sábado, 26 de abril de 2025

Sábado de la Octava de Pascua

Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,13-21):

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo:

«¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre».

Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo:

«¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».

Pero ellos, repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.

Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal 117 R/. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste

Santo Evangelio según san Marcos (16,9-15):

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.

Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.

También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo:

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

Palabra del Señor

Compartimos:

Va terminando la octava de Pascua. Ocho días para celebrar y asimilar la resurrección de Jesús, para darnos cuenta de que la historia no termina en la cruz sino que, a través del silencio del Sábado Santo, la historia culmina de verdad en la resurrección, algo misterioso, algo que se nos escapa, algo que va más allá de nuestra comprensión. Pero algo que nos devuelve la esperanza y nos hace mirar al futuro con serenidad. Más allá de la muerte está la vida que es Dios. Más allá del mal está el Reino, porque Dios, el Padre de Jesús y padre nuestro, no puede dejar que todo termine en la muerte.


Pero ni entonces ni ahora parece que esto de la resurrección haya sido fácil de asimilar. El texto evangélico de hoy, tomado del Evangelio de Marcos, parece un resumen de lo que hemos leído a lo largo de la semana. Pero con un añadido importante: la incredulidad de los discípulos. En el texto se hace alusión a la aparición de Jesús a María Magdalena y cómo ésta fue a contárselo a los discípulos pero estos “al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron”. Luego, el texto retoma el relato de los de Emaús, que también vivieron un encuentro muy especial con Jesús resucitado. “También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron”. Y culmina con una aparición de Jesús resucitado a los Once, que estaban (¡qué casualidad!) comiendo. Y lo que hace Jesús es precisamente echarles en cara su incredulidad.


No debió ser fácil para los discípulos comprender y asimilar que Jesús había resucitado, que había vuelto a la vida. No es fácil tampoco para nosotros por más que lo repitamos y que, al celebrarlo año tras año, nos parezca un hecho sabido y conocido y asimilado. Quizá nos sabemos la historia, pero no estoy tan seguro de que lo hayamos asimilado con todo lo que significa para nuestras vidas, para nuestra fe: el Dios de Jesús, el Abbá, ha devuelto a la vida a Jesús. No es una vida como la nuestra. Es la vida plena. Es la Vida. Ahora todo lo anterior cobra sentido. Dios no es el vengador ni el justiciero ni el fiscal, es el Dios de la Vida, que se preocupa por sus hijos e hijas, que nos abre un camino de esperanza, allá donde nosotros no vemos más que muerte y destrucción. Con Jesús resucitado podemos creer y confiar. Creer y confiar.

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