Plaza de San Pedro
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy nos habla del vínculo que hay entre el Señor y cada uno de nosotros (cfr. Jn 10,27-30). Para hacerlo, Jesús utiliza una imagen tierna, una imagen hermosa, la del pastor que está con las ovejas. Y la explica con tres verbos: «Mis ovejas —dice Jesús— escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» (v. 27). Tres verbos: escuchar, conocer, seguir. Veamos estos tres verbos.
En primer lugar las ovejas escuchan la voz del pastor. La iniciativa viene siempre del Señor; todo parte de su gracia: es Él que nos llama a la comunión con Él. Pero esta comunión nace si nosotros nos abrimos a la escucha; si permanecemos sordos no nos puede dar esta comunión. Abrirse a la escucha porque escuchar significa disponibilidad, significa docilidad, significa tiempo dedicado al diálogo. Hoy estamos abrumados por las palabras y por la prisa de tener que decir o hacer algo siempre; es más, cuántas veces dos personas están hablando y una no espera que la otra termine el pensamiento, la corta a mitad de camino, responde… Pero si no la deja hablar, no hay escucha. Este es un mal de nuestro tiempo. Hoy estamos abrumados por las palabras, por la prisa de tener que decir siempre algo, tenemos miedo del silencio. ¡Cuánto cuesta escucharse! ¡Escucharse hasta el final, dejar que el otro se exprese, escucharse en familia, escucharse en la escuela, escucharse en el trabajo, e incluso en la Iglesia! Pero para el Señor sobre todo es necesario escuchar. Él es la Palabra del Padre y el cristiano es hijo de la escucha, llamado a vivir con la Palabra de Dios al alcance de la mano. Preguntémonos hoy si somos hijos de la escucha, si encontramos tiempo para la Palabra de Dios, si damos espacio y atención a los hermanos y a las hermanas. Si sabemos escuchar hasta que el otro se pueda expresar hasta el final, sin cortar su discurso. Quien escucha a los otros sabe escuchar también al Señor, y viceversa. Y experimenta una cosa muy bonita, es decir que el Señor mismo escucha: nos escucha cuando le rezamos, cuando confiamos en Él, cuando le invocamos.
Escuchar a Jesús se convierte así en el camino para descubrir que Él nos conoce. Este es el segundo verbo, que se refiere al buen pastor: Él conoce a sus ovejas. Pero esto no significa solo que sabe muchas cosas sobre nosotros: conocer en sentido bíblico quiere decir también amar. Quiere decir que el Señor, mientras “nos lee dentro”, nos quiere, no nos condena. Si le escuchamos, descubrimos esto, que el Señor nos ama. El camino para descubrir el amor del Señor es escucharlo. Entonces la relación con Él ya no será impersonal, fría o de fachada. Jesús busca una cálida amistad, una confidencia, una intimidad. Quiere donarnos un conocimiento nuevo y maravilloso: el de sabernos siempre amados por Él y por tanto nunca dejados solos a nosotros mismos. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo» (Sal 23,4). Sobre todo en los sufrimientos, en las fatigas, en las crisis que son la oscuridad: Él nos sostiene atravesándolas con nosotros. Y así, precisamente en las situaciones difíciles, podemos descubrir que somos conocidos y amados por el Señor. Preguntémonos entonces: ¿yo me dejo conocer por el Señor? ¿Le hago espacio en mi vida, le llevo eso que vivo? Y, después de muchas veces en las que he experimentado su cercanía, su compasión, su ternura, ¿qué idea tengo yo del Señor? El Señor es cercano, el Señor es buen pastor.
Finalmente, el tercer verbo. Las ovejas que escuchan y saben que son conocidas siguen: escuchan, se sienten conocidas por el Señor y siguen al Señor, que es su pastor. Y quien sigue a Cristo, ¿qué hace? Va donde va Él, por el mismo camino, en la misma dirección. Va a buscar a quien está perdido (cfr. Lc 15,4), se interesa por quien está lejos, se toma en serio las situaciones de quien sufre, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo, se lo carga sobre los hombros. ¿Y yo? ¿Me dejo solo amar por Jesús y del dejarse amar paso a amarlo, a imitarlo? Que la Virgen Santa nos ayude a escuchar a Cristo, a conocerlo cada vez más y a seguirlo en el camino del servicio. Escuchar, conocerlo y seguirlo.
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer en San Ramón (Perú) fue beatificada María Agustina Rivas López, llamada Aguchita, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, asesinada por odio a la fe en 1990. Esta heroica misionera, incluso sabiendo que arriesgaba la vida, permaneció siempre cerca de los pobres, especialmente de las mujeres indígenas y campesinas, testimoniando el Evangelio de la justicia y de la paz. Que su ejemplo pueda suscitar en todos el deseo de servir a Cristo con fidelidad y valentía. Un aplauso a la nueva Beata.
Se celebra hoy la Jornada mundial de oración por las vocaciones, que tiene por tema «Llamados a edificar la familia humana». En cada continente, las comunidades cristianas invocan al Señor el don de las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, a la elección misionera y al matrimonio. Esta es la jornada en la que sentirnos todos, en cuanto bautizados, llamados a seguir a Jesús, a decirle sí, a imitarlo para descubrir la alegría de dar la vida, de servir con alegría e impulso el Evangelio. En este contexto, deseo formular mis felicitaciones a los nuevos presbíteros de la diócesis de Roma, que han sido ordenados esta mañana en la Basílica de San Juan de Letrán.
Precisamente a esta ahora muchos fieles se reúnen en torno a la venerada imagen de María en el Santuario de Pompeya, para dirigirle la Súplica que brota del corazón del Beato Bartolo Longo. Espiritualmente arrodillado delante de la Virgen, le encomiendo el ardiente deseo de paz de tantas poblaciones que en distintas partes del mundo sufren la insensata desgracia de la guerra. A la Virgen Santa presento en particular los sufrimientos y las lágrimas del pueblo ucraniano. Frente a la locura de la guerra, sigamos, por favor, rezando cada día el Rosario por la paz. Y recemos por los responsables de las Naciones, para que no pierdan “el olfato de la gente”, que quiere la paz y sabe bien que las armas no la traen, nunca.
Recemos también por las víctimas de la explosión ocurrida en un gran hotel de la capital de Cuba, La Habana. Que Cristo Resucitado les guíe a la casa del Padre y done consuelo a los familiares.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países. En particular, saludo a los fieles de Estado Unidos de América, de Polonia y de la diócesis de Nantes (Francia). Saludo a la Familia Pasionista, que celebra el Jubileo del tercer centenario de fundación; a los enfermos de fibromialgia, que deseo reciban la asistencia necesaria; como también a los fieles de Nápoles, Pomigliano d’Arco, Reggio Calabria y Foggia, los jóvenes de la confirmación de Zogno (Bérgamo) y los de San Fernando, en Roma. Un saludo especial al grupo de refugiados ucranianos y a las familias que les hospedan en Macchie, Perugia. Saludo también a los responsables de la Comunidad de San Egidio de América Latina.
Hoy, en muchos países, se celebra el Día de la Madre. Recordamos con afecto a nuestras madres —un aplauso a las madres—, también a las que no están ya con nosotros aquí, pero viven en nuestros corazones. Para todas las madres es nuestra oración, nuestro afecto, nuestra felicitación.
¡Buen domingo a todos! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
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