Busco, Señor, una verdad que sea genuina y pura como el agua,
que sea simple como el pan,
que sea clara como la luz,
que sea poderosa como la vida.
Busco una verdad que sea genuina y pura como el agua:
una verdad que no tenga que pedir prestada cada vez a unos y a otros,
a derecha y a izquierda;
una verdad para la que no tenga que referirme continuamente a modelos externos,
sino que me salga de dentro;
una verdad que continuamente se renueve en mí y en cada uno de nosotros
como se renueva continuamente, siempre nuevo y siempre igual, el agua del manantial.
Busco una verdad que sea simple como el pan:
una verdad que se pueda tocar, que se pueda ver,
que no nos engañe, que no sea complicada ni difícil
y que, como el pan, pueda ser repartida, dividida y distribuida a otros.
Una verdad que nosotros podamos mirar a la cara, tocar, meditar
y acercarla a nosotros de manera sencilla.
No una verdad por la que estemos obligados a pensar continuamente
en qué consiste y qué significa, sino una verdad que, en sí misma, como el pan,
nos comunique su sustancia, su capacidad de nutrirnos, su realidad concreta e inmediata.
Busco una verdad que sea clara como la luz:
una verdad capaz de renovarse siempre, nunca cansada de sí misma;
una verdad que continuamente resurja de su propio cansancio,
de su propia desconfianza,
de su propio acomodo perezoso;
una verdad que continuamente reviva en nosotros,
que sea poderosa igual que la vida es poderosa.
Ésta es mi búsqueda, nuestra búsqueda, el deseo que pongo en común con vosotros
porque confío en que éste sea también vuestro deseo, nuestra búsqueda común.
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