Primera Lectura
Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (1,1-7):
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios
Salmo 97 R/. El Señor da a conocer su victoria
Santo Evangelio según san Lucas (11,29-32):
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Cuando nos hablan de signos solemos pensar en cosas maravillosas: una estrella atravesando el cielo, curaciones milagrosas, etc. Posiblemente era a ese tipo de signos a los que se referían los que rodeaban a Jesús. Y precisamente no era en ese tipo de signos en los que estaba pensando Jesús. Él mismo es el signo, el gran signo, el que habla de la presencia de Dios en nuestro mundo, el que marca el comienzo del reino. Ni estrellas cayendo del cielo ni cosas parecidas. El gran signo es un hombre, Jesús, que se acerca a los pobres, que camina con todos, que habla de Dios Padre, que hace de su vida un testimonio de la misericordia de del Padre para con todos, especialmente para con los más abandonados, marginados, oprimidos…
Pero lo malo de los signos es que siempre son ambiguos. Dependen de la interpretación, del punto de vista, del modo de mirarlos. Los milagros que hacía Jesús para unos eran signo de la presencia y acción de Dios. Otros pensaban que Jesús hacía esos milagro por el poder de Belzebú (cf. MT 12,24).
Hoy también hay muchos signos. Depende de los ojos que miran, del corazón que los acoge. Incluso hay signos negativos ¿No es un signo que las guerras sigan en nuestro mundo y que no consigan nunca arreglar nada sino, generalmente, empeorar las situaciones? ¿No sería lo más lógico e inteligente desechar la guerra como posible solución a nuestros problemas? Y, sin embargo, seguimos yendo a la guerra y armando ejércitos pensando que es necesario.
Hay muchos más signos positivos. Cercanos y lejanos. Dejo al lector que piense un poco en cuáles pueden ser esos signos. Claro que verlos y aceptarlos como signos dependerá, inevitablemente, de los ojos y las intenciones con que se miren. Tendríamos que pedir en nuestra oración que Dios nos regale unas gafas bien regladas para que podamos distinguir esos signos que nos confirmen en la fe y que nos ayuden a seguir trabajando en favor del reino, de la fraternidad y la justicia.
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