Plaza de San Pedro
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de este domingo nos habla de un punto de inflexión. Dice así: «Cuando se acercaban los días en que iba a ser elevado a lo alto, Jesús tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén» (Lc 9,51). Así comienza el “gran viaje” a la ciudad santa, que requiere una decisión especial porque es el último. Los discípulos, llenos de un entusiasmo todavía demasiado mundano, sueñan que el Maestro está en camino hacia el triunfo; Jesús, en cambio, sabe que en Jerusalén le esperan el rechazo y la muerte (cf. Lc 9,22.43b-45); sabe que tendrá que sufrir mucho; y esto requiere una decisión firme. Así Jesús se dirige con paso decidido hacia Jerusalén. Es la misma decisión que debemos tomar nosotros si queremos ser discípulos de Jesús. ¿En qué consiste esta decisión? Porque debemos ser discípulos de Jesús en serio, con verdadera determinación, no como decía una anciana que conocí: cristianos sin fundamento, superficiales. ¡No! Cristianos decididos. Y para entender esto nos ayuda el episodio que el evangelista Lucas relata inmediatamente después.
Mientras iban de camino, una aldea de samaritanos, al enterarse de que Jesús se dirigía a Jerusalén —que era la ciudad adversaria— no le da la bienvenida. Los apóstoles Santiago y Juan, indignados, sugieren a Jesús que castigue a esa gente haciendo bajar fuego del cielo. Jesús no sólo no acepta la propuesta, sino que reprende a los dos hermanos. Quieren involucrarlo en su deseo de venganza y Él no está de acuerdo (vv. 52-55). El “fuego” que vino a traer a la tierra es otro (cf. Lc 12,49), es el Amor misericordioso del Padre. Y para hacer crecer este fuego hace falta paciencia, hace falta constancia, hace falta espíritu penitencial.
Santiago y Juan, en cambio, se dejaron vencer por la ira. Y esto también nos sucede a nosotros, cuando, aunque hagamos el bien, quizás con sacrificio, en lugar de acogida encontramos una puerta cerrada. Entonces surge la ira: incluso intentamos involucrar a Dios mismo, amenazando con castigos celestiales. Jesús, en cambio, recorre otro camino, no el camino de la rabia, sino el de la firme decisión de ir hacia adelante que, lejos de traducirse en dureza, implica calma, paciencia, longanimidad, sin por ello aflojar lo más mínimo en nuestro empeño por hacer el bien. Esta forma de ser no denota debilidad, sino, por el contrario, una gran fuerza interior. Dejarse vencer por la ira en la adversidad es fácil, es instintivo. Lo difícil, en cambio, es dominarse a sí mismo, haciendo como Jesús, que —dice el Evangelio— se puso «en camino hacia otra aldea» (v. 56). Esto significa que cuando encontremos puertas cerradas, debemos ir a hacer el bien en otro lugar, sin recriminaciones. Así, Jesús nos ayuda a ser personas serenas, contentas con el bien que hemos hecho y sin buscar la aprobación humana.
Ahora preguntémonos, ¿cuál es nuestra posición? Ante los desacuerdos, los malentendidos, ¿nos dirigimos al Señor, le pedimos su constancia para hacer el bien? ¿O buscamos la confirmación en los aplausos y acabamos amargados y resentidos cuando no los oímos? ¿Cuántas veces, consciente o inconscientemente, buscamos el aplauso, la aprobación de los demás? ¿Y lo hacemos por los aplausos? No, eso no está bien. Debemos hacer el bien por el servicio y no buscar el aplauso. A veces creemos que nuestro fervor se debe a un sentimiento de rectitud por una buena causa, pero en realidad la mayoría de las veces no es más que orgullo, combinado con debilidad, susceptibilidad e impaciencia. Pidamos entonces a Jesús la fuerza para ser como Él, para seguirle con firmeza por el camino del servicio. No ser vengativo, no ser intolerante cuando surgen dificultades, cuando nos desvivimos por el bien y los demás no lo entienden, es más, cuando nos descalifican. No: silencio y adelante.
Que la Virgen María nos ayude a hacer nuestra la firme decisión de Jesús de permanecer en el amor hasta el final.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Sigo con preocupación lo que ocurre en Ecuador. Estoy cerca de ese pueblo y animo a todas las partes a abandonar la violencia y las posiciones extremas. Aprendamos: sólo a través del diálogo será posible encontrar, espero que pronto, la paz social, con especial atención a las poblaciones marginadas y a los más pobres, pero siempre respetando los derechos de todos y las instituciones del país.
Deseo expresar mi cercanía a la familia y a las hermanas de la hermana Luisa Dell'Orto, Hermanita del Evangelio de Carlos de Foucauld, asesinada ayer en Puerto Príncipe, capital de Haití. La hermana Luisa llevaba 20 años viviendo allí, dedicada sobre todo al servicio de los niños de la calle. Encomiendo su alma a Dios y rezo por el pueblo haitiano, especialmente por los más pequeños, para que tengan un futuro más sereno, sin miseria ni violencia. Sor Luisa hizo de su vida un don para los demás, hasta el martirio.
Los saludo a todos, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países: veo la bandera argentina, mis compatriotas. Los saludo a todos. En particular, saludo a los fieles de Lisboa, a los estudiantes del Instituto Notre-Dame de Sainte-Croix de Neuilly, Francia, y a los de Telfs, Austria. Saludo al Coro polifónico de Riesi, al grupo de padres de Rovigo y a la comunidad pastoral Beato Serafino Morazzone de Maggianico. Veo que hay banderas de Ucrania. Allí, en Ucrania, los bombardeos continúan, causando muerte, destrucción y sufrimiento a la población. Por favor, no olvidemos a este pueblo afligido por la guerra. No los olvidemos en nuestros corazones y en nuestras oraciones.
Le deseo un buen domingo. Y, por favor, no olviden rezar por mí. Que tengas un buen almuerzo y hasta luego.
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