sábado, 15 de abril de 2023

Domingo 2º de Pascua - Ciclo A

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):

Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.

Palabra de Dios

Salmo 117,R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.

Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Juan (20,19-31):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor

Compartimos:

Estar "con las puertas cerradas” es todo un símbolo. Es estar cerrados al diálogo, dándole vueltas a «lo que me ha pasado a mí»,a lo que he hecho o lo que me han hecho, cerrados al encuentro con los otros,  no querer saber nada de nada ni de nadie; cerrados a la reflexión sobre lo que ha pasado sin intentar encontrarle algún sentido. No saber qué hacer, ni a dónde ir, ni qué decir. ¿No vivimos a veces nuestra vida y nuestra fe como escondidos,  con el miedo atenazándonos por dentro, con la desconfianza ante todo lo que ocurre alrededor?

Motivos no nos faltan: 

El miedo que me hagan daño ¡otra vez!, el miedo a que me juzguen mal,

el miedo a volver a ilusionarme y a soñar, para no llevarme un nuevo chasco,

el miedo a quedarme solo, a no tener fuerzas, a fracasar...


¿No nos va dejando la vida un poso de escepticismo y desesperanza? 


¡Ah, pero están en un lugar bien significativo! En el Cenáculo. 

Allí habían compartido muchas comidas con Jesús, y en especial la Última Cena. 

Allí resonaban todavía -aunque sin comprenderlas ni creerlas del todo- las últimas palabras de Jesús: 


«No os dejaré solos», «mi paz os doy», 

«tomad y comed», «vosotros sois mis amigos, y doy la vida por vosotros»,

«amaos como yo os he amado», «sed mi cuerpo», «bebeos mi vida»,

«haced lo mismo que yo he hecho, en memoria mía»...


Pero también, como clavadas en el alma, aquellas otras palabras de advertencia:

«Cuando sea herido el pastor, se dispersarán las ovejas». «Uno de vosotros me va a entregar».

«Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces»

«¿no habéis podido velar siquiera una hora conmigo?»

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