Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,29-36):
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Salmo 68,R/. Que me escuche, Señor, tu gran bondad
Santo Evangelio según san Lucas (14,12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor
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Este lunes se celebra la memoria obligatoria de 1545 mártires españoles. En la oración colecta se cita a San Pedro Poveda en primer lugar. De este santo mártir que también fue fundador de la Institución Teresiana traigo a estas páginas una frase muy conocida y repetida entre los miembros de la Institución citada: “Yo quiero sí, vidas humanas; casas en donde el humanismo impere; pero como entiendo que esas vidas no podrán ser como las deseamos si no son vidas de Dios, pretendo comenzar por llenar de Dios a los que han de vivir una vida verdaderamente humana”. Y en la oración colecta pedimos su ejemplo e intercesión (y los de todos los mártires) para confesar la fe.
Para Poveda -como para todos los santos- la plenitud de vida tiene un origen, un fin y un cumplimiento: hemos sido creados por Dios para alcanzar y gozar de su gloria, y llegaremos a ese fin porque hemos sido salvados por Cristo Nuestro Señor. Una vida “verdaderamente humana” no puede serlo en plenitud si no tiende hacia lo que constituye su porqué y su para qué último
En esta tarea permanente de ser cada vez “mejores humanos”, Jesucristo es nuestro Maestro. El Dios encarnado, hecho hombre para nuestra salvación se nos muestra en cada pasaje de los Evangelios como “uno de nosotros”, el mejor, sin duda. Un hombre sabio, bueno, compasivo, generoso, valiente, fuerte, delicado, observador, inteligente, agudo… Pongan todo lo que se les ocurra para describir las virtudes y cualidades de un “perfecto humano”. Por mi parte, encuentro en Él una enorme alegría y tal vez un sutil sentido del humor. O es que me hacen gracia algunas situaciones y discursos. Como el que escuchamos hoy sobre “no invitar a un banquete a los amigos, parientes y vecinos ricos”. ¿Entonces? Bueno, el Maestro conoce el corazón del hombre y advierte para que nuestros obsequios no tengan detrás el cálculo interesado de lo que podemos recibir a cambio. O mejor aún para que actuemos con la mejor fórmula para conseguir, dando a los que con nada material pueden recompensarnos, el mejor premio: la bienaventuranza y la resurrección de los justos.
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