Plaza de San Pedro
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy, último domingo del Año Litúrgico, culmina en una afirmación de Jesús, que dice: «Sí, como dices, soy Rey» (Jn 18,37). Él pronunciaba estas palabras delante de Pilato, mientras que la multitud grita para que le condenen a muerte. Él dice: “Soy rey”, y la multitud grita para condenarlo a muerte: ¡gran contraste! Ha llegado la hora crucial. Antes, parece que Jesús no quisiera que la gente lo aclamase como rey: recordamos esa vez después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando se retiró solo a rezar (cf. Jn 6,14-15).
El hecho es que la realeza de Jesús es muy diferente de la mundana. «Mi reino —dice a Pilato— no es de este mundo» (Jn 18,36). Él no viene para dominar, sino para servir. No llega con los signos de poder, sino con el poder de los signos. No se ha revestido de insignias valiosas, sino que está desnudo en la cruz. Y es precisamente en la inscripción puesta en la cruz que Jesús es definido como “rey” (cf. Jn 19,19). ¡Su realeza está realmente más allá de los parámetros humanos! Podríamos decir que no es rey como los otros, sino que es Rey para los otros. Pensemos de nuevo en esto: Cristo, delante de Pilato, dice que es el rey en el momento en el que la multitud está en su contra, mientras que cuando le seguían y le aclamaban había tomado distancia de esta aclamación. Jesús se demuestra, así, soberanamente libre del deseo de la fama y de la gloria terrena. Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos imitarle en esto? ¿Sabemos cómo gobernar sobre nuestra tendencia a ser continuamente buscados y aprobados, o hacemos todo para ser estimados por parte de los otros? En lo que hacemos, en particular en nuestro compromiso cristiano, me pregunto, ¿qué cuenta? ¿Cuentan los aplausos o cuenta el servicio?
Jesús no solo evita toda búsqueda de grandeza terrenal, sino que también hace libre y soberano el corazón de quien le sigue. Él, queridos hermanos y hermanas, nos libera del sometimiento del mal. Su Reino es liberador, no tiene nada de opresivo. Él trata a cada discípulo como amigo, no como súbdito. Cristo, aun estando por encima de todos los soberanos, no traza líneas de separación entre sí y los demás; desea más bien hermanos con los que compartir su alegría (cf. Jn 15,11). Siguiéndolo no se pierde, no se pierde nada, sino que se adquiere dignidad. Porque Cristo no quiere en torno a sí servilismo, sino gente libre. Y, preguntémonos ahora, ¿de dónde nace la libertad de Jesús? Lo descubrimos volviendo a su afirmación frente a Pilato: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).
La libertad de Jesús viene de la verdad. Es su verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Pero la verdad de Jesús no es una idea, algo abstracto: la verdad de Jesús es una realidad, es Él mismo que hace la verdad dentro de nosotros, nos libera de las ficciones, de las falsedades que tenemos dentro, del doble lenguaje. Estando con Jesús, nos volvemos verdaderos. La vida del cristiano no es una actuación donde se puede llevar la máscara que más conviene. Porque cuando Jesús reina en el corazón, lo libera de la hipocresía, lo libera de las escapatorias, de las dobleces. La mejor prueba de que Cristo es nuestro rey es el desapego de lo que contamina la vida, haciéndola ambigua, opaca, triste. Cuando la vida es ambigua, un poco de aquí, un poco de allá, es triste, es muy triste. Cierto, debemos lidiar siempre con los límites y los defectos: todos somos pecadores. Pero cuando se vive bajo el señorío de Jesús, uno no se vuelve corrupto, no se vuelve falso, con la inclinación a cubrir la verdad. No se lleva doble vida. Recordad bien: pecadores sí, lo somos todos, corruptos, ¡nunca! Que la Virgen nos ayude a buscar cada día la verdad de Jesús, Rey del Universo, que nos libera de las esclavitudes terrenas y nos enseña a gobernar nuestros vicios.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, por primera vez en la solemnidad de Cristo Rey, en todas las Iglesias particulares se celebra la Jornada Mundial de la Juventud. Por esto junto a mí hay dos jóvenes de Roma, que representan a toda la juventud de Roma. Saludo de corazón a los chicos y las chicas de nuestra diócesis, y deseo que todos los jóvenes del mundo se sienta parte viva de la Iglesia, protagonistas de su misión. ¡Gracias por haber venido! Y no os olvidéis que reinar es servir. ¿Cómo era esto? Reinar es servir. Todos juntos: reinar es servir. Como nos enseña nuestro Rey. Ahora pediré a los jóvenes que os saluden.
Chica: ¡Buena Jornada Mundial de los Jóvenes a todos vosotros!
Chico: ¡Testimoniemos que creer en Jesús es muy bonito!
Papa: Pero mira: ¡es bonito esto! Gracias. Quedaos aquí.
Hoy se celebra también la Jornada Mundial de la Pesca. Saludo a todos los pescadores y rezo por los que viven condiciones difíciles o a veces, lamentablemente, de trabajo forzado. Animo a los capellanes y a los voluntarios de la Stella Maris a proseguir en el servicio pastoral a estas personas y a sus familias.
Y en este día recordamos también a todas las víctimas de la carretera: rezamos por ellos y comprometámonos con la prevención de los accidentes.
Deseo además animar las iniciativas emprendidas por las Naciones Unidas para que se llegue a un mayor control sobre el comercio de las armas.
Ayer, en Katowice, en Polonia, fue beatificado el sacerdote Juan Francisco Macha, asesinado por odio a la fe en 1942, en el contexto de la persecución del régimen nazi contra la Iglesia. En la oscuridad del cautiverio, él encontró en Dios la fuerza y la mansedumbre para afrontar ese calvario. Que su martirio sea semilla fecunda de esperanza y de paz. ¡Un aplauso para el nuevo beato!
Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de varios países, en particular a los procedentes de Polonia y de Estados Unidos de América. Saludo a los scouts de la archidiócesis de Braga, en Portugal. Un saludo especial a la comunidad ecuatoriana de Roma, que celebra la Virgen de El Quinche. Saludo a los fieles de San Antimo (Nápoles) y de Catania; a los jóvenes de la confirmación de Pattada; y a los voluntarios del Banco de Alimentos, que se preparan para la Jornada de la colecta de alimentos, el próximo sábado ¡Muchas gracias! Y también a los jóvenes de la Inmaculada.
Os deseo a todos feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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