miércoles, 8 de octubre de 2025

Miércoles de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Jonás (4,1-11):

Jonás sintió un disgusto enorme y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos: «Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las amenazas. Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir.»

Respondióle el Señor: «¿Y tienes tú derecho a irritarte?»

Jonás había salido de la ciudad, y estaba sentado al oriente. Allí se había hecho una choza y se sentaba a la sombra, esperando el destino de la ciudad. Entonces hizo crecer el Señor un ricino, alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarle del ardor del sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino. Pero el Señor envió un gusano, cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó al ricino, que se secó. Y, cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano bochornoso; el sol hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer.

Deseó Jonás morir, y dijo: «Más me vale morir que vivir.»

Respondió el Señor a Jonás: «¿Crees que tienes derecho a irritarte por el ricino?»

Contestó él: «Con razón siento un disgusto mortal.»

Respondióle el Señor: «Tú te lamentas por el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y gran cantidad de ganado?»

Palabra de Dios


Salmo 85,R/. Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico en piedad


Santo Evangelio según san Lucas (11,1-4):

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»

Él les dijo: «Cuando oréis decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.»»

Palabra del Señor


Compartimos:

Oración breve y densa. Jesús prohíbe a los suyos usar de palabrería (“poliloguia”) para orar; la considera propia de los paganos (Mt 6,7), que no conocen a Dios pero están dispuestos a manipularle si les resulta posible. El inteligentísimo S. Agustín nos dirá que la oración no es para informar a Dios acerca de nuestra menesterosidad, pues él ya la conoce, ni para conquistar su benevolencia hacia nosotros, pues la tiene de antemano.


Entonces, ¿para qué nos enseña Jesús a orar? Para que nos asemejemos a él, que se retiraba con frecuencia a hacerlo, a cultivar su relación cariñosa con el Padre. Y también para que comulguemos más profundamente con sus propias inquietudes. El anuncio de Jesús es la venida del Reino de Dios: “llega el Reino, creed en la Buena Noticia” (Mc 1,15); él es aquel bendito mensajero de que hablaba el deuteroisaías: “Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que dice a Sion: tu Dios es Rey” Is 52,7). Y le gustaría que sus discípulos cooperasen a la rapidez de esa llegada: “buscad ante todo el Reino de Dios” (Mt 6,33).


Ese Reino es una realidad que Jesús nunca define; simplemente apunta hacia ella con metáforas, parábolas, acciones simbólicas. Quizá en el Padre Nuestro ofrezca algo cercano a una cierta definición; la petición va precedido por la “santificación del nombre” de Dios. Esta no consiste en decir piadosas jaculatorias cuando otros blasfemen, como quizá nos enseñaron de niños. El verbo está en pasiva, luego el agente es Dios mismo; y su trasfondo esta en Ez 36,23: “yo santificaré mi gran nombre, profanado por vosotros…”. Lo cual, en su contexto, es una acción equivalente a al rescate y reunificación del pueblo, disperso, a su purificación de adherencias de paganismo: “Yo voy a recoger a los israelitas por las naciones a donde marcharon” (Ez 37,21). Cuando esto suceda, Dios será realmente Rey y el pueblo lo gozará. El evangelista Mateo ha explicitado más esta realidad añadiendo una nueva petición que lo abarca todo: “hágase tu voluntad”.


Aparentemente otra petición, pero en realidad equivalente, es la del perdón de las ofensas y pecados: Yahvé prometía: “os purificaré de vuestras culpas” (Ez 36,33). Y en conexión con ello está el ser buen pastor que no dejará que su pueblo se extravíe: “no permitas que nos venza la tentación”, es decir, que tomemos por tu Reino lo que no lo es.


Hemos dejado para el final la petición del pan, la más oscura de todas, y de difícil traducción. En la redacción lucana hay una cierta tensión, pues junta el “mañana” con el “cada día”, una acción puntual con otra repetida. Creemos que se han sobrepuesto el pensamiento de Jesús y el del evangelista. Para este, que prevé una Iglesia duradera en el tiempo, se trata de una confianza en la providencia: Dios mirará por sus hijos. En cambio, en el lenguaje escatológico de Jesús, el “pan de mañana” debe de designar en otros términos la era mesiánica, pidiendo de nuevo que “venga ya tu reino”, pues este es dibujado en el AT como banquete, “de manjares suculentos y vinos de solera” (Is 25,6).


Cuando rezamos el Padre Nuestro debemos disponernos a entrar en una nueva era, la del Reino, la del perdón transformante y la plena fraternidad, y también la de la seguridad, bajo la guía de un Padre que nos guía y, en su amor providente, nos da cuanto necesitamos.

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