viernes, 11 de agosto de 2023

Viernes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (4,32-40):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y no hay otro fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte, en la tierra te mostró aquel gran fuego, y oíste sus palabras que salían del fuego. Porque amó a tus padres y después eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a pueblos más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad, cosa que hoy es un hecho. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

Palabra de Dios

Salmo 76,R/. Recuerdo las proezas del Señor

Santo Evangelio según san Mateo (16,24-28):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La proclamación de la Palabra de hoy forma parte de esos temas del seguimiento de Cristo que presuponen una experiencia inicial de encuentro y seducción que haya atravesado las capas más profundas del corazón; de lo contrario, no se hace propia.

Solamente el que ama de veras no descarta del horizonte de su peregrinación la entrega, el sacrificio, la donación total.

Leemos y releemos desde ahí, el texto de hoy.

La exigente llamada de Jesús a correr su misma suerte, a negarnos a nosotros mismos, a cargar con la cruz no es una exhortación de corte ascético para combatir contra los deseos personales o para cargar con las dificultades de la vida.

No va en esa línea la llamada del Señor. Quien no haya descubierto ya que la vida, sin más, tiene también un “lado oscuro”, y que vivir es asumir también la contrariedad, la dificultad y la limitación es que no ha aterrizado aún en la densidad de lo real.

La apremiante llamada del Señor a cargar con la cruz no es una invitación a un ejercicio piadoso, sino a una opción serena y responsable en favor de aquellos a los que el sistema les impone la cruz de la intolerancia, la exclusion, la miseria y la muerte.

La exigencia de cargar con la cruz está en totsl consonancia con la trayectoria vital del Maestro, “que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él”.

Es el hilo de oro del tapiz de su mensaje y de su modo de ejercer el mesianismo: “he venido a servir y dar mi vida en rescate por todos, para que tengan vida y vida en abundancia”.

No temenos ninguna necesidad de inventemos más cruces para no aceptar la verdadera cruz del Maestro. Ahí nos jugamos la autenticidad de nuestra adhesion a Él y de la verdad de nuestra colaboración en su envío a proseguir su misión solidaria y redentora (“es el amor más grande” el de dar la vida).

Dame, Señor, conocer tu cruz; contemplar tu cruz; abrazar tu cruz.

Dame, Señor, negarme a mi mismo y cargar con la cruz de tu seguimiento.

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