jueves, 5 de mayo de 2022

Jueves de la 3ª semana de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,26-40):

En aquellos días, un ángel del Señor habló a Felipe y le dijo: «Levántate y marcha hacia el sur, por el camino de Jerusalén a Gaza, que está desierto». Se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido a Jerusalén para adorar. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza». Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Contestó: «Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?». E invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este: «Como cordero fue llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, así no abre su boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá contar su descendencia? Pues su vida ha sido arrancada de la tierra». El eunuco preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?». Felipe se puso a hablarle y, tomando píe de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús. Continuando el camino, llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco:«Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?».

Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su camino lleno de alegría. Felipe se encontró en Azoto y fue anunciando la Buena Nueva en todos los poblados hasta que llegó a Cesarea.

Palabra de Dios

Salmo 65,R/. Aclamad al Señor, tierra entera

 Santo Evangelio según san Juan (6,44-51):

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Palabra del Señor

Compartimos:

La obra de la evangelización es asunto del Espíritu Santo o, como dice Jesús, del Padre y su Providencia: “nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre…” Pero esa obra se realiza por la mediación humana que empieza en la encarnación del Verbo, en Cristo, y se prologa por medio de su cuerpo que es la Iglesia. En nuestro testimonio cristiano tenemos que sabernos instrumentos de esa Providencia del Padre, de esa guía del Espíritu Santo y, definitiva, del ministerio del mismo Cristo, del que nos alimentamos en la Eucaristía (en la doble mesa de la Palabra y el Pan y el Vino). Y como los caminos de Dios no son los de los hombres (cf. Is 55, 8) la obra de la evangelización transcurre por caminos paradójicos y, humanamente, no siempre comprensibles desde criterios de éxito y eficacia. El ángel del Señor (el Espíritu Santo) envía a Felipe a un lugar desierto y a un hombre sin futuro (un eunuco). He aquí un buen ejemplo de ese anuncio del evangelio por extraños caminos, en apariencia infecundos, incapaces de dar fruto. No es infrecuente escuchar críticas a la inutilidad de ciertas vocaciones y de ciertas misiones. ¿Qué hacen los monjes y monjas de clausura, ahí, encerrados, orando, cuando hay tantas cosas que hacer, tantas necesidades que atender? ¿Qué pintan esos misioneros en territorios musulmanes, en los que ni siquiera pueden anunciar el evangelio? También los que trabajan en lugares como Rusia hemos escuchado esos reproches: ¿qué hacen en “territorio ortodoxo”, donde apenas hay católicos, cuando en nuestros viejos países, que alguna vez fueron cristianos, hay tanto que hacer y tan pocas vocaciones? Es el ángel del Señor el que envía a Felipe al camino de Gaza, que, le dice, está desierto. Y Felipe no pregunta: “¿a qué?”; simplemente, va. Y conversa con un eunuco, un hombre-desierto, sin futuro. Pero es que donde actúa el Espíritu del Señor y hay hombres que lo secundan el desierto se convierte en un jardín (cf. Is 53, 3) y los eunucos, excluidos por la Ley de la asamblea del Señor (cf. Dt 23, 2), engendran vida: “No diga el eunuco: soy un árbol seco. Pues así dice el Señor: respecto a los eunucos que guardan mis sábados y eligen aquello que me agrada y mantienen mi alianza, yo he de darles en mi templo y en mis muros un monumento y nombre mejor que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no será borrado” (Is 56, 3-5).

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