Espíritu Santo, tú que eres fiel consejero, amigo de la
profundidad del alma y abogado defensor,
defiéndeme de mí mismo para que nunca desconfié y dude de tu gran poder.
Hazme sentir tu presencia, tu mirada y tu afecto.
Hazme temer del camino fácil e independiente,
elimina en mí el orgullo y ayúdame en cualquier mal momento que
pueda hundirme de toda mala intención.
Manténme confiada en tu divinidad, no permitas que me sienta débil
y desconfíe de la presencia de mi Padre Celestial y jamás pueda
sentir vergüenza de manifestar mi gran amor por El.
¡Oh! Espíritu Santo, sé que todo lo que expreso ya me los has
concedido y tengo plena conciencia de tu gracia divina, vivida
a lo largo de mi vida. Tú eres la fuente de todos mis
dones, que seas consejero constante de mis pensamientos
y mis actos y lo que más deseo es que siempre estés en mí
y me concedas el don de manifestar por el mundo
tu misericordia y tu gran amor.
Amén
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