jueves, 16 de junio de 2022

Jueves de la 11ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura del libro del Eclesiástico (48,1-15):

Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó el cielo e hizo bajar tres veces el fuego. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria? Tú resucitaste un muerto, sacándolo del abismo por voluntad del Señor; hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos; ungiste reyes vengadores y nombraste un profeta como sucesor. Escuchaste en Sinaí amenazas y sentencias vengadoras en Horeb. Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que vives. Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu. En vida hizo múltiples milagros y prodigios, con sólo decirlo; en vida no temió a ninguno, nadie pudo sujetar su espíritu; no hubo milagro que lo excediera: bajo él revivió la carne; en vida hizo maravillas y en muerte obras asombrosas.

Palabra de Dios

Salmo  96,R/. Alegraos, justos, con el Señor

Santo Evangelio según san Mateo (6,7-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Recemos al Padre pidiéndole que Él se haga sentir en la historia y se muestre santo a todos–porque son muchos los que creen que no existe o le tienen miedo-. Supliquemos que los hombres tengamos experiencia de su Reino en medio de nosotros y que nos decidamos de una vez por todas a cumplir sobre la tierra “su voluntad”. La voluntad de Dios es la comunión, el empeño por hacernos hermanos de los demás.

Todo esto no es fácil cuando el egoísmo manda. Por eso elevemos otra súplica: “Danos hoy el pan nuestro de cada día”; esto es, que haya pan para todos, que los hombres no impidamos que el pan llegue a la mesa de los pobres. Y añadimos: “Perdona nuestras deudas, como nosotros también las perdonamos...”: Porque ser comensales es, ante todo, obra de reconciliación. Sólo cuando nos hayamos reconciliado, todos nos sentiremos plenamente en casa. Y así Dios nos ayudará a no caer en las tentaciones. Dios no nos induce a ninguno a la tentación. Es Él quien, por el contrario, nos libra del mal, de ese mal que nos enfrenta a unos contra otros y nos convierte en hermanos separados. Un mal que proviene de aquel que siembra la discordia en el mundo, del Maligno. Por eso, rezamos con fuerza la última petición que nos propone Jesús.

La reconciliación es, pues, condición inaplazable para que la oración que Jesús nos enseña suene como verdadera y sincera en nuestros labios. Seamos hermanos y elevemos a Dios como Padre. Es absurdo que lo hagamos en la discordia. Por eso, aprender a rezar el Padrenuestro es aprender a vivir.

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