Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):
Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. ¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.
Palabra de Dios
Salmo 84,R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia
Santo Evangelio según san Mateo (12,46-50):
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.» Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
Palabra de Dios
Compartimos:
El pasaje de hoy nos presenta a un Jesús enseñando, que recibe la visita aparentemente inesperada de sus familiares: su madre y sus “hermanos”, que en nuestra tradición se ha interpretado como “parientes cercanos”. Es un dato que aparece en varios pasajes de los evangelios. Podemos suponer que entre Jesús y sus parientes había un cariño inicial, a la vez que, cuando Jesús sale de su pueblo a predicar de forma itinerante por Galilea, es lógico que hubiera una extrañeza en sus familiares. Y que alguna vez salieran a buscarlo, como se nos dice.
La reacción de Jesús denota mucha libertad, fruto de la conciencia de misión que ha desarrollado: “mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre del cielo”. Jesús ha venido a nosotros a través de María, centro de su familia humana. A la vez, Él viene a inaugurar una nueva familia donde lo definitivo no son los lazos de la sangre, sino el ser hijos de Dios y vivir según su voluntad.
Nuestra familia de origen es importante: es el regalo a través del cual se nos dio la vida, a muchos también nos ha transmitido la fe, y a la que tanto debemos. A la vez, hay otra familia más grande y más importante: la que formamos todos los hijos de Dios y los que pueden llegar a serlo.
Que el Señor nos conceda sabernos miembros de esa gran familia de Dios, y vivir en consecuencia, como hijos y hermanos.
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