martes, 19 de noviembre de 2024

Martes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (3,1-6.14-22):

Yo, Juan, escuché al Señor que me decía: «Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes:

“Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son dignos.

El vencedor será vestido de blancas vestiduras, no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.

Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea:

“Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: ‘Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada’; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.

El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Palabra de Dios

Salmo 14,R/. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono.

Santo Evangelio según san Lucas (19,1-10):

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo:

«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:

«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:

«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor

Compartimos:

En la primera lectura el ángel del Apocalipsis habla a la iglesia de Sardes. Parece que no era una iglesia muy fiel. El mensaje es amenazador: ponte en vela, guarda mi mensaje, arrepiéntete. Porque si no está en vela, el ángel aparecerá como un ladrón…


El Evangelio habla también de una conversión. Pero la narración tiene otra música y otro ritmo. No hay ninguna amenaza. Ni siquiera una llamada al arrepentimiento. Todo es muy simple. Jesús pasa y se autoinvita a comer y alojarse en casa del pecador. No hay ninguna palabra de Jesús invitando al cambio de vida. Simplemente comparten la mesa y la vida durante un tiempo. No tenemos idea de lo que hablaron durante aquella comida. Casi seguro que empezarían comentando lo duro que había sido el camino para Jesús, seguirían por lo buena que estaba la comida y lo bien que entraba un poco de vino fresco para el que viene sediento de una jornada de caminar. Pero también es casi seguro que, como sucede tantas veces en torno a la mesa, seguirían hablando de mayores profundidades, poniendo en la mesa las cosas de la vida y del querer, las penas, las frustraciones, las esperanzas. Casi seguro que fue esa conversación la que provocó el cambio en Zaqueo, la que le ayudó a comprender que otra vida era posible, más feliz, más digna, más honesta, más fraterna.


Imagino esa cena y me acuerdo de la letra de una canción de mi juventud. Su estribillo decía algo así como: “Dios, esta noche cenaremos juntos / Habrá buen vino y estará en la mesa / Lo más querido de mi vida entera / Y algún recuerdo que golpeó a mi puerta.” (la letra entera la pueden encontrar, ¡cómo no!, en internet poniendo solo “Dios a la una” en el buscador que usen).


Quizá nos convenga a cada uno de nosotros también sentarnos a cenar tranquilamente para contarnos nuestra vida, para escuchar y compartir nuestras razones y las razones de Dios. En una de esas lo mismo terminamos tomando también decisiones parecidas a las de Zaqueo.

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