Lectura del libro del Deuteronomio (26,16-19):
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma.Hoy has elegido al Señor para que él sea tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos.Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor, tu Dios, como prometió».
Palabra de Dios
Salmo 118,R/. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,43-48):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra del Señor
Compartimos:
El saludo es una de las manifestaciones más sencillas de eso que llamamos amar incluso a los enemigos, y no siempre nos sale espontánemente. Las cosas se complican si pretendemos ir más allá, profundizar el trato o la relación. En efecto, sabiendo que a veces ya nos cuesta saludar cordialmente a algunas personas, ¡qué será amarlas con amor evangélico! Si pensamos en cuáles deberían ser las manifestaciones concretas de ese amor, entonces sí que es mucho más difícil amar que saludar. Pero, de momento, lo inmediato es el saludo. No estaría mal que empezáramos por ahí.
¿Es más difícil amar a los amigos o a los enemigos? En principio, a los amigos.
En ciertas ocasiones, amar a los amigos no es nada fácil. Porque son los que trato a diario; porque son los que me piden (y me dan) cosas, los que ocupan mi tiempo y mi energía. Y no siempre estoy “a partir un piñón” con ellos. Con aquellos que trato a frecuentemente es con quienes tengo enfrentamientos; siguen siendo mis amigos, claro, pero de vez en cuando esa relación de amistad requiere que renuncie a algunos de mis planteamientos, que pida perdón, que acepte criterios de otros… A los enemigos (o a los rivales, o como los denomine) con no verlos... Si no me los encuentro no necesito contrastar o manifestar mi supuesto amor por ellos.
La conclusión es sencilla: empecemos por los de casa. El amor a los enemigos, bien entendido, es imposible de alcanzar si no soy capaz de saludar, siempre y cordialmente, a los amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.