Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (56,1.6-7):
Así dice el Señor: «Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar, y se va a revelar mi victoria. A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.»
Palabra de Dios
Salmo 66, R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,13-15.29-32):
Os digo a vosotros, los gentiles: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos. Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos.
Palabra de Dios
Santo Evangelio según san Mateo (15,21-28):
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.» Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.» Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.
Palabra del Señor
Compartimos:
En todo caso, podemos resaltar el contraste con la escena evangélica del domingo pasado, en la que Pedro, que se ahogaba, y también suplica, pero recibe un reproche: «¡Qué poca fe!, ¿por qué has dudado?» En cambio ahora, Jesús proclama una de las mayores alabanzas del Evangelio: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!». Una mujer, una extranjera pagana se convierte en una lección, un modelo (y un reproche) para sus discípulos deseosos de quitarla de en medio para que no molestara, y sobre todo para la cerrazón excluyente de los fariseos. Otra barrera que Jesús ha derribado.
Todavía quedan muchas barreras, alambradas y muros. Las más resistentes son las mentales. Dentro y fuera de la Iglesia. Algunas incluso se están reconstruyendo.
De este Evangelio debiéramos al menos aprender a desterrar todos los rechazos, desprecios, estereotipos y demás hacia personas distintas de nosotros y «los nuestros», poniéndoles etiquetas, criminalizándolas, despreciándolas... ¡Las generalizaciones que injustas y malas son!
Todos los seres humanos, somos hijos de Dios, del mismo Padre nuestro al que todos rezamos, aunque le pongamos distintos nombres. Los cristianos debemos empeñarnos, junto con todos los hombres buenos en ser constructores de la Ciudad de Dios/Casa de Dios, en la que nadie quede excluido por ser pobre, de otro color, de otros países... Con el derecho y la justicia en la mano, como nos ha dicho el profeta, y siempre que sea posible también con la misericordia. Es que la historia nos enseña que otros caminos llevan al precipicio. Sin excepción.
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