Primera Lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (12,4-7.11-15):
Hermanos: Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama
y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.
Palabra de Dios
Salmo 102,R/. La misericordia del Señor dura siempre,para los que cumplen sus mandatos
Santo Evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
Compartimos:
Hoy, el Evangelio de Marcos nos presenta un momento crucial en el ministerio de Jesús, donde, al regresar a su ciudad natal, enfrenta la incredulidad de aquellos que lo conocían desde niño. Este pasaje nos invita a pensar sobre la relación entre la fe, la familiaridad y la capacidad de ver más allá de las apariencias.
Jesús, después de haber predicado y realizado milagros en otras regiones, regresa a Nazaret. Sin embargo, en lugar de ser recibido con fe y entusiasmo, es rechazado por los que lo conocieron cuando era niño. La reacción de sus paisanos es sorprendente: «¿De dónde le vienen a él estas cosas? ¿Qué sabiduría es esta que le ha sido dada?» Se asombran, pero al mismo tiempo, cuestionan su origen. ¿No es este el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No están aquí con nosotros sus hermanas?
Este rechazo no es solo un rechazo a Jesús como persona, sino también un rechazo a la novedad de su mensaje y a su autoridad divina. Los habitantes de Nazaret estaban demasiado acostumbrados a él, y eso les impidió ver en él al Mesías. La familiaridad, en lugar de abrirles el corazón a su mensaje, los cerró. Se quedaron atrapados en la imagen del Jesús que conocían, el niño crecido en su aldea, el hijo de María, sin atreverse a reconocerlo como el enviado de Dios.
Este episodio es un recordatorio para nosotros de cómo a veces la fe puede ser limitada por nuestras propias percepciones y prejuicios. Cuántas veces, por estar demasiado familiarizados con algo o con alguien, no somos capaces de ver más allá de la superficie, de percibir la obra de Dios en nuestras vidas. Es posible que hayamos escuchado la palabra de Dios muchas veces, o que estemos tan acostumbrados a los rituales de la fe, que ya no somos capaces de maravillarnos ante el misterio que se nos ofrece.
El rechazo de Nazaret no es solo un caso aislado de incredulidad. Jesús mismo lo comenta: «Ningún profeta es bien recibido en su tierra». Estas palabras nos muestran que la fe auténtica no siempre depende de los logros o la fama, sino de la disposición del corazón. La incredulidad no tiene que ver con el lugar, sino con el corazón cerrado a la novedad de Dios, con la incapacidad de reconocer su acción en medio de lo cotidiano.
Al final del pasaje, Marcos nos dice que «no pudo hacer allí ningún milagro, salvo imponer las manos a unos pocos enfermos y sanarlos». Esto no significa que Jesús fuera incapaz de hacer milagros, sino que la falta de fe en su pueblo limitó la acción de Dios. La fe, por tanto, es clave para permitir que la gracia de Dios actúe en nuestras vidas. Si no nos abrimos a ella, corremos el riesgo de quedarnos en lo superficial y perder la oportunidad de experimentar la profundidad del amor divino.
Hoy, invitamos a meditar sobre nuestra propia fe. ¿Estamos dispuestos a dejar que el Señor nos hable de maneras nuevas, a reconocer su presencia en lo cotidiano, incluso cuando eso desafíe nuestras ideas preconcebidas? Que, al igual que los discípulos, sepamos abrir el corazón a su palabra y a sus acciones, sin dejar que nuestra familiaridad con Él nos impida ver su poder transformador.
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