Dime, por tu Misericordia, Señor y Dios mío,
que eres para mí. Di a mi alma: "Yo soy tu salvación".
Dilo de forma que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón están ante Ti,
Señor; ábrelos y di a mi alma: "Yo soy tu salvación".
Que yo corra tras esta voz y de dé alcance.
No quieras esconderme tu rostro.
Muera yo para que no muera y pueda si verte.
Angosta es la casa de mi alma para
que vengas a ella: sea ensanchada por Ti.
Ruinosa está: repárala.
Hay en ella cosas que ofenden tus ojos:
lo confieso y lo sé; pero
¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de Ti?
Tú lo sabes, Señor. No quiero
contender en juicio contigo, que eres la verdad,
y no quiero engañarme a mí mismo,
para que no se engañe a sí misma mi iniquidad.
Amén.
(San Agustín)
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