María, madre nuestra, ayúdanos a tener esperanza
y vivir la fe como tú la viviste, te entregaste a proteger
a la Iglesia naciente, que estaba débil y asustada.
. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre.
Ya desde el principio fuiste Consoladora de los afligidos,
de quienes estaban en apuros.
Ella aguarda serenamente el momento de la Resurrección;
por eso, no acompañará a las santas mujeres a
embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.
Siempre, pero de modo particular si alguna vez hemos
dejado a Cristo y nos encontramos
desorientados y perdidos por haber abandonado el sacrificio
y la Cruz como los Apóstoles,
debemos acudir enseguida a esa luz continuamente encendida
en nuestra vida que es la Virgen Santísima.
Ella nos devolverá la esperanza.
"Nuestra Señora es descanso para los que trabajan,
consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos,
puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores,
dulce alivio de los tristes, socorro de los que la imploran".
Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección.
Amén
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