Era brasa en Domingo la Palabra,
el celo por la gloria del Dios vivo,
con el amor de Cristo, que le apremia,
se ofrece por salvar a los perdidos.
En Domingo renace el Evangelio,
y la vida apostólica en sus hijos,
lleva su voz la fuerza del Espíritu,
que puso en pie a la Iglesia en el principio.
Caminaban por los pueblos y naciones
enseñando la fe, la ley de Cristo,
mostrando la verdad que nos libera,
el amor que nos tiene redimidos.
La Iglesia resplandece como aurora,
luz sobre el monte, huerto florecido,
exulta con los hijos recobrados,
da a la vida la sal del regocijo.
Oh Santa Trinidad, verdad sin sombra,
faro y puerto del hombre peregrino,
danos un corazón que te conozca
y adore la bondad de tus designios. Amén.
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