sábado, 5 de agosto de 2023

Transfiguración del Señor

Primera lectura

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios

Salmo 96 R/. El Señor reina, altísimo sobre la tierra

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta de Pedro (1,16-19):

Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Un Monte alto

Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. El camino de Jesús -o su vida, pues para Jesús vivir es caminar hacia una meta- está sembrado de «apartes»: Jesús se marcha «aparte» para orar (Mt 14, 23); se va a un sitio «aparte» para compartir con sus discípulos (Mc 6, 32), y «aparte» les instruye de forma personalizada y confidencial (Mt 20, 17) porque no se enteran, y porque lo necesitan más que nadie, si le tienen que coger un día el relevo. Tan importantes son esos «apartes» para los discípulos, que también ellos un día lo necesitan y se lo pedirán a Jesús (Mt 17, 19; 24, 3).

«Aparte» no significa poner tierra por medio, distanciarse físicamente, como algunos que creen que irse de vacaciones y descansar consiste en irse «lejos», cuanto más lejos, más vacaciones. Y no, para nada.

«Aparte» supone arrancarse de donde uno está -mentalmente es lo que más cuesta: desenchufar- supone  irse a un sitio privado, íntimo, solitario... Pero no para estar solos, o para encerrarnos en nosotros mismos (aislarnos), para huir de todo, para darle vueltas a nuestras desgracias y frustraciones, para rebuscar en nuestras basuras... Estos «apartes» no suelen aportar gran cosa, si es que no ponen las cosas peor.

Los «apartes» que Jesús buscaba para sí mismo son los de una persona que lleva el corazón tan lleno de gente, tan abarrotado de Dios, tan lleno y ocupado con esos «pequeños» que el Padre le ha confiado, que necesita distancia para poder contemplarlos, quererlos uno a uno y a todos juntos como grupo, concentrarse en ellos calmadamente, serenamente, y plantearse cómo actuar, cómo tratarlos, cómo acercarse a ellos, qué quiere enseñarles y exigirles...

No es que quiera descansar de ellos y sus ocurrencias, sus peticiones, sus incomprensiones y rivalidades, sus pretensiones inaceptables...

Jesús se retira a veces a solas, con su Padre, especialmente por las noches o de madrugada. Pero también a menudo se lleva a sus discípulos (o algunos de ellos, como hoy) a un lugar «aparte» para no ser siempre el centro de todo, para poder charlar y contarse las cosas, para estar a gusto...

Además, en esta ocasión, podemos decir que Jesús quiere «recargarles la batería», porque vienen momentos difíciles, tanto para él como para los suyos. Y serán la Ley y los Profetas quienes ayuden a dar sentido, a interpretar el fracaso cercano de la Cruz.

También nosotros necesitamos esos «apartes» para ver si nuestro modo de tratar a los demás y a los nuestros, de escucharlos, de hablarles, de quererles, de corregirles... es lo que quiere Dios y como lo quiere Dios. Para no estar atado a ellos, ni atarlos a nosotros. ¡Qué importante es la libertad! Amar es dejar libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.