sábado, 22 de octubre de 2022

Domingo 30º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Lectura del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18):

EL Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará.

Palabra de Dios

Salmo 33,R/. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18):

Querido hermano:Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Evangelio

Santo Evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor

Compartimos:

En la misa hay numerosas referencias a nuestra condición pecadora... el Yo confieso, el perdónanos nuestras ofensas, el no soy digno de que entres en mi casa, el cordero de Dios... ten piedad de nosotros... Pero en el fondo no nos consideramos propiamente pecadores, lo decimos un poco «inconscientemente».

   Probablemente nuestro pecado más frecuente sea el del fariseo: Creernos en paz con Dios.  Pensar que ya hacemos  incluso más que lo suficiente. Porque «cumplimos» con los mínimos religiosos, e incluso vamos más allá. Se trata del pecado de la «mediocridad» o la tibieza, al conformarnos con que «ya hago bastante». O reducir la relación con Dios, el camino de la fe y la vida espiritual a un asunto exclusivamente de cumplimientos religiosos, donde la vida diaria, el hermano, la justicia, la misericordia, la generosidad, el agradecimiento, el cuidado de la creación, la construcción de la comunidad... se queden fuera. 

 O, teniendo en cuenta que hoy celebramos el DOMUND, la llamada al humilde testimonio personal del que hablaba San Pablo: «el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones».

  En definitiva: humildes ante Dios, reconociendo nuestra verdad siempre limitada, el deseo de que nuestra oración nos ayude a crecer en el amor y en compromiso fraterno porque , «la oración del humilde atraviesa las nubes, y no desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia» (1 lectura).

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