Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):
Vamos, volvamos al Señor. Porque él ha desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará. En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su presencia y comprenderemos. Procuremos conocer al Señor. Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera que empapa la tierra». Qué haré de ti, Efraín, qué haré de ti, Judá? Vuestro amor es como nube mañanera,como el rocío que al alba desaparece. Sobre una roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los profetascon las palabras de mi boca.Mi juicio se manifestará como la luz. Quiero misericordia y no sacrificio,conocimiento de Dios, más que holocaustos.
Palabra de Dios
Salmo 50,R/. Quiero misericordia, y no sacrificios
Santo Evangelio según san Lucas (18,9-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor
Compartimos:
en la parábola del hijo pródigo el hijo mayor representa a los fariseos, que se tienen por justos; y Rembrandt lo dice precisamente con la cita de la parábola del fariseo y el publicano. Al escuchar de labios de Jesús esta parábola nos posicionamos inmediatamente de parte del publicano humilde y contra el fariseo soberbio. Pero Jesús nos ha contado esta parábola para que nos examinemos, tratando de identificar de qué lado estamos realmente nosotros. Nosotros, el que escribe estas líneas, los que leemos esta página, somos, probablemente, buena gente, personas honestas, cristianos que se esfuerzan por hacer el bien. Es claro que nadie, tampoco Jesús, nos va a criticar por esto.
Pero, al escuchar esta parábola, podemos entender dos peligros que nos amenazan de cerca: el primero es el de despreciar, amparados en nuestra justicia, a borrachos, drogadictos, pedigüenos y otros marginales, a los que consideramos tal vez “pecadores oficiales”. El segundo peligro es el de considerar que son nuestras buenas obras las que nos justifican ante Dios. Es Dios el que nos justifica: por eso tenemos que reconocer humildemente nuestros pecados, que los tenemos, para que Dios nos levante y justifique, y para que, de esta manera, podamos evitar el pecado más grave y difícil de reconocer: el pecado de soberbia, que nos separa de los demás y le cierra a Dios la puerta para nuestra justificación.
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