Mi verdadero desierto es la purificación de todos mis egoísmos, para ser capaz de percibir la mirada amorosa de Dios sobre mí, por la cual me va recreando continuamente a su imagen y semejanza.
El Espíritu Santo es quien me hace ante Dios y ante los demás una criatura nueva ilusionada, enciende mi fe y amor a Dios.
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