Nada tiene de grande
ver a Cristo con los ojos físicos:
lo grandioso es creer en Cristo
con los ojos del corazón.
Si se nos presentase ahora Cristo,
se parase ante nosotros, callado,
¿cómo sabríamos quién era?
Y, además, en caso de permanecer callado,
¿de qué nos aprovecharía?
¿No es mejor que, ausente, hable en el Evangelio
antes que, presente, esté callado?
Y, sin embargo, no está ausente
si se le aferra con el corazón.
Cree en Él y lo verás.
No está ausente a tus ojos
y posee tu corazón.
Si estuviera ausente de nosotros,
sería mentira lo que acabamos de oír:
"He aquí que estoy con vosotros
hasta el fin de los tiempos.
(San Agustín)
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