domingo, 4 de diciembre de 2022

Oración y reflexión en adviento

 Concédenos, Señor, tu alegría insobornable.

La diversión tiene precio y propaganda,

y sus mercaderes son expertos.

Se alquila la evasión fugaz

con sus rutas exóticas y vanas.

Se bebe el gozo con tarjetas de crédito

y se estruja como un vaso desechable.

Pero tu alegría no tiene precio,

ni podemos seducirla.

Es un don para ser acogido y regalado.


Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.

Más unida al perdón recibido

que a la perfección farisaica de las leyes.

Encontrada en la persecución por el Reino

más que en el aplauso de los jefes.

Crece al compartir lo mío con las otras

y se muere al acumular lo de los otros como mío.

Se ahonda al servir a los criados de la historia

más que ser servidos como maestros y señores.

Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano,

se diluye al trepar sobre cuerpos despojados.

Se renueva al apostar por el futuro inédito,

se agota al acaparar las cosechas del pasado.

Tu alegría es humilde y paciente

y camina de la mano de los pobres.


Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”.

La que mana como una resurrección fresca

entre escombros de proyectos fracasados.

La que no logra desalojar de los pobres

ni la cárcel de los sistemas sociales

ni los edictos arbitrarios de los amos.

La decepción más honda y golpeada

no puede blindarnos para siempre

contra su iniciativa inagotable.

Tu alegría es perseguida y golpeada

pero es inmortal desde tu Pascua.


Concédenos, Señor, la sencilla alegría.

La que es hermanas de las cosas pequeñas,

de los encuentros cotidianos y de las rutinas necesarias.

La que se mueve libre entre los grandes,

sin uniforme ni gestos entrenados, como brisa sin amo ni codicia.

Tu alegría es confiada y veraz,

ve la más pequeña criatura amada por ti,

con un puesto en tu corazón y tu proyecto.

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