Primera Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,20-25):
Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Palabra de Dios
Salmo Lc 1,69-R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo
Santo Evangelio según san Lucas (12,13-21):
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»
Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»
Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: «¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.» Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.» Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?» Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
Palabra del Señor
Compartimos:
En la cortante respuesta que Jesús le da al que le pide que intermedie ante su hermano por la herencia nos avisa claramente acerca de lo que no hemos de pedir a Dios en la oración. No podemos pretender que Dios nos resuelva los problemas que son objeto de nuestra exclusiva competencia. Dios respeta nuestra autonomía, y quiere que la ejerzamos. No podemos ni debemos pedirle a Dios lo que Él nos pide a nosotros, convirtiéndolo en el remedio mágico de aquellos asuntos, para cuya resolución nos ha dado los recursos necesarios. Dios, que nos ha dado la libertad, quiere que la ejerzamos, quiere que seamos autónomos. Y, por eso, el mejor modo de ayudar al necesitado, es promover su propia autonomía. Esto implica hacer un uso responsable de los bienes de la tierra. Pero como la autonomía no es autosuficiencia, es necesario tener la sabiduría para dar a esos bienes su justo valor: no absolutizarlos, como hizo el rico necio, que creyó haber alcanzado una seguridad definitiva y para siempre. Se hizo rico de bienes que no podía llevarse a la tumba, y se olvidó de hacerse rico para Dios. Pero esto no significa que debamos contraponer excesivamente los bienes de la tierra y los del cielo, como si para conseguir unos haya que renunciar completamente a los otros. Unos y otros son obra de Dios, y el mismo Jesús, que daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos, nos enseñó a pedir en la oración el pan de cada día.
El hombre de la parábola que Jesús nos narra hoy tuvo un golpe de suerte y se hizo inmensamente. Pero podría haberse hecho también rico delante de Dios si, en vez de acumular vanamente esas riquezas sólo para sí, hubiera abierto sus graneros para compartir esa riqueza con los hambrientos. Esa misma noche hubiera tenido que entregar igualmente su vida, sin poderse llevar su fortuna, pero se habría presentado ante Dios adornado con la riqueza del deber cumplido de justicia, la libertad de la generosidad, la madurez del amor y, también, del agradecimiento y la bendición de los pobres saciados con esos bienes efímeros, pero que, transfigurados por estos bienes de allá arriba, en modo alguno resultan vanos.
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