sábado, 11 de septiembre de 2021

Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,15-17):

Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Salmo 112, R/. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre

 Evangelio según san Lucas (6,43-49):

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Antes de escudriñar la Palabra, tenemos la oportunidad de mirar a María, porque hoy es su fiesta, el santo Nombre de María. La liturgia describe este nombre con cuatro adjetivos. “Glorioso”: como el de Judit, porque Dios la ha glorificado. “Santo”: es el nombre de la llena de gracia. “Maternal”: sus hijos quedan confortados al invocar su nombre. “Providente”: es invocado este nombre en los peligros y necesidades. De la mano de la Virgen, escuchadora y operante de la palabra, nos adentramos en la palabra de hoy, llena de imágenes: árboles de sanas raíces, corazón del hombre, roca que fundamenta la casa.

Para llamarnos a la bondad, a la fecundidad, a la profundidad, Jesús describe muy bien estas imágenes. El árbol es conocido por su fruto. Hay árboles sanos y árboles dañados. Y cada árbol da sus frutos según su propio ser: por ejemplo, los espinos no dan racimos. De la abundancia del  corazón del hombre habla la boca. El corazón que atesora bondad sacará el bien; el corazón malo de la maldad saca el mal. Colocamos la roca en lo profundo de la casa, como cimiento, después de cavar y ahondar; nada podrá contra la casa la arremetida del río en crecida. Otra suerte, bien distinta, correrá la casa edificada sobre la arena.

Solo nos queda examinarnos ante Dios y los hombres, a la luz de la Palabra. ¿Qué frutos damos nosotros?  Lo primero es la vida, es el ser de cada cosa, y luego vienen los frutos. No basta la fronda de hojas y colores del árbol. No es lo más importante los títulos, la posición social, las vestiduras de las personas. Lo importante son los frutos que, en lo humano y lo divino, son los frutos del Espíritu: la amabilidad, la paz, la alegría, la mansedumbre, la humildad y el perdón. ¿Qué atesora nuestro corazón? ¿Está lleno de Dios? También podemos preguntarnos, ¿cómo habla mi boca? ¿Juzgando a la gente, con amargura, infiel a la verdad, con agresividad y soberbia? ¿Con palabras amables, con cariño y respeto, con nobleza y verdad? Bajando a la tercera imagen, ¿edificamos nuestras vidas sobre roca o sobre arena? Existe el riesgo de quedarnos en el cartón piedra de una apariencia de fachada. Huyamos de la superficialidad que supone correr tras los gestos de moda, la vanidad, la frivolidad. Podemos ejemplificar: antes ser que tener; antes vivir que hacer; antes la fecundidad de lo que hacemos que hacer muchas cosas; antes sentido y experiencia de Dios que mucho decir “Señor, Señor”.   Busquemos siempre la raíz, el centro, la unidad de vida. Pongamos nuestro corazón junto al corazón de Dios.

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