miércoles, 19 de febrero de 2025

Miércoles de la VI Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis (8,6-13.20-22):

Pasados cuarenta días, Noé abrió la claraboya que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que estuvo saliendo y retornando hasta que se secó el agua en la tierra.

Después soltó la paloma, para ver si había menguado el agua sobre la superficie del suelo. Pero la paloma no encontró donde posarse y volvió al arca, porque todavía había agua sobre la superficie de toda la tierra. Él alargó su mano, la agarró y la metió consigo en el arca.

Esperó otros siete días y de nuevo soltó la paloma desde el arca. Al atardecer, la paloma volvió con una hoja verde de olivo en el pico.

Noé comprendió que el agua había menguado sobre la tierra. Esperó todavía otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió.

El año seiscientos uno, el día primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió la claraboya del arca, miró y vio que la superficie del suelo estaba seca.

Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar.

El Señor olió el aroma que aplaca y se dijo:

«No volveré a maldecir el suelo a causa del hombre, porque la tendencia del corazón humano es mala desde la juventud. No volveré a destruir a los vivientes como acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche».

Palabra de Dios

Salmo 115,R/. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza

Santo Evangelio según san Marcos (8,22-26):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida.

Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.

Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:

«Ves algo?».

Levantando los ojos dijo:

«Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».

Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

Palabra del Señor

Compartimos:

Dios siempre está dispuesto a empezar de nuevo, como nos muestra el relato de Noé de la primera lectura del libro del Génesis. El arca simboliza la misericordia de Dios donde toda la creación, salvada, tiene una nueva oportunidad, pues como dice el salmo 115 que hoy meditamos: “mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.


Cada día es una nueva oportunidad para comenzar de nuevo, para llevar adelante tus mejores propósitos, para dejarte empapar del sol de la Gracia de Dios que amanece en nuestras vidas. Pues los mejores deseos, sin acción, no pasan de un sueño. Quizá haya reformas personales que te cuesta llevar a cabo, que estás procrastinando sin cesar, que sabes que no pueden esperar más. Mételas en el arca, como Noé, para que el Señor te ayude a comenzar de nuevo. Pues Él está convencido de que tu vida tiene futuro, ¿tú no?


Algo similar le ocurre al ciego del Evangelio de hoy. Su recobrar la vista es algo progresivo, lento, y se desarrolla poco a poco. En la vida espiritual, la toma de conciencia lúcida, ver con claridad nuestra existencia como Dios la ve, es un proceso gradual, no inmediato. Jesús le impone al ciego dos veces las manos para que vea bien.


Las reformas en nuestra vida y en la de los demás son progresivas, lentas pero constantes; avanzan poco a poco hasta alcanzar nitidez y concreción, como la vista del ciego curado por Jesús. Por ello, hay que tener paciencia con nosotros mismos y con los demás, saber esperar los tiempos del Espíritu y confiar en su acción curativa y regeneradora. En ocasiones, esta paciencia puede parecer una carga, pero es en esa espera donde encontramos las lecciones más valiosas y el crecimiento más auténtico.


Hoy es un buen día para pedirle al Señor que imponga sus manos sobre nuestra alma para ver mejor y más lejos, déjate tocar por Él. Esta imposición de manos no solo nos otorga visión, sino que también nos brinda fortaleza para enfrentar nuestras propias sombras y transformarlas en luz. A través de la oración y la contemplación, podemos pedir a Dios que nos guíe en este viaje de autoconocimiento y sanación.


Además, debemos recordar que este proceso de sanación no es solo para nosotros, sino también para nuestra comunidad. Al recibir la gracia y la claridad de Dios, nos convertimos en faros de esperanza y amor para aquellos que nos rodean. Nuestra transformación personal tiene el poder de influir y cambiar positivamente las vidas de otros, creando un círculo virtuoso de bondad y fe.


Recuerda que la paciencia y la confianza en Dios nos enseñan a vivir con gratitud, apreciando cada pequeño avance y celebrando cada paso hacia una vida más plena y en sintonía con el plan divino. Dejemos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, permitiéndonos ver no solo con los ojos físicos, sino también con los ojos del corazón, abiertos a la belleza y la verdad de la creación divina.

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