Patio de San Dámaso
Bon dia a tots!
Bienvenidos. Saludo cordialmente al cardenal Omella, al Padre Abad de Montserrat Manel Gasch, a los demás obispos, sacerdotes, religiosos presentes, y a todos los fieles que participan en esta peregrinación. Gracias, gracias por esta visita. Estoy contento de recibirlos y de verlos en este día en que celebramos a nuestra Madre celestial bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Celebrar a María es celebrar la cercanía y la ternura de Dios que se encuentra con su pueblo, que no nos deja solos, que nos ha dado una Madre que nos cuida y acompaña. Es celebrar la cercanía de Dios porque el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura. Así ama Dios y viendo a María uno entiende la cercanía de Dios, la compasión de Dios en una Madre y la ternura de Dios.
Precisamente ustedes o vinieron como peregrinos a Roma para celebrar, dar gracias al Señor por esa presencia de María tan cercana que, desde hace 800 años, los acompaña en el camino de la vida cristiana. Evoquemos ahora su imagen: la Virgen de Montserrat, la querida “Moreneta”, está sentada y tiene al Niño en su regazo, es la “Mare de Déu”, y en su mano derecha sostiene una esfera que simboliza el universo, es la “Reina y Señora de todo lo creado”.
Tener presente esta doble vocación de María a ser madre de Dios y madre nuestra nos ayuda a reflexionar sobre el tema elegido para esta peregrinación: “Piedad popular, amistad social y confraternidad universal”. Sabemos que la devoción mariana significa mucho en las manifestaciones de piedad del santo pueblo fiel de Dios. Es la Madre. Pensemos, en estos 800 años de presencia en Montserrat, ¡cuántos fieles visitando su santuario, desgranando las cuentas del rosario, pidiendo con humildad y sencillez a la Moreneta su intercesión por ellos, por sus seres queridos! ¡Y cuántas, cuántas manifestaciones de cariño filial, de súplicas y acciones de gracias! Cuando el Pueblo de Dios va a visitar a su Madre, se expresa, se expresa de un modo que quizás no lo hace tanto en otro tipo de oración. Delante de la Madre como que se despiertan los sentimientos más nobles de una persona. Y cuando María escucha nuestras plegarias, hace ese gesto, que es el gesto más mariano. Señala a Jesús: “Hagan lo que Él les diga”. Es el gesto típicamente mariano. Indica el camino y habla a su Hijo para que entienda.
La fuerza evangelizadora de la piedad popular crea condiciones favorables para que los lazos de amistad y fraternidad entre los pueblos crezcan y se fortalezcan (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium nn. 122-126). San Pablo VI ya había entendido esto, y cambió el nombre: de “religiosidad popular” a “piedad popular”. Y en su Evangelii Nuntiandi tiene párrafos muy claritos sobre esta gracia ―es una gracia que tienen los pueblos― de la piedad popular.
Y también en este aspecto la devoción mariana tiene un lugar privilegiado. María es abogada, pero hoy día la palabra “abogado” es demasiado funcional, es mejor decir es “facilitadora”. María es facilitadora en los conflictos y los problemas, como en la falta de vino en las bodas.
Ella nos ayuda a “desatar los nudos” que se hayan hecho en nosotros y entre nosotros. Es decir, María también allana el camino de la amistad entre los pueblos, invitándonos a volver nuestra mirada al origen y la meta de nuestra existencia, que es Jesucristo, y nos anima a seguir su ejemplo, recorriendo las sendas de la paz, la amabilidad, la escucha y el diálogo paciente y confiado.
Hermanos y hermanas, la Virgen de Montserrat, con el mundo en sus manos, nos invita a vivir esa fraternidad universal, sin fronteras, sin exclusiones, que disipa las sombras de un entorno cerrado. Ella «está atenta no sólo a Jesús sino también “al resto de sus descendientes” (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos son hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras ciudades, donde resplandezcan la justicia y la paz» (Carta enc. Fratelli tutti, n. 278). Para ella no hay descarte, es la Madre de los descartados, de los que nosotros descartamos porque va allí a buscarlos. No conoce la actitud de descartar a nadie. Y como es Madre, sabe escuchar tantas cosas, tantas peticiones, incluso cuando nacen de un corazón doble, de un corazón que no es coherente consigo mismo, un corazón injusto que hace daño. Escucha, escucha al hijo criminal también.
Es hermoso reflexionar sobre estos temas y poder experimentar juntos la alegría de anunciar a Cristo de la mano de María, Madre del Evangelio viviente, Estrella de la evangelización. Los animo a seguir adelante en esta misión, que es don y tarea. Que Jesús los bendiga, que la Virgen los cuide ―es buena cuidadora, sabe cuidar― y que los ayude a seguir caminando juntos. Y, de paso, les pido que no se olviden de rezar por mí. Gracias.
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