domingo, 9 de junio de 2024

X Domingo del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis. [Gén 39-15]

CUANDO Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:

«¿Dónde estás?».

Él contestó:

«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».

El Señor Dios le replicó:

«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».

Adán respondió:

«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».

El Señor Dios dijo a la mujer:

«¿Qué has hecho?».

La mujer respondió:

«La serpiente me sedujo y comí».

El Señor Dios dijo a la serpiente:

«Por haber hecho eso, maldita tú

entre todo el ganado y todas las fieras del campo;

te arrastrarás sobre el vientre

y comerás polvo toda tu vida;

pongo hostilidad entre ti y la mujer,

entre tu descendencia y su descendencia;

esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial:129, R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios. [2 Cor 4, 13 — 5, 1]

Hermanos:Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.

Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día.

Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Porque sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos.

Palabra de Dios.

Santo Evangelio según san Marcos. [Mc 3, 20-35]

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:

«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».

El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:

«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».

Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dice:

«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».

Él les pregunta:

«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:

«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Palabra del Señor.

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Éstos son mi madre y mis hermanos.

Todo estaba bien, todo era perfecto. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31). Cada persona, cada criatura tenía su parte en la historia de la salvación. El hecho de que todo fuera bueno no se refería a la ausencia de la enfermedad y la muerte, sino al hecho de que toda criatura tenía un sentido; todo servía a la realización de su proyecto. No significa que no hubiera dolor, enfermedad o muerte, sino que hasta eso tenía su sentido, hasta el final de los tiempos y la culminación de todo en Dios.


Lo único que tenía que hacer el hombre era insertarse, formar parte de ese plan divino. Pero… Algo fue mal. Este relato intenta explicar el porqué. El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice así: El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres. (CIC 390) El pecado, pues, surge por culpa del deseo desordenado del ser humano. De repente, el hombre quiso ser como Dios, tuvo la tentación de “endiosarse”, y todo se torció. Por medio, se entremetió el ángel caído, el diablo, para hurgar en esa herida.


Adán y Eva, que han hecho un mal uso de su libertad, se esconden de Dios. Probablemente nos pase también a nosotros. Como el pecado original, sus consecuencias nos tocan muy de cerca. Cuando nos sentimos mal, pecadores, dejamos de rezar, de leer la Biblia, puede que incluso faltemos a la Eucaristía… Tenemos miedo de Dios porque nos parece que nos va a castigar, y acabamos muy confundidos, en un círculo vicioso de vergüenza y remordimiento.


Y, además de alejarnos de Dios, nos alejamos de los hermanos.  En el texto comienza la cadena de acusaciones, porque, eso lo sabemos bien, la culpa es siempre del otro. De Adán a Eva, de Eva a la serpiente. Todos se pasan la pelota, hasta que no queda nadie más al que acusar. Falta la capacidad de asumir la propia culpa. Orgullo y soberbia, hasta el final. Como que Dios tuviera la culpa de nuestros propios errores.


Menos mal que Dios está siempre de nuestra parte. A pesar de nuestros pecados, no dejó de tendernos la mano, de mandar mensajeros, profetas, personas que hablaban de la vuelta a casa, del arrepentimiento. Lo recuerda el salmo: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Y san Pablo lo repite, de otra manera. Quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante Él. Porque Dios es fiel guarda siempre su Palabra, y no nos abandona, aunque nosotros sí lo hagamos.


Los líderes religiosos del tiempo de Jesús estaban abrumados por todo lo que Jesús hacía. Y, como no podían negar los hechos, le dan la vuelta a lo que hacía Jesús. De alguna manera, “satanizan” a Jesús, llamando malo a lo bueno y bueno a lo malo. Algo que hoy sigue siendo actual, está muy de moda. Llaman “derechos” a acciones objetivamente malas como el aborto o la eutanasia, por ejemplo. Si el mensaje de Jesús sobre el amor del Padre viene del Maligno, al pueblo no le queda otra opción que negarlo y seguir obedeciendo a los letrados y fariseos.


Los intereses desviados, personales y también institucionales pueden pervertir la conciencia. Y cuando eso sucede, el poder del mal se multiplica, pudiendo parecer hasta imparable. Cuando los que se pervierten son los que tienen el poder, es el pueblo el que sufre las consecuencias. Desacreditando las obras de Cristo, desacreditaban su doctrina, e incluso tenían un motivo para condenarlo a muerte. Un callejón sin salida, que coartaba la libertad de elección de la gente, y ataba a unos ritos agobiantes.


La familia de Jesús, en medio de esto, no entiende lo que hace, le tachan de loco, no sabe cómo reaccionar y va a buscarlo. Como todos los discípulos, su propia familia debía pasar por un proceso de maduración Ese proceso del discipulado tiene sus momentos de oscuridad y dudas, hasta la cruz y, lógicamente, la resurrección. Entonces se revelará el sentido pleno de la vida de Jesús: hombre y Dios al servicio de la humanidad. Entonces verán claro.


Hasta entonces, Jesús, en presencia de su familia, reacciona como debe, enseñando lo que es lo correcto, colocando la dignidad y la libertad de la persona por encima de todo, y recordando que cumplir la voluntad del Padre es el motor de su vida. Por eso, debe ser el motor de la vida de los creyentes. De esa manera, todos los que nos esforzamos por cumplir la voluntad del Padre nos convertimos en familia de Jesús. El Reino de Dios, el ideal de la vida de Cristo, se convierte en una meta que reúne a muchos hermanos y compañeros, formando una nueva familia, distinta de la de la carne y la sangre.


Si la causa del Reino se convierte en la Causa absoluta de mi vida, entonces formo parte de la familia de Jesús. Puedo sentir a todos los que también creen en ella como “mi madre y mis hermanos”. Empieza una nueva forma de entender la vida, la familia y la misma fe. No es fácil, pero es posible. Lo hicieron María y los Apóstoles. Lo han hecho muchas personas sencillas a lo largo de la historia. Tú, ¿vas a intentarlo? Con la ayuda de Dios, sí se puede.

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