Lectura de la profecía de Zacarías (2,5-9.14-15a):
Alcé la vista y vi a un hombre con un cordel de medir. Pregunté: «¿Adónde vas?» Me contestó: «A medir Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.»Entonces se adelantó el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, diciéndole: «Corre a decirle a aquel muchacho: "Por la multitud de hombres y ganado que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella –oráculo del Señor–."»«Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor–. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti.»
Palabra de Dios
Salmo Jr 31,R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
Evangelio según san Lucas (9,43b-45):
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Palabra del Señor
Compartimos:
Eso lo sabe Jesús. Como buen catequeta y pedagogo, sabe que los discípulos han dado un paso al frente. Ahora saben que él es el Mesías. Pero no tienen ni idea de qué tipo de Mesías es Jesús. Más bien tienen muy claro cómo les gustaría a ellos que Jesús fuese Mesías.
Se imaginan a Jesús en triunfo, entrando en Jerusalén después de haber barrido la ciudad y toda Palestina de los romanos invasores y de haber quitado de enmedio a todos aquellos judíos que se aprovechaban de sus hermanos, que los oprimían tanto o más que los romanos y que colaboraban con ellos. Se imaginaban a ellos mismos cabalgando al lado de Jesús, compartiendo el triunfo. Con Jesús se acabó la miseria.
Por eso sabía Jesús que les iba a costar comprender su peculiar manera de ser Mesías: estando cerca de los pobres y sencillos, siendo testigo del amor de Dios para los marginados y excluidos y encontrándose con los poderosos sin armas, renunciando a toda violencia. Asumiendo que al final las fuerzas del mal podrían ganar la batalla (¡pero no la guerra!). Por eso les dijo “meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.”
Como es natural, los discípulos no entendían. Tampoco querían entender algo que estaba tan lejos de sus expectativas. Sentían que lo que decía Jesús era verdad pero les daba miedo asumir esa verdad. A ellos, como tantas veces a nosotros, les costaba entender que la resurrección pasa por la muerte y que no puede ser de otra manera.
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