Primera Lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (36,23-28):
Así dice el Señor: «Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor –oráculo del Señor–, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.»
Palabra de Dios
Salmo 50,R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias
Santo Evangelio según san Mateo (22,1-14):
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Hoy celebramos la fiesta de Santa María Reina. Es una forma de hablar. En el Reino de los cielos, en el Reino de Dios, no hay reyes ni reinas, ni cortesanos ni aristócratas. En el Reino de Dios hay una gran mesa donde todos nos sentamos y compartimos al mismo nivel. En el Reino de Dios todos somos hermanos y hermanas. Todos hijos e hijas del mismo Padre. Lo del “Reino” no es más que una forma de hablar pero no significa que los cristianos creamos en un Dios, rey y príncipe, un Dios que juzga y gobierna con cetro de hierro, que impone normas y leyes y castiga a los que desobedecen. Más bien, los cristianos creemos en un Dios que es Padre, Abbá, cercano y amante de sus hijos e hijas, un Dios que pone el cariño por encima de cualquier otra consideración. Creemos en un Dios que cuida de cada uno de nosotros. Eso forma parte integral, fundamental, irrenunciable de nuestra fe.
Entonces, ¿cómo podemos hablar de María “Reina”? Así de entrada es como si en la corte celestial, María, la madre de Jesús, fuese la reina consorte, la segunda por protocolo en todos los actos de esa corte. Pero no hay nada de eso.
No tenemos más que ir al Evangelio de hoy, la Anunciación, y escuchar las palabras de María, cuando responde al ángel al final: “”Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra.” Escuchamos esas palabras y comprendemos que María había entendido perfectamente el mensaje del Reino: que no hemos venido para ser servidos sino para servir. El Reino de Dios es otro tipo de Reino diferente, que no se parece en nada a los de esta tierra –quizá hasta se podría pensar en quitar esa palabra ya que a veces nos hace pensar en señores absolutos, señores de horca y cuchillo, señores que vivían a costa de sus súbditos que nunca eran hijos sino siervos y esclavos.
María se sitúa en el Reino de Dios como la que se hace la servidora de todos. Entiende que esa es la única forma de construir fraternidad, de construir y unir la familia de los hijos e hijas de Dios. Desde el servicio, desde la sencillez, desde la humildad.
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