miércoles, 22 de enero de 2025

Miércoles de la II Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (7,1-3.15-17):

MELQUISEDEC, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando este regresaba de derrotar a los reyes, lo bendijo y recibió de Abrahán el diezmo del botín.

Su nombre significa, en primer lugar, Rey de Justicia, y, después, Rey de Salén, es decir, Rey de Paz.

Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida.

En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente.

Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado:

«Tú eres sacerdote para siempre

según el rito de Melquisedec».

Palabra de Dios

Salmo 109,R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

 Santo Evangelio según san Marcos (3,1-6):

En aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.

Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada:

«Levántate y ponte ahí en medio».

Y a ellos les pregunta:

«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».

Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:

«Extiende la mano».

La extendió y su mano quedó restablecida.

En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.

Palabra del Señor

Compartimos:

Otra vez tenemos la misma historia. Un hombre enfermo. La presencia de Jesús. Y los otros, los fariseos, los escribas, todos a los que les importaba mucho más la ley que cualquier otra cosa, vigilando cada paso, cada gesto, cada palabra, de Jesús para ver le pillaban en falta. A Jesús le seguía demasiada gente, su mensaje era revolucionario, simplemente porque en lugar de preocuparse por la ley se preocupaba por el bien de las personas. Y eso era peligroso porque podía subvertir el orden social.


Da la impresión de que Jesús está ya cansado de tanto vigilarle y seguirle. Hay una frase en el texto evangélico que llama verdaderamente la atención y que, incluso, nos muestra una imagen de Jesús diferente de la habitual: Dice el texto que Jesús echó “en torno una mirada de ira, dolido por la dureza de su corazón”. Jesús enfadado, Jesús airado, Jesús que ya no tiene recursos para tratar de convencer a fariseos y escribas, de que lo que él esta haciendo es lo único que puede hacer Dios: dejar de preocuparse por cumplir leyes y normas y atender solo al bienestar de sus hijos e hijas. Y, como no tiene más argumentos, hace lo único que le interesa: curar al hombre de la mano paralizada, devolverle a la vida. Porque un hombre con la mano paralizada no podía trabajar, no podía alimentar a los suyos ni a sí mismo. No le quedaba más remedio que situarse al margen y vivir de la mendicidad. Por eso Jesús hace mucho más que curarle la mano, le convierte de nuevo en persona.


Nosotros, los seguidores de Jesús, debemos tener muy presente que para Jesús es mucho más importante el bien de las personas que el cumplimiento de las normas. Frente a los que hacen un problema fundamental si hay que comulgar en la mano o en la boca, si hay que ponerse de rodillas en a consagración o no, si… nosotros debemos recordar que lo importante es salvar a las personas, crear fraternidad y justicia, abrir la mano para compartir lo que tenemos. Esto es lo fundamental. Aquello puede estar bien, podemos dialogar sobre ello, puede hablar diversidad de opiniones. Pero lo fundamenta no es discutible. Y debería ser la primera preocupación para todos nosotros.

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