Por desgracia, estos sucesos son cada vez más frecuentes, lo que lleva a unos y a otros a preguntarse si la ONU es una organización pacificadora o actúa como un «bombero-pirómano». Algunas fuerzas de la ONU, en lugar de despertar la simpatía de las poblaciones a las que deberían proporcionar seguridad, atraen su antipatía. Aunque se podría citar a RDC, muchos países en África las han cuestionado o han pedido su salida inmediata: Angola, Malí, RCA, Sudán del Sur… En otros lugares, aunque la población no haya tenido el valor de cuestionar su presencia debido a los regímenes vigentes o a otras razones, la convivencia ha evolucionado a trompicones. Son muchas las razones que explican este clima envenenado entre el pueblo y los «guardianes de la paz mundial».
Cuando una institución con vocación universal e igualitaria ha sido privatizada por los poderosos que financian la mayoría de sus misiones en todo el mundo, sus objetivos están sesgados en la base. Estas ayudas no son en absoluto una limosna. Por el contrario, resultan ser inversiones turbias que desangran a los países en guerra. Además, las misiones de la ONU son, en muchos casos, oportunidades para crear zonas de influencia que subyugan y ponen a los países víctimas bajo arresto domiciliario.
Además, muchos estados envían sus contingentes no necesariamente por razones humanitarias. A menudo, estos son fuentes de ingresos para los países de origen, lo que da lugar a que las fuerzas de paz sirvan a sus naciones en un país extranjero del que se aprovechan. Su calidad, su motivación y los servicios que deberían rendir se transforman en oportunismo empresarial en busca de beneficio a toda costa.
Por tanto, cuando las tropas que constituyen estas misiones, en lugar de garantizar la paz, entran en un conflicto de intereses comerciales, económicos y políticos, su actuación deja de responder a las necesidades que reclamaban su presencia.
Incluso, algunos de sus miembros se han dedicado a actividades ilícitas que conducen a la traición de su propia misión: comercio de minerales, contrabando de armas y material de guerra con los grupos a los que supues-tamente combaten. No hay que olvidar tampoco los numerosos casos de abusos sexuales por parte de algunos miembros de estos contingentes que la poderosa maquinaria mediática de la ONU siempre consigue encubrir.
Es difícil comprender cómo las fuerzas de la ONU son incapaces de imponer o establecer la paz cuando en muchos casos están en condiciones de hacerlo. Lo que está claro es que, a pesar de que muchas misiones han fracasado en la pacificación de los países en conflicto, todos los miembros de estos contingentes, al final, regresan enriquecidos económicamente. De ahí el nombre de «Lords of the poors» (Señores de los pobres). De hecho, estas misiones tienen presupuestos altísimos debido a los sueldos u honorarios increíblemente elevados y a las inestimables prestaciones de sus agentes. En consecuencia, queda la eterna pregunta: «¿No ha llegado el momento de las reformas profundas que desean muchos países miembros, incluidos los africanos, para que la ONU pueda desempeñar su verdadero papel de pacificadora y estabilizadora en el mundo?».
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