Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis (11,1-9):
Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras.
Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí.
Se dijeron unos a otros:
«Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego».
Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa.
Después dijeron:
«Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
Y el Señor dijo:
«Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo».
El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra.
Palabra de Dios
Salmo 32,R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Santo Evangelio según san Marcos (8,34–9,1):
En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió:
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».
El libro del Génesis nos presenta hoy la historia de la torre de Babel, donde la humanidad quedó confundida. Es un símil muy bueno de lo que ocurre cuando los corazones no están sincronizados, cuando cada uno va a lo suyo, cuando dejamos acampar a sus anchas al orgullo y al egoísmo, pues estos pecados hacen imposible la comunicación con los demás, hacen muy difícil el entendimiento mutuo al tener intereses contrapuestos, hacen inviable trabajar juntos. Babel es lo contrario a Pentecostés, donde a pesar de las razas y culturas diferentes, todos se entendían porque estaban llenos del Espíritu Santo. El espíritu de Babel es el de la soberbia: “Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos famosos, y para no dispersarnos por la superficie de la tierra”.
¿En qué momento te encuentras? ¿En Babel o en Pentecostés? ¿Aislado o en comunión? ¿Con una actitud soberbia o fraterna? ¿Autónomo o dependiente? ¿Cerrado o abierto? ¿Desconfiado o confiado?
¿Qué hace Dios con una ciudad (actitud) cerrada a su corazón? Lo que dice el salmo 32 que hoy rezamos: “El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos” Por eso “Dichosa la nación (actitud) cuyo Dios es el Señor”. Pues no vivirá en modo Babel, sino en modo Pentecostés.
Sin embargo, vivir en modo pentecostés siguiendo a Cristo, no es un camino de rosas. En muchas ocasiones requiere ciertas acciones, como tomar la cruz y seguir sus pasos. Después de que Jesús corrigiera a Pedro por no comprender el plan mesiánico que incluye dolor y muerte, hoy aclara que aquel que quiera seguirle debe renunciar a sí mismo, cargar con su cruz, estar dispuesto a perder su vida y no sentirse avergonzado de él ante este mundo.
Parece un jarro de agua fría en medio de la ilusión de ser creyentes, pero hemos sido informados por el propio Jesús y además ya lo hemos experimentado en diversas ocasiones de nuestra vida de fe. Seguir las enseñanzas de Jesús puede ser gratificante y es para nosotros lo más grande, sin embargo, implica ciertos compromisos y desafíos. Merece la pena.
Palabra del Señor
Compartimos:
El libro del Génesis nos presenta hoy la historia de la torre de Babel, donde la humanidad quedó confundida. Es un símil muy bueno de lo que ocurre cuando los corazones no están sincronizados, cuando cada uno va a lo suyo, cuando dejamos acampar a sus anchas al orgullo y al egoísmo, pues estos pecados hacen imposible la comunicación con los demás, hacen muy difícil el entendimiento mutuo al tener intereses contrapuestos, hacen inviable trabajar juntos. Babel es lo contrario a Pentecostés, donde a pesar de las razas y culturas diferentes, todos se entendían porque estaban llenos del Espíritu Santo. El espíritu de Babel es el de la soberbia: “Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos famosos, y para no dispersarnos por la superficie de la tierra”.
¿En qué momento te encuentras? ¿En Babel o en Pentecostés? ¿Aislado o en comunión? ¿Con una actitud soberbia o fraterna? ¿Autónomo o dependiente? ¿Cerrado o abierto? ¿Desconfiado o confiado?
¿Qué hace Dios con una ciudad (actitud) cerrada a su corazón? Lo que dice el salmo 32 que hoy rezamos: “El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos” Por eso “Dichosa la nación (actitud) cuyo Dios es el Señor”. Pues no vivirá en modo Babel, sino en modo Pentecostés.
Sin embargo, vivir en modo pentecostés siguiendo a Cristo, no es un camino de rosas. En muchas ocasiones requiere ciertas acciones, como tomar la cruz y seguir sus pasos. Después de que Jesús corrigiera a Pedro por no comprender el plan mesiánico que incluye dolor y muerte, hoy aclara que aquel que quiera seguirle debe renunciar a sí mismo, cargar con su cruz, estar dispuesto a perder su vida y no sentirse avergonzado de él ante este mundo.
Parece un jarro de agua fría en medio de la ilusión de ser creyentes, pero hemos sido informados por el propio Jesús y además ya lo hemos experimentado en diversas ocasiones de nuestra vida de fe. Seguir las enseñanzas de Jesús puede ser gratificante y es para nosotros lo más grande, sin embargo, implica ciertos compromisos y desafíos. Merece la pena.
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