Lectura del libro del Eclesiástico (35,1-12):
QUIEN observa la ley multiplica las ofrendas, quien guarda los mandamientos ofrece sacrificios de comunión. Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, quien da limosna ofrece sacrificios de alabanza. Apartarse del mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia. No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues esto es lo que prescriben los mandamientos. La ofrenda del justo enriquece el altar, su perfume sube hasta el Altísimo.
El sacrificio del justo es aceptable, su memorial no se olvidará. Glorifica al Señor con generosidad,y no escatimes las primicias de tus manos. Cuando hagas tus ofrendas, pon cara alegre y paga los diezmos de buena gana. Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con generosidad, según tus posibilidades. Porque el Señor sabe recompensar y te devolverá siete veces más. No trates de sobornar al Señor, porque no lo aceptará; no te apoyes en sacrificio injusto. Porque el Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Palabra de Dios
Salmo 49,R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios
Santo Evangelio según san Marcos (10,28-31):
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
Palabra del Señor
Compartimos:
Hoy, como aquel amo que iba cada mañana a la plaza a buscar trabajadores para su viña, el Señor busca discípulos, seguidores, amigos. Su llamada es universal. ¡Es una oferta fascinante! El Señor nos da confianza. Pero pone una condición para ser discípulos, condición que nos puede desanimar: hay que dejar «casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio» (Mc 10,29).
¿No hay contrapartida? ¿No habrá recompensa? ¿Esto aportará algún beneficio? Pedro, en nombre de los Apóstoles, recuerda al Maestro: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28), como queriendo decir: ¿qué sacaremos de todo eso?
La promesa del Señor es generosa: «El ciento por uno: ahora en el presente (...) y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,30). Él no se deja ganar en generosidad. Pero añade: «Con persecuciones». Jesús es realista y no quiere engañar. Ser discípulo suyo, si lo somos de verdad, nos traerá dificultades, problemas. Pero Jesús considera las persecuciones y las dificultades como un premio, ya que nos ayudan a crecer, si las sabemos aceptar y vivir como una ocasión de ganar en madurez y en responsabilidad. Todo aquello que es motivo de sacrificio nos asemeja a Jesucristo que nos salva por su muerte en Cruz.
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