Primera Lectura
Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10):
Así dice el Señor: «Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: «Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano.» Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.»
Palabra de Dios
Salmo 50 Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Santo Evangelio según san Mateo (10,16-23):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Jesús recomienda a sus seguidores que, si en un lugar los persiguen, escapen a otra aldea. Si en un lugar el mensaje del evangelio de Cristo no es bien recibido o aceptado, o incluso si es perseguido, hay que salir de ahí. Sin embargo, todos los mártires de los primeros tiempos del cristianismo, como más tarde todos los mártires de todos los tiempos, no escaparon de sus patrias respectivas. Y, en nuestra sociedad moderna, ¿qué podría significar escapar a otra aldea? Si mi fe es perseguida, ridiculizada o negada aquí; si mis convicciones son fuertemente atacadas por el sistema político y social, ¿a qué aldea podría escapar para ponerme a salvo de la persecución? ¿Qué podría ocurrir al escapar a otra aldea? Creo que algunas veces es posible escapar a otra aldea sin reconocer conscientemente la persecución. Simplemente, se pasa a la aldea del perseguidor por protección personal, o por lo que antes se llamaba “respeto humano”. Pero, al hacer eso, pudiera ocurrir que en esa huida se perdiera la identidad. Es decir, pasar a la “aldea” del perseguidor, al mundo de sus ideas y convicciones, podría significar diluir la propia aldea de las propias ideas, convicciones y fe. Confundirse con el “paisaje” dominante podría mantener intacta la reputación política, social y personal. Podría lograr aceptación en círculos sociales. Podría incluso evitar engorrosas discusiones en círculos familiares o de amigos. Pero, poco a poco, iría creando una tensión interior entre el ser más íntimo y la apariencia “aldeana”, que sería más fácil solventar adoptando sin más las creencias y modos prevalentes. Es decir, perderse.
Lo que Jesús recomienda no es el asentamiento en otra aldea, sino el “sacudirse el polvo de las sandalias”. Por si algo se hubiera pegado a los pies (o incluso a la túnica), hacer esa criba, ese discernimiento: verlo todo, quedarse con lo bueno, que diría san Pablo más tarde. Reconocer lo que es polvo es quedarse con lo que es verdadero. Para hacer eso, no bastaría con aferrarse a fórmulas; es necesario discernir, es decir contrastar la realidad con la Palabra de Dios, la doctrina y la tradición ancestral de la Iglesia. Sacudir el polvo de la mentira, abandonar la aldea que no recibe esa verdad, y quedarse en la propia.
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