sábado, 16 de diciembre de 2023

Sábado de la 2ª semana de Adviento

Lectura del libro del Eclesiástico (48,1-4.9-11):

EN aquellos días, surgió el profeta Elías como un fuego,

sus palabras quemaban como antorcha.

Él hizo venir sobre ellos hambre,

y con su celo los diezmó.

Por la palabra del Señor cerró los cielos

y también hizo caer fuego tres veces.

¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus portentos!

¿Quién puede gloriarse de ser como tú?

Fuiste arrebatado en un torbellino ardiente,

en un carro de caballos de fuego;

tú fuiste designado para reprochar los tiempos futuros,

para aplacar la ira antes de que estallara,

para reconciliar a los padres con los hijos

y restablecer las tribus de Jacob.

Dichosos los que te vieron

y se durmieron en el amor.

Palabra de Dios

Salmo 79,R/. Oh Dios, restáuranos,que brille tu rostro y nos salve.

Santo Evangelio según san Mateo (17,10-13):

Cuando bajaban del monte, los discípulos preguntaron a Jesús:«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».

Él les contestó:«Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos». Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista.

Palabra del Señor

Compartimos:

Elías ya había venido, era el Bautista. Pero ni él ni Jesús iban a ser comprendidos, mucho menos aceptados, por los escribas que anhelaban esa venida de Elías. Una vez más dos figuras distintas y las dos rechazadas. Hagamos un pequeño recurrido narrativo:

Juan Bautista decide vivir en despoblado, en la soledad poblada de aullidos que dice el Salmo. En una soledad querida por tantos hombres y mujeres buscadores de Dios a lo largo de tantos siglos. Desiertos en la ciudad o en el campo. Desiertos multiformes que tienen en común la búsqueda de “Solo Dios”.

En cambio, Jesús elige vivir entre las personas, entre las preocupaciones y alegrías de los seres humanos. Mezclado y embebido hasta el vino del vértigo final. Busca el roce constante con lo impuro de su tiempo, para revestirlo con el manto del que acoge sin reservas y desde el amor que envuelve, dignifica y devuelve a la vida. Elige una caña cascada y un pabilo vacilante para mimarlo y no dejar que se rompa o se apague. Elige lo débil del entramado humano, porque la ternura de Dios va por el camino de preferencias sin rédito conocido (“Si invitas a alguien que te va a invitar a su vez, ¿qué mérito tienes?”).

Elige un establo y un pesebre por obligación, porque los demás no quieren acoger a una mujer a punto de dar a luz. Elige la confusión lapidaria de la voz inaudible de unas estrellas y de unos pastores que no son nadie para los demás. Elige el llanto, el balbuceo y la risa diáfana de un recién nacido como todos los demás, quebradiza fuerza de lo que se ha de cuidar con esmero y que contiene en sí la fuerza increíble que reblandece y alegra los corazones.

Juan elige el desierto y el grito. Jesús elige el susurro y las poblaciones. Juan anuncia al que “ha de venir” y Jesús cuenta cómo el Reino es de los sencillos y ya está aquí, que no hay que esperar más: a nada ni a nadie.

Es cierto que hemos de preparar los caminos. Pero todavía es más cierto que hemos de dejarnos empapar por este acontecimiento misterioso que celebramos estos días: la gestación en las entrañas de María de todo un Dios, que elige el camino de los seres humanos, en sus esperanzas y sus anhelos, para darle la vuelta y llevarnos a lo esencial. Lo esencial es el amor desproporcionado de quien nos amó primero y que, en la plenitud de los tiempos y para siempre, hizo de la humanidad su carne y su sueño.

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