viernes, 31 de diciembre de 2021

Oración para las doce campanadas

Para el nuevo año te ofrecemos doce frases, como doce campanadas:

1. Agradece el pasado como don de Dios.

2. Vive el presente con esperanzas y creatividad.

3. Di "sí" al paso de Dios por tu vida.

4. Confía, Dios te encomienda cosas grandes.

5. Valora lo pequeño, llegarás a lo grande.

6. Mira a la vida con sencillez y amor.

7. Ten buen humor, pase lo que pase.

8. Perdona y pide perdón.

9. Haz algo por el otro y serás feliz.

10. Atento, Dios te habla cada día.

11. Dios cuenta contigo.

12. Ama la vida, ama al mundo, ama a Dios.


QUE DIOS TE BENDIGA HOY Y SIEMPRE

FELIZ AÑO NUEVO,TENER ESPERANZA SIEMPRE.

CONFÍA EN DIOS ETERNAMENTE.

Sor María Pilar,O.P

Santa María Madre de Dios

Lectura del libro de los Números (6,22-27):

EL Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Palabra de Dios

Salmo 66 R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (4,4-7):

Hermanos: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Lucas (2,16-21):

EN aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor

Compartimos:

En el relato de Lucas, los pastores se acercan al portal y descubren “a María, a José y al niño”. Cuando nos acercamos a Dios, siempre nos encontramos a la vez con sus testigos, y eso nos hace a la vez testigos: “todos los que oían se admiraban de lo que decían los pastores”. María es la mujer testigo de la fuerza de Dios en la debilidad y de la respuesta humana en generosidad. Encontrarnos con ella también nos hace testigos valientes, desde nuestra debilidad, en medio de nuestro mundo.

En el Evangelio de hoy se nos dice algo más: “María guardaba todo esto en su corazón”. El Corazón de María es el cofre donde se conserva todo lo valioso, como regalo de la vida para desplegar la existencia en gratuidad y en generosidad. Así fue la vida de María: recibiendo lo que Dios le fue dando, acogiendo lo que le fue pidiendo y desplegándose de dentro a fuera, desde el corazón al mundo.

El año nuevo es abierto por María como un signo de lo que fue su vida y de lo que puede ser la nuestra: apertura, confianza, entrega. ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz día de María!

En el comienzo de este nuevo año,

junto a María, madre de Dios y madre de la Iglesia,

te ofrezco lo que soy para que, como en ella,

mi vida sirva a esta historia de amor con la humanidad

que tienes pensada desde siempre y para siempre.

Que así sea.

VII dentro de la Octava de Navidad

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,18-21):

Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.

Palabra de Dios

Salmo 95,R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

 Santo Evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha contado.

Palabra del Señor

Compartir:

En el último día del año, terminando la octava de Navidad, se nos recuerda el prólogo de Juan, que condensa esa historia del Dios-con-nosotros que recordamos y actualizamos en estos días. Terminar un año es tiempo de balances y de esperanzas. Miramos atrás para ver lo que fue, desde la distancia que dan los días, en perspectiva. Y en esa mirada, podemos descubrir lo que realmente fue importante de lo que no dejó de ser intranscendente, por mucho que pareciera otra cosa. Y se puede abrir el corazón para dar gracias, profundamente, por todo lo recibido en esos días vividos. Quizá primero por conservar la vida, que no conviene dar por supuesta. Y por la fe. Y por las personas queridas. Y por las dificultades que nos pueden ayudar a crecer…

Miramos adelante para esperar lo que está por venir. Con una espera activa, que se predispone a hacer algo bueno con lo que se nos regale de ahora en adelante. ¿Qué será? ¿Cómo vendrá? ¿Qué podré hacer con esto… o con aquello…? Quizá hoy es un buen día para pedir, y para confiar.

Gracias, Señor, por este año que termina.

Gracias porque, en medio de la vida de cada día,

Tú te has hecho presente…

Dame tu mirada para agradecer todo lo recibido…

Y sobre todo, gracias por ser Dios-con-nosotros,

de quien recibimos “gracia tras gracia”.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Oración para despedir el año

 Señor, antes de entrar en el bullicio y aturdimiento del fin de año, quiero esta tarde encontrarme contigo despacio y con calma.

Son pocas las veces que lo hago. Tú sabes que ya no acierto a rezar. He olvidado aquellas oraciones que me enseñaron de niño y no he aprendido a hablar contigo de otra manera más viva y concreta.

Señor, en realidad, ya no sé muy bien si creo en ti. Han pasado tantas cosas estos años. Ha cambiado tanto la vida y he envejecido tanto por dentro... Yo quisiera sentirte más vivo y más cercano. Me ayudaría a creer. Pero me resulta todo tan difícil...

Y, sin embargo, Señor, yo te necesito. A veces me siento muy mal dentro de mí. Van pasando los años y siento el desgaste de la vida. Por fuera todo parece funcionar bien: el trabajo, la familia, los hijos. Cualquiera me envidiaría. Pero yo no me siento bien.

Ya ha pasado un año más. Esta noche comenzaremos un año nuevo, pero yo sé que todo seguirá igual. Los mismos problemas, las mismas preocupaciones, los mismos trabajos. Y así, ¿hasta cuándo?

¡Cuánto desearía poder renovar mi vida desde dentro! Encontrar en mí una alegría nueva, una fuerza diferente para vivir cada día. Cambiar, ser mejor conmigo mismo y con todos. Pero la experiencia me dice que no puedo esperar grandes cambios. Estoy demasiado acostumbrado a un estilo de vida. Ni yo mismo creo demasiado en mi transformación.

Por otra parte, tú sabes cómo me dejo arrastrar por la agitación de cada día. Tal vez por eso no me encuentro casi nunca contigo. Tú estás dentro de mí y yo ando casi siempre fuera de mí mismo. Tú estás conmigo y yo ando perdido en mil cosas.

Si al menos te sintiera como mi mejor amigo... A veces pienso que eso lo cambiaría todo. Qué alegría si yo no te tuviera esa especie de temor que no sé dónde brota, pero que me distancia tanto de ti...

Señor, graba bien en mi corazón que tú hacia mí sólo puedes sentir amor y ternura. Recuérdame desde dentro que tú me aceptas tal como soy, con mi mediocridad y mi pecado, y que me quieres incluso aunque no cambie.

Señor, se me va pasando la vida, y a veces, pienso que mi gran pecado es no terminar de creer en ti y en tu amor. Por eso, esta noche yo no te pido cosas.

Sólo que despiertes mi fe, lo suficiente para creer que tú estás siempre cerca y me acompañas.

Que a lo largo de este año nuevo no me aleje mucho de ti. Que sepa encontrarte en mis sufrimientos y mis alegrías. Entonces tal vez cambiaré. Será un año nuevo.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

Nuestra gratitud a DIOS

 Gracias Padre, que nos amaste tanto que nos diste a tu Hijo.

Gracias Jesús por haberte hecho niño para salvarnos.

Señor, te damos gracias.

Gracias Jesús, por haber traído al mundo el amor de Dios.

Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú veniste a decirnos que Dios nos ama y que nosotros 

debemos amar a los demás,

Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú veniste a decirnos que da más alegría el dar que el recibir,

Señor, te damos gracias.

Señor Jesús, Tú veniste a decirnos que lo que hacemos a los demás te lo hacemos a Ti.

Señor, te damos gracias.

Gracias María, por haber aceptado ser la Madre de Jesús.

María, te damos gracias.

Gracias San José, por cuidar de Jesús y María.

VI dentro de la Octava de Navidad

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,12-17):

Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, los jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Palabra de Dios

Salmo 95,R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Santo Evangelio según san Lucas (2,36-40):

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor 

Compartimos:

También esto lo vivió Jesús. Su crecimiento fue progresivo. Quien le viera de un día para otro, no percibiría apenas ningún cambio externo. También fue recién nacido, tuvo cinco años, cumplió los doce, llegó a los dieciocho, a los veinticinco, a los treinta… En la esperanza de vida de aquella época, podemos decir que, aunque su vida fue interrumpida violentamente, Jesús pasó por todas las edades del ser humano: niñez, juventud y madurez. Y en ese crecimiento supo de la importancia del día a día, de cada palabra y cada gesto, de la perspectiva que dan los años… Y experimentó que el Padre estaba a su lado, en todo momento y circunstancia. “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.

Así es nuestra vida. A veces quisiéramos crecer más rápido. A veces quisiéramos disfrutar de los frutos… sin haberlos plantado… o cuidado… o esperado a que estén en su sazón. Y nada hay más antinatural que querer saltarse etapas.

El Dios de la Vida, que conoce por experiencia lo que es el ritmo de las cosas desde su encarnación en la persona de Jesús, acompaña ese crecimiento, alentándolo desde dentro… en la espera de que cada cual dé los frutos esperados, para la vida del mundo.


Día V dentro de la Octava de Navidad.

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,3-11):

En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Palabra de Dios

Salmo 95,R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Santo Evangelio según san Lucas (2,22-35):

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Simeón era un “hombre justo y piadoso”. Desde ese dato podemos imaginar que, como tantos hombres y mujeres de aquél tiempo –y de todos los tiempos-, había vivido una vida más o menos sencilla, con sus luces y sombras, con sus certezas y dudas, en acogida de Dios y en servicio humilde hacia los demás. “Una buena persona”, “un hombre de Dios”, podrían comentar de él sus vecinos. Seguro que algunos simpatizaban más con él que otros, que ya se sabe que siempre pasa. Pero no tenía grandes enemigos declarados. Porque en su corazón había siempre un lugar para el perdón y la reconciliación. Quizá porque él también necesitó ser reconciliado y perdonado en más de una ocasión. Y era de los que, en medio de la confusión del mundo -en su época y en todas las épocas- no había perdido la esperanza. Y “aguardaba el consuelo de Israel”. Con una profunda confianza en el Dios en cuyas manos vivimos, nos movemos y existimos. Este es Simeón. Con toda su historia. “El Espíritu Santo moraba en él”.

Este es quien, en el relato de Lucas, toma al niño en brazos y bendice a Dios. Sus palabras son toda una muestra de confianza y de lucidez. Le dice a Dios que ya, cuando quiera, entiende que su vida ha llegado a su meta, porque se ha encontrado con el Dios-con-nosotros. Y a la vez que dice eso, anuncia ese futuro nuevo: ha llegado la “luz para alumbrar a las naciones”… y orienta a María con unas palabras que quieren fortalecerla para lo que pueda venir.

Simeón personifica la historia de Israel. Con todas sus historias, ahí está un pequeño resto manteniendo la confianza en el futuro nuevo que Dios les había prometido. Simeón personifica la historia de cualquier persona. En búsqueda, con posibilidad de acoger al Dios-con-nosotros y de anunciar la novedad de su Reino.

Necesitamos más ancianos como Simeón. También jóvenes y personas de mediana edad. Que desde la experiencia de una vida vivida en confianza, no busquen aferrarse a nada, sino transmitir esa confianza a los que vienen por detrás. Tú también puedes ser Simeón.

martes, 28 de diciembre de 2021

Los Santos Inocentes

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (1,5–2,2):

Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Palabra de Dios

Salmo 123,R/. Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador

 Santo Evangelio según san Mateo (2,13-18):

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»

José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.» Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La luz molesta a las tinieblas. Porque son incompatibles. Por eso Herodes quiere hacerla desaparecer, y trama su plan. Y en esa lucha, recreada en tantas escenas de la Biblia y del cine contemporáneo, resplandece la fuerza de la debilidad: una pareja que se pone en camino con su hijo recién nacido, huyendo a la tierra donde sus antepasados habían sido esclavos para salvar su vida. Y en esa debilidad, surge la esperanza…

Jesús, desde su nacimiento, asume la historia de su pueblo, pasando por los mismos lugares por donde pasó y por sus mismos aprietos. Y al asumir esa historia, asume también nuestra historia de luces y tinieblas, de luchas y de esperanzas. Porque la historia del Pueblo de Dios narrada en la Palabra es también nuestra historia.

En la fiesta de hoy recordamos a todos los que en el mundo han vivido esta misma historia de persecución, de huída y de muerte inocente. En el pasado y en el presente… Víctimas concretas de las tinieblas que quieren dominar la historia: niños, mujeres, hombres, ancianos…

Frente a esa tiniebla, Dios no despliega sus ejércitos ni acaba con el mundo de manera drástica… sino que ofrece algo mejor: su Hijo, naciendo entre nosotros, es la fuerza en la debilidad, la luz que alienta toda esperanza y que ya se ha comenzado a transmitir… hasta los confines del mundo.

Ya hay mucho camino recorrido y aún queda mucho por hacer. Pero ya está puesto, en el corazón del mundo, la semilla de un mundo nuevo.

lunes, 27 de diciembre de 2021

ORACIÓN A SAN JUAN EVANGELISTA

 Glorioso san Juan Evangelista, a vos acudimos,

llenos de confianza en vuestra intercesión.


Nos sentimos atraídos a vos con una especial devoción

y sabemos que nuestras súplicas serán

más agradables a Dios nuestro Señor, si vos,

que tan amado sois de Él, se las presentáis.


Vuestra caridad, reflejo admirable de la de Dios,

os inclina a socorrer toda miseria, a consolar toda pena

y a complacer todo deseo y necesidad,

si ello ha de ser provechoso para nuestra alma.


Mirad, pues,

nuestra necesidad de conocer al Maestro,

tú que estuviste cerca de Él.


Mira nuestros trabajos y necesidades,

nuestros buenos deseos,

y alcanzadnos que aseguremos cada día más

nuestro conocimiento del evangelio

del que tu fuiste un testigo privilegiado.

domingo, 26 de diciembre de 2021

San Juan. Apóstol y evangelista

Comienzo de la primera carta del apóstol san Juan (1,1-4):

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.

Palabra de Dios

Salmo  96, R/. Alegraos, justos, con el Señor

Santo Evangelio según san Juan (20,2-8):

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Palabra del Señor

Compartimos:

En la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, se nos recuerda que la fe es don y tarea. Experiencia y transmisión. Corazón y boca.

La fe, como las cosas más importantes de la vida, se nos ha regalado. No la ha inventado nuestra generación, ni hemos pagado por ella, ni se puede vender… es un regalo que nos viene de los que nos precedieron... y que se entrega a cada generación, para que la recree en su circunstancia. Y a cada corazón, para que fermente la vida y la haga nueva, redireccionándola hacia el sueño de Dios.

“Lo que hemos oído”, “lo que hemos visto con nuestros propios ojos”… “pues la vida se hizo visible”… “esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”... Todo es un regalo. Por pura gracia.

Ese regalo tiene su origen en la persona de Jesús. Aquél que, hace 2000 años, pasó haciendo el bien y hablando de parte de Dios. Aquél que unos acusaron de ser un embaucador… y que otros reconocieron viniendo de parte del Padre, como Hijo en quien reconocernos y desde el que vivir. Todos “vieron” a Jesús. Aunque no todos lo creyeron. La fe siempre es un salto. Y Juan lo dio: “Vio y creyó”. Ahí está la gracia.

Cada creyente y cada generación está llamada a hacer ese salto: “ver” a Jesús, conocer su persona, saber qué dijo, qué hizo… y “creer” que en su humanidad se nos está dando el mismo Dios, acogiéndonos desde siempre y para siempre, abriendo caminos nuevos para la vida y para el mundo, en la esperanza de que, si vivimos desde ahora con Él, viviremos para siempre con Él. Ahí está lo definitivo. “Ver y creer”.

Y una vez que se recibe, la fe es tarea. “Os damos testimonio y os anunciamos”… “para que estéis unidos con nosotros”… “y para que nuestra alegría sea completa”. Esa es la comunión que ofrece la fe: unirnos en ese círculo de amor entre el Padre y el Hijo. Más allá de nuestros orígenes, lenguas, razas, características o simpatías, nos puede unir la fe en el mismo Dios de la vida, para dar vida. Y esto hay que anunciarlo. Corazón y boca… para llegar a abrir las manos.

A LOS MATRIMONIOS CON OCASIÓN DEL AÑO “FAMILIA AMORIS LAETITIA”

 CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Queridos esposos y esposas de todo el mundo:

Con ocasión del Año “Familia Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las situaciones que estén experimentando.

Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos personales.

La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que habitamos.

Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!

Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!». Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.

Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.

Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.

También los matrimonios deben “primerear” dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad, buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace presente».

Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas» [4]. Recuerden que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66). El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216). Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.

La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la realidad del sacramento— en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.

Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.

A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).

De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias, perdón» [5]. Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las paces» [6]. No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.

Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.

La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).

A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la “valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia, ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5).No duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.

Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor».

Que san José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!

Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).

Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.

Fraternalmente,

Francisco

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET (ÁNGELUS)

Plaza de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Sagrada Familia de Nazaret. Dios eligió a una familia humilde y sencilla para venir entre nosotros. Contemplemos la belleza de este misterio, destacando también dos aspectos concretos para nuestras familias.

El primero: la familia es la historia de la que provenimos. Cada uno de nosotros tiene su propia historia, nadie nació mágicamente, con una varita mágica, cada uno de nosotros tiene una historia y la familia es la historia de la que venimos. El Evangelio de la liturgia de hoy nos recuerda que Jesús es también hijo de una historia familiar. Lo vemos viajar a Jerusalén con María y José para la Pascua; luego hace preocupar a su madre y a su padre, que no lo encuentran; una vez encontrado, vuelve a casa con ellos (cf. Lc 2,41-52). Es hermoso ver a Jesús insertado en la red de afectos familiares, naciendo y creciendo en el abrazo y la preocupación de los suyos. Esto es importante también para nosotros: venimos de una historia entretejida de lazos de amor y la persona que somos hoy nace, no tanto de los bienes materiales que hemos gozado, sino del amor que hemos recibido, del amor en el seno de la familia. Puede que no hayamos nacido en una familia excepcional y sin problemas, pero es nuestra historia ―cada uno debe pensar: es mi historia―, son nuestras raíces: ¡si las cortamos, la vida se seca! Dios no nos creó para ser caballeros solitarios, sino para caminar juntos. Démosle las gracias y recemos por nuestras familias. Dios piensa en nosotros y quiere que estemos juntos: agradecidos, unidos, capaces de proteger nuestras raíces. Y tenemos que pensar en esto, en la propia historia.


El segundo aspecto: aprendemos a ser una familia cada día. En el Evangelio vemos que incluso en la Sagrada Familia no todo va bien: hay problemas inesperados, angustia, sufrimiento. No existe la Sagrada Familia de las estampitas. María y José pierden a Jesús y lo buscan angustiados, luego lo encuentran después de tres días. Y cuando, sentado entre los maestros del Templo, responde que debe atender los asuntos de su Padre, no lo entienden. Necesitan tiempo para aprender a conocer a su hijo. Así es también para nosotros: cada día, en la familia, hay que aprender a escucharnos y comprendernos, a caminar juntos, a afrontar los conflictos y las dificultades. Es el reto diario, y se gana con la actitud adecuada, con pequeñas atenciones, con gestos sencillos, cuidando los detalles de nuestras relaciones. Y también esto, nos ayuda mucho hablar en familia, hablar en la mesa, el diálogo entre padres e hijos, el diálogo entre hermanos, nos ayuda a vivir esta raíz familiar que viene de los abuelos, el diálogo con los abuelos.

¿Y cómo se hace esto? Fijémonos en María, que en el Evangelio de hoy dice a Jesús: «Tu padre y yo te estábamos buscando» (v. 48). Tu padre y yo; no dice yo y tu padre: ¡antes del “yo” está el “tú”! Aprendamos esto: antes del yo está el tú. En mi idioma hay un adjetivo para las personas que dicen primero “yo” y luego “tú”: “yo, me, conmigo, para mí y en mi beneficio”. Gente que es así, primero yo y luego tú. No, en la Sagrada Familia, primero el tú y luego el yo. Para preservar la armonía en la familia, hay que luchar contra la dictadura del “yo”.  Cuando el “yo” se infla. Es peligroso cuando, en lugar de escucharnos, nos reprochamos nuestros errores; cuando, en lugar de preocuparnos por los demás, nos centramos en nuestras propias necesidades; cuando, en lugar de hablar, nos aislamos con nuestros teléfonos móviles; es triste ver a una familia en la comida, cada uno con su teléfono móvil sin hablar con los demás; cada uno habla con su teléfono; cuando nos acusamos unos a otros, repitiendo siempre las mismas frases, escenificando una comedia ya vista en la que cada uno quiere tener razón y al final hay un frío silencio. Ese silencio cortante y frío después de una discusión familiar. ¡Eso es feo, feísimo! Repito un consejo: por la noche, después de todo, hagan las paces. Siempre. No vayan a dormir sin hacer las paces. Nunca vayan a dormir sin haber hecho las paces, porque si no, al día siguiente habrá una “guerra fría·. Y esta es peligrosa porque comenzará una historia de reproches, una historia de resentimientos. ¡Cuántas veces, por desgracia, nacen conflictos dentro de las paredes del hogar como resultado de silencios demasiado largos y egoísmos no curados! A veces incluso se llega a la violencia física y moral. Esto rompe la armonía y mata a la familia. Pasemos del “yo” al “tú”. Lo que debe importar más en la familia es el “tú”. Y cada día, por favor, recen un poco juntos, si pueden hacer el esfuerzo, para pedir a Dios el don de la paz en familia. ¡Y comprometámonos todos ―padres, hijos, Iglesia, sociedad civil― a apoyar, defender y proteger la familia que es nuestro tesoro!

Que la Virgen María, esposa de José y madre de Jesús, proteja a nuestras familias.

Me dirijo ahora a los matrimonios de todo el mundo:

Hoy, en la fiesta de la Sagrada Familia, se publica una Carta que escribí pensando en ustedes. Quiere ser mi regalo de Navidad para ustedes, los esposos: un estímulo, una señal de cercanía y también una oportunidad para meditar. Es importante reflexionar y experimentar la bondad y la ternura de Dios, que con mano paternal guía los pasos de los matrimonios por el camino del bien.  Que el Señor dé a todos los matrimonios la fuerza y la alegría de continuar el camino que han emprendido. También quiero recordarles que nos acercamos al Encuentro Mundial de las Familias: los invito a preparar este acontecimiento, especialmente con la oración, y a vivirlo en sus diócesis, junto con otras familias.

Y hablando de la familia, me viene a la mente una preocupación, una verdadera preocupación, al menos aquí en Italia: el invierno demográfico. Parece que muchos han perdido la aspiración de seguir adelante con los hijos y muchas parejas prefieren quedarse sin hijos, o con uno solo. Piensen en esto, es una tragedia. Hace unos minutos he visto en el programa “A Sua immagine” cómo hablaban de este grave problema, el invierno demográfico. Hagamos todo lo posible para recuperar nuestra conciencia, para superar este invierno demográfico que va contra nuestras familias, contra nuestra patria, incluso contra nuestro futuro.

Saludo ahora a todos ustedes, peregrinos que han venido de Italia y de diferentes países: ―Veo aquí polacos, brasileños, y también veo allí colombianos― familias, grupos parroquiales, asociaciones. Renuevo mi deseo de que la contemplación del Niño Jesús, corazón y centro de las fiestas de Navidad, suscite actitudes de fraternidad y de compartir en las familias y en las comunidades. Y para celebrar un poco la Navidad, será bueno visitar el pesebre aquí en la plaza y los 100 pesebres que están bajo la columnata, también esto nos ayudará.

En estos días he recibido muchos mensajes de felicitaciones desde Roma y desde otras partes del mundo. Lamentablemente, no me es posible responder a todos, pero rezo por cada uno y agradezco especialmente las oraciones que tantos de ustedes han prometido hacer. Por favor, recen por mí, no se olviden. Muchas gracias y feliz día de la Sagrada Familia. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Domingo de la Sagrada Familia: Jesús, María y José - Ciclo C

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (3,2-6.12-14):

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos. Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros. Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado. Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor. Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Palabra de Dios

Salmo 127 R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21):

Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

 Santo Evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Palabra del Señor

Compartir:

Es importante el afecto de los padres hacia los hijos (y viceversa).  Los hijos necesitan menos que les den cosas (dinero, estudios, viajes, objetos...), y más que los padres estén cerca oportunamente. Supone atención personal a cada uno, cercanía, respeto, darles responsabilidades (sin darles tantas cosas hechas), exigencia apropiada, etc. Y los padres también necesitan sentir el aprecio de los hijos.

Es esencial la comunicación de la pareja entre sí y con los hijos.  Una comunicación que no huela a fiscalización ni se convierta en reproche continuo, y no sólo solo en torno a cosas que «hay que hacer»... sino una comunicación que busque comprender, compartir experiencias, sentimientos, vivencias, inquietudes, proyectos, preocupaciones.  Y aprovechar mucho mejor el escaso tiempo que se puede estar juntos, reservando incluso algunos momentos para estos encuentros.

 No hay que olvidar la coherencia entre lo que se dice o pide a los hijos y el propio comportamiento. El perdón y reconocer los errores tiene un papel muy importante.

 Es importante también el cultivo de una fe más compartida por la pareja y por toda la familia (teniendo en cuenta las diferentes edades): aprender a orar juntos, leer juntos la Palabra de Dios, comprar algunos libros religiosos (los hay muy buenos) para facilitar la meditación y la maduración en la fe... dialogar sobre la  formación religiosa que se va recibiendo en la Parroquia y el Colegio, etc. Ofrecer humildemente el propio testimonio personal a los hijos...

 Por último: la familia va más allá del matrimonio (cuando lo hay) y los hijos. Hay otros miembros y, ya que parece que la soledad se ha convertido en un rasgo relevante en estos tiempos, pues no podemos olvidarnos de los que están solos, enfermos, mayores, con dificultades del tipo que sea...

¡Ah! Nunca es demasiado tarde para "relanzar" ilusiones, proyectos. Siempre es tiempo de renovar y de reconstruir y de resucitar. ¡Adelante!

sábado, 25 de diciembre de 2021

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO

NAVIDAD 2021

Balcón central de la Basílica Vaticana

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!

La Palabra de Dios, que ha creado el mundo y da sentido a la historia y al camino del hombre, se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. Apareció como un susurro, como el murmullo de una brisa ligera, para colmar de asombro el corazón de todo hombre y mujer que se abre al misterio.

El Verbo se hizo carne para dialogar con nosotros. Dios no quiere tener un monólogo, sino un diálogo. Porque Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es diálogo, eterna e infinita comunión de amor y de vida.

Dios nos mostró el camino del encuentro y del diálogo al venir al mundo en la Persona del Verbo encarnado. Es más, Él mismo encarnó en sí mismo este camino, para que nosotros pudiéramos conocerlo y recorrerlo con confianza y esperanza.

Hermanas, hermanos, «qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades» (Carta enc. Fratelli tutti, 198). En este tiempo de pandemia nos damos cuenta de esto todavía más. Se pone a prueba nuestra capacidad de relaciones sociales, se refuerza la tendencia a cerrarse, a valerse por uno mismo, a renunciar a salir, a encontrarse, a colaborar. También en el ámbito internacional existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos.

En efecto, mientras el anuncio del nacimiento del Salvador, fuente de la verdadera paz, resuena a nuestro alrededor y en el mundo entero, vemos todavía muchos conflictos, crisis y contradicciones. Parece que no terminan nunca y casi pasan desapercibidos. Nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas.

Pensemos en el pueblo sirio, que desde hace más de un decenio vive una guerra que ha provocado muchas víctimas y un número incalculable de refugiados. Miremos a Irak, que después de un largo conflicto todavía tiene dificultad para levantarse. Escuchemos el grito de los niños que se alza desde Yemen, donde una enorme tragedia, olvidada por todos, se está perpetrando en silencio desde hace años, provocando muertos cada día.

Recordemos las continuas tensiones entre israelíes y palestinos que se prolongan sin solución, con consecuencias sociales y políticas cada vez mayores. No nos olvidemos de Belén, el lugar en el que Jesús vio la luz, que vive tiempos difíciles, también a causa de las dificultades económicas provocadas por la pandemia, que impide a los peregrinos llegar a Tierra Santa, con efectos negativos en la vida de la población. Pensemos en el Líbano, que sufre una crisis sin precedentes con condiciones económicas y sociales muy preocupantes.

Pero he aquí, en medio de la noche, el signo de esperanza. Hoy «el amor que mueve el sol y las otras estrellas» (Paraíso, XXXIII, 145), como dice Dante, se hizo carne. Vino en forma humana, compartió nuestros dramas y rompió el muro de nuestra indiferencia. En el frío de la noche extiende sus pequeños brazos hacia nosotros, está necesitado de todo, pero viene a darnos todo. A Él pidámosle la fuerza de abrirnos al diálogo. En este día de fiesta le imploramos que suscite en nuestros corazones anhelos de reconciliación y de fraternidad. A Él dirijamos nuestra súplica.

Niño Jesús, concede paz y concordia a Oriente Medio y al mundo entero. Sostén a todos los que están comprometidos en la asistencia humanitaria a las poblaciones que se ven forzadas a huir de su patria; consuela al pueblo afgano, que desde hace más de cuarenta años es duramente probado por conflictos que obligan a muchos a dejar el país.

Rey de las naciones, ayuda a las autoridades políticas a pacificar las sociedades devastadas por tensiones y conflictos. Sostén al pueblo de Myanmar, donde la intolerancia y la violencia también golpean frecuentemente a la comunidad cristiana y los lugares de culto, y opacan el rostro pacífico de sus gentes.

Sé luz y sostén para quienes creen y trabajan en favor del encuentro y del diálogo, yendo incluso contra corriente, y no permitas que se propaguen en Ucrania las metástasis de un conflicto gangrenoso.

Príncipe de la Paz, asiste a Etiopía para que vuelva a encontrar el camino de la reconciliación y la paz a través de un debate sincero, que ponga las exigencias de la población en primer lugar. Escucha el grito de los pueblos de la región del Sáhel, que padecen la violencia del terrorismo internacional. Dirige tu mirada a los pueblos de los países del Norte de África que sufren a causa de las divisiones, el desempleo y la desigualdad económica, y alivia los sufrimientos de muchos hermanos y hermanas que sufren por los conflictos internos de Sudán y Sudán del Sur.

Haz que en los corazones de los pueblos del continente americano prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres humanos.

Hijo de Dios, conforta a las víctimas de la violencia contra las mujeres que se difunde en este tiempo de pandemia. Ofrece esperanza a los niños y a los adolescentes víctimas de intimidación y de abusos. Da consuelo y afecto a los ancianos, sobre todo a los que se encuentran más solos. Concede serenidad y unidad a las familias, lugar primordial para la educación y base del tejido social.

Dios con nosotros, concede salud a los enfermos e inspira a todas las personas de buena voluntad para que encuentren las soluciones más adecuadas que ayuden a superar la crisis sanitaria y sus consecuencias. Haz que los corazones sean generosos, para hacer llegar la asistencia necesaria, especialmente las vacunas, a las poblaciones más pobres. Recompensa a todos los que demuestran responsabilidad y entrega al hacerse cargo de sus familiares, de los enfermos y de los más débiles.

Niño de Belén, permite que los prisioneros de guerra, civiles y militares, de los conflictos recientes, y quienes están encarcelados por razones políticas puedan volver pronto a sus hogares. No nos dejes indiferentes ante el drama de los emigrantes, de los desplazados y de los refugiados. «Sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas» [1].

Verbo eterno que te has hecho carne, haznos diligentes hacia nuestra casa común, que también sufre por la negligencia con la que frecuentemente la tratamos, y motiva a las autoridades políticas a llegar a acuerdos eficaces para que las próximas generaciones puedan vivir en un ambiente respetuoso para la vida.

Queridos hermanos y hermanas:

Muchas son las dificultades de nuestro tiempo, pero más fuerte es la esperanza, porque «un niño nos ha nacido» (Is 9,5). Él es la Palabra de Dios y se ha hecho un infante, sólo capaz de llorar y necesitado de todo. Ha querido aprender a hablar, como cada niño, para que aprendiésemos a escuchar a Dios, nuestro Padre, a escucharnos entre nosotros y a dialogar como hermanos y hermanas. Oh Cristo, nacido por nosotros, enséñanos a caminar contigo por los senderos de la paz.

¡Feliz Navidad a todos!

Solemnidad de la Natividad del Señor

Lectura del libro de Isaías (52,7-10):

¡QUÉ hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia,que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo  97,R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (1,1-6):

EN muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado- Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»?Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo   de Dios

 Santo Evangelio según san Juan (1,1-18):

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor

Compartir:

En efecto, ese Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, eterno e indivisible, desde siempre quiso que todos sintieran el calor de su presencia cercana. Esa Luz que es Cristo se hizo carne, para que todo hombre pudiera ver que Jesús es nuestro hermano. Y Dios, nuestro Padre.

Esa oferta fue y es universal, la Luz vino al mundo, y los suyos no la recibieron. Incluso algunos se esforzaron por eliminar esa Luz para siempre. Pero es imposible. La Luz de Cristo venció a la muerte, y nos ha dado a nosotros, a los que la hemos aceptado, la hemos recibido, la posibilidad de sentir que la salvación es posible. Todo lo que era perfecto en un comienzo, y que nosotros estropeamos con nuestras decisiones erróneas, con nuestros pecados, se arregló con el nacimiento de un niño en un pobre portal de Belén.

“De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.” Hoy no es un día para pensar mucho. Es un día para adorar, para dar gracias al buen Dios y decirle que nos permita seguir siempre viendo la Luz de Cristo. Esa luz que ilumina nuestra vida, los buenos y los malos momentos. Sobre todo, los malos.

Les deseamos FELIZ NAVIDAD La Comunidad de monjas Dominicas de Torredonjimeno


viernes, 24 de diciembre de 2021

Oración ante su Nacimiento

 Dios Todo Poderoso, que derramáis hoy sobre nosotros la nueva luz de vuestro Verbo encarnado, haced que la fe de este misterio se infunda también en nuestros corazones. Señor y Dios nuestro, haced del mismo modo, te lo rogarnos, que celebrando con alegría la Natividad de N. S. Jesucristo, merezcamos, por una vida digna de El, gozar de su presencia. Así sea.

24 de Diciembre. Feria de Adviento

Lectura del segundo libro de Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16):

CUANDO el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda». Natán dijo al rey: «Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo». Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán: «Ve y habla a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Tú me va a construir una casa para morada mía? Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre, y él será para mi un hijo. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mi; tu trono durará para siempre"».

Palabra de Dios

Salmo 88 R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Santo Evangelio según san Lucas (1,67-79):

EN aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:

«“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvaciónpor el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor

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“Arrancados de la mano de los enemigos”. Vivimos rodeados de problemas, a veces, pequeños, a veces muy serios. Algunos de nuestros hermanos en la fe sufren persecución por ser creyentes. Cada Navidad hay atentados contra las iglesias católicas, en algunos países. Y, a pesar de todo, Dios nos sigue librando de nuestros enemigos. “No tengáis miedo de los que matan el cuerpo”. Ser fieles a Dios, para que podamos sentir cómo nos protege y da fuerzas en la lucha. Decía san Juan Crisóstomo que, “mientras somos ovejas, vencemos a los lobos; pero, si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del Pastor”.

“Le sirvamos, con santidad y justicia”. Ser santos y ser justos. Parecen palabras gastadas, inaccesibles. No hay mucha gente que se crea que puede ser santa. Algunos, quizá, sí se esfuerzan por ser justos. Si nos liberamos del temor, de los miedos, con la ayuda de Dios, podemos mirar la vida de otra forma. Y vivir cada día con paz, con tranquilidad, intentado sembrar el bien a nuestro alrededor. Ser justo, porque ayuda a vivir con paz. Ser santo, porque es ser feliz. Es vivir contento consigo mismo y con los demás.

“En su presencia, todos nuestros días”. Aquí sí que me he acordado de las palabras que me dijo un reverendo padre claretiano, el p. Manuel Jiménez, C.M.F., que en paz descanse, el día de nuestra profesión perpetua. Al darme el abrazo de acogida, me dijo: “hasta la muerte”. Cuando lo asimilas, puede asustar. Pero si Dios está con nosotros, se puede. Nada es imposible, con la ayuda de Dios. Cantar eternamente las misericordias del Señor.

jueves, 23 de diciembre de 2021

Oración de buena esperanza

 María, madre del amor hermoso,

dulce muchacha de Nazareth,

Tú que proclamaste la grandeza del Señor

y diciendo que “sí”, te hiciste madre de nuestro Salvador

y madre nuestra: atiende hoy las necesidades que tenemos.


fíjate especialmente en aquellas mujeres

que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.

Que puedan sentir el amor del Padre

y que descubran que cada niño

que viene al mundo es una bendición.


Que sepan que la decisión heroica

de acoger y nutrir al hijo les es tenida en cuenta.

¡Nuestra Señora de la Dulce Espera,

danos tu consuelo y valor! ¡Amén!

23 de Diciembre. Feria de Adviento

Lectura de la profecía de Malaquías (3,1-4.23-24):

ESTO dice el Señor Dios: «Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño. Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

Palabra de Dios

Salmo 24,R/. Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

 Santo Evangelio según san Lucas (1,57-66):

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. 

Palabra del Señor

Compartimos:

Y menudo mensajero. “La mano del Señor estaba con él”. Se preguntaban todos qué sería de ese niño. Pues fue un profeta grande en obras y palabras, que preparó el camino al Señor. Debemos tenerlo en cuenta, porque es muy importante en la Historia de la Salvación. Fue marcando las pautas, diciéndole a la gente lo que debían hacer. Pero, sobre todo, señaló a la gente que el Mesías estaba allí, delante de ellos. Y supo retirarse a tiempo, para que no le confundieran con el mismo Jesús.

Nosotros sabemos ya que Jesús es el Mesías. Llevamos andando ya una gran parte del Adviento. Tendremos que ver si hemos preparado suficientemente los caminos, allanado los caminos y preparado el corazón. La llamada de Juan el Bautista a la conversión es muy actual. Tenemos que estar en permanente revisión, porque la vida no nos da descanso. Siempre hay que vivir atentos, no sabemos en qué momento podemos encontrar al Señor. Porque Él se aparece siempre, en nuestra vida, en las personas en los acontecimientos, en nuestros sentimientos, en nuestros sueños.

Que las fiestas que vamos a celebrar nos encuentren en vela. Que no nos despisten los “accesorios” que las rodean. Entre todas las luces que vemos por las calles, que sepamos ver la Luz por excelencia. La que cambió la vida de los pastores, de los Reyes, de tanta gente a lo largo de la historia. Que cambie también la tuya. Alza la cabeza, álzala ya, porque se acerca tu liberación.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Gracias, porque al fin del día

Gracias, porque al fin del día

podemos agradecerte

los méritos de tu muerte,

y el pan de la Eucaristía,

la plenitud de alegría

de haber vivido tu alianza,

la fe, el amor, la esperanza

y esta bondad de tu empeño

de convertir nuestro sueño

en una humilde alabanza.


Gloria al Padre, gloria al Hijo,

gloria al Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos.


Amén

22 de Diciembre. Feria de Adviento

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (1,24-28):

EN aquellos días, una vez que Ana hubo destetado a Samuel, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo. Inmolaron el novillo, y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo:«Perdón, por tu vida, mi Señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había mi pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida». Y se postraron allí ante el Señor.

Palabra de Dios

Salmo 1S  R/. Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador

Santo Evangelio según san Lucas (1,46-56):

EN aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia”—como lo había prometido a “nuestros padres”—en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor

Compartimos:

En la primera lectura, hemos visto cómo Ana entregó a su hijo al Señor, agradecida por haberlo podido concebir. Puedes pensar también qué ofrecer a Dios para agradecerle todo lo que ha hecho por ti.

“María se quedó tres meses”. Estuvo ayudando a su prima, hasta que le llegó la hora de dar a luz. Tú, quizá no puedas estar tres meses en un mismo sitio ayudando, pero quizá sí puedas ayudar a alguien un poco. No dejes de pensarlo.

Hoy en España se celebra un sorteo de lotería que, de alguna forma, inaugura la Navidad. Se esperan los resultados del sorteo con mucha ilusión, a ver si toca algo. Ojalá esperemos con más ilusión todavía al Niño Jesús. Porque a nosotros nos ha tocado ya seguro.