Basta con escucharla, verla, seguirla... como hacía Jesús.
Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.
Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.
La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;
cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;
cuando nos salen las primeras arrugas,
cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»...
Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.
La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes
conservan nuestra infancia en el recuerdo,
y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;
cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita...
Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.
La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,
porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,
nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,
porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos...
La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida...
«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta
Madeleine Delbrel, “Morirás de muerte”
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