Señor Jesucristo, que me llamaste
a la primera hora de la mañana a tu viña,
pues me has conducido desde mi juventud
para trabajar en la religión
por el premio de la vida eterna;
cuando todo se haya consumado
y ya en el juicio final premies las acciones,
¿qué me darás a mí que estuve todo el día ocioso,
no ya en la plaza del mundo
sino en la misma viña de la religión?
Oh Señor, que no mides nuestras acciones
con el peso público sino con la balanza del santuario,
haz que al menos caiga en la cuenta
y me convierta en la hora undécima
y que no sea hallado envidioso
porque tú eres bueno.
Amén.
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